uno de los adjuntos de Dzerzhinski en la Cheka, le dijo: «Dice usted que el comité no ha cometido ningún acto desleal. Es cierto, pero ha aparecido como un polo de atracción para la sociedad. Y eso no podemos consentirlo. Usted sabe que cuando se pone en un vaso de agua un esqueje que todavía no tiene brotes se pone a crecer rápidamente. El comité ha comenzado a extender rápidamente sus ramificaciones por la colectividad social, (…) es preciso sacar el esqueje del agua y aplastarlo»30.
En lugar del comité, el Gobierno creó una Comisión Central de Ayuda a los Hambrientos, pesado organismo burocrático compuesto de funcionarios de diversos comisariados del pueblo, muy ineficaz y corrompido. En lo más álgido de la hambruna, que afectó en su apogeo, durante el verano de 1922, a más de treinta millones de personas, la comisión central aseguró una ayuda alimenticia irregular a menos de tres millones de personas. Por su parte, el ARA, la Cruz Roja y los cuáqueros alimentaban alrededor de once millones de personas cada día. A pesar de esta movilización internacional, al menos cinco millones de personas murieron de hambre en 1921-1922, de los 29 millones de personas afectadas por el hambre31. La última gran hambruna que había conocido Rusia, en 1891, aproximadamente en las mismas regiones (el Volga medio y bajo y una parte de Kazajstán), había causado de cuatrocientas a quinientas mil víctimas. El Estado y la sociedad habían rivalizado entonces en emulación por acudir en ayuda de los campesinos víctimas de la sequía. Joven abogado, Vladimir Ulianov-Lenin residía a inicios de los años noventa del siglo XIX en Samara, capital de una de las provincias más afectadas por el hambre de 1891. Fue el único representante de la intelligentsia local que no solamente no participó en la ayuda social a los hambrientos, sino que se pronunció categóricamente en contra de la misma. Como recordaba uno de sus amigos, «Vladimir Ilich Ulaniov tenía el valor de declarar abiertamente que el hambre tenía numerosas consecuencias positivas, a saber, la aparición de un proletariado industrial, ese enterrador del orden burgués. (…) Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el zar, sino también en Dios»32.
Treinta años más tarde, el joven abogado, convertido en jefe del Gobierno bolchevique, retomaba su idea: el hambre podía y debía servir para «golpear mortalmente en la cabeza al enemigo». Este enemigo era la Iglesia ortodoxa. «La electricidad reemplazará a Dios. Dejad que el campesino rece a la electricidad, notará el poder de las autoridades más que el del cielo», decía Lenin en 1918, durante una discusión con Leonid Krassin sobre el tema de la electrificación de Rusia. Desde la llegada al poder de los bolcheviques, las relaciones entre el nuevo régimen y la Iglesia ortodoxa se habían degradado. El 5 de febrero de 1918, el Gobierno bolchevique había decretado la separación entre la Iglesia y el Estado, de la escuela y de la Iglesia, proclamado la libertad de conciencia y de culto, y anunciado la nacionalización de los bienes de la Iglesia. Frente a este atentado contra el papel tradicional de la Iglesia ortodoxa, religión estatal bajo el zarismo, el patriarca Tijón había protestado vigorosamente en cuatro cartas pastorales dirigidas a los creyentes. Los bolcheviques multiplicaron las provocaciones, «sometiendo a una prueba pericial» —es decir, profanando— las reliquias de los santos, organizando «carnavales antirreligiosos» durante las grandes fiestas religiosas, y exigiendo que el gran monasterio de la Trinidad, San Sergio, en los alrededores de Moscú, donde estaban conservadas las reliquias de San Sergio de Radonézh, fuera transformado en museo del ateísmo. Fue en ese clima ya tenso, en que numerosos sacerdotes y obispos habían sido detenidos por haberse opuesto a estas provocaciones, cuando los dirigentes bolcheviques, por iniciativa de Lenin, utilizaron el hambre como pretexto para desencadenar una gran operación política contra la Iglesia.
El 26 de febrero de 1922, la prensa publicó un decreto del Gobierno ordenando «la confiscación inmediata en las iglesias de todos los objetos preciosos de oro o plata, de todas las piedras preciosas que no sirvieran directamente para el culto. Estos objetos serán transmitidos a los órganos del comisariado del pueblo para las Finanzas que los transferirá a los fondos de la Comisión Central de Ayuda a los Hambrientos». Las operaciones de confiscación se iniciaron en los primeros días de marzo y fueron acompañadas de incidentes muy numerosos entre los destacamentos encargados de apoderarse de los tesoros de las iglesias y los fieles. Los más graves tuvieron lugar el 15 de marzo de 1922 en Shuya, una pequeña ciudad industrial de la provincia de Ivanovo, donde la tropa disparó sobre la multitud de los fieles, matando a una decena de personas. Lenin utilizó el pretexto de esta matanza para reforzar la campaña antirreligiosa.
En una carta dirigida a los miembros del Politburó, el 19 de marzo de 1922, explicaba, con el cinismo que le caracterizaba, cómo el hambre podía ser utilizada beneficiosamente para «golpear mortalmente al enemigo en la cabeza»:
En relación con los acontecimientos de Shuya, que van a ser discutidos en el Politburó, pienso que debe ser adoptada desde ahora una decisión firme, en el marco del plan general de lucha en este frente. (…) Si se tiene en cuenta lo que nos informan los periódicos a propósito de la actitud del clero en relación con la campaña de confiscación de los bienes de la Iglesia, más la toma de posición subversiva del patriarca Tijón, resulta perfectamente claro que el clero de los Cien Negros está a punto de poner en acción un plan elaborado cuya finalidad es infligirnos en estos momentos una derrota decisiva. (…) Pienso que nuestro enemigo está cometiendo un error estratégico monumental. Realmente, el momento actual es excepcionalmente favorable para nosotros, y no para ellos. Tenemos noventa y nueve oportunidades sobre cien de golpear mortalmente al enemigo en la cabeza con un éxito total, y de garantizarnos posiciones, para nosotros esenciales, para las décadas futuras. Con tanta gente hambrienta que se alimenta de carne humana, con los caminos congestionados de centenares y de miles de cadáveres, ahora y solamente ahora podemos (y en consecuencia debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz y despiadada. Precisamente ahora y solamente ahora la inmensa mayoría de las masas campesinas puede apoyarnos, o más exactamente, puede no estar en condiciones de apoyar a ese puñado de clericales Cien Negros y de pequeño-burgueses reaccionarios… Podemos así proporcionarnos un tesoro de varios centenares de millones de rublos-oro (¡soñad en las riquezas de ciertos monasterios!). Sin ese tesoro, ninguna actividad estatal en general, ninguna realización económica en particular, y ninguna defensa de nuestras posiciones es concebible. Debemos, cueste lo que cueste, apropiarnos de ese tesoro de varios centenares de millones de rublos (¡quizá de varios miles de millones de rublos!). Todo esto no puede realizarse con éxito más que ahora. Todo indica que no alcanzaremos nuestro objetivo en otro momento, porque solamente la desesperación generada por el hambre puede acarrear una actitud benévola, o al menos neutra, de las masas en relación con nosotros… También, llego a la conclusión categórica de que es el momento de aplastar a los Cien Negros clericales de la manera más decisiva y despiadada, con tal brutalidad que se recuerde durante décadas. Contemplo la puesta en marcha de nuestro plan de campaña de la manera siguiente: solo el camarada Kalinin adoptará públicamente las medidas. En ningún caso el camarada Trotski deberá aparecer en la prensa o en público… Habrá que enviar a uno de los miembros más enérgicos y más inteligentes del Comité ejecutivo central… a Shuya, con instrucciones verbales de uno de los miembros del Politburó. Estas instrucciones estipularán que tiene como misión detener en Shuya el mayor número posible de miembros del clero, de pequeños burgueses y de burgueses, no menos de algunas docenas, que serán acusados de participación directa o indirecta en la resistencia violenta contra el decreto sobre la confiscación de los bienes de la Iglesia. De regreso de su misión, este responsable dará cuenta o al Politburó reunido al completo, o a dos de sus miembros. Sobre la base de este informe, el Politburó dará, verbalmente, directrices precisas a las autoridades judiciales, a saber, que el proceso de los rebeldes de Shuya debe ser llevado a cabo de la manera más rápida posible, con la única meta de ejecutar, mediante fusilamiento, a un número muy importante de los Cien Negros de Shuya, pero también de Moscú y de otros centros clericales… cuanto más elevado sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria pasados por las armas, mejor será para nosotros. Debemos dar inmediatamente una lección a todas esas gentes de tal manera que no sueñen ya en ninguna resistencia durante décadas…33.
Tal y como indican los informes semanales