Andrzej Paczkowski

El libro negro del comunismo


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mediante el absurdo, la imposibilidad de poner en funcionamiento las instrucciones de la GPU referidas a la deportación de 4.902 kulaks de tercera categoría procedentes de los dos distritos de la provincia de Novossibirsk. «El transporte, a lo largo de trescientos setenta kilómetros de caminos execrables, de las 8.560 toneladas de cereales y de forraje a la que los deportados tenían teóricamente derecho “para su viaje y su instalación” implicaría la movilización de 28.909 caballos y de 7.227 vigilantes (un vigilante por cada cuatro caballos)». El informe concluía que «la realización de tal operación comprometería la campaña de siembra de la primavera en la medida en que los caballos, agotados, necesitarían un largo período de reposo (…). También es indispensable revisar muy a la baja las provisiones que se autoriza llevar a los deportados»19.

      Por lo tanto, los deportados debían instalarse sin provisiones ni útiles, y por regla general sin abrigo. Un informe procedente de la región de Arcángel reconocía en septiembre de 1930 que de las 1.641 habitaciones «programadas» para los deportados, solamente se habían construido siete. Los deportados «se instalaban» en algún trozo de tierra, en medio de la estepa o de la taiga. Los que tenían más suerte, y habían tenido la posibilidad de llevar algunos útiles, podían entonces intentar confeccionarse un abrigo rudimentario, por regla general la tradicional zemlianka, un sencillo agujero en la tierra cubierto con ramas. En algunos casos, cuando los deportados eran asignados por miles a residencias cerca de una gran obra o de un lugar industrial en construcción, se les alojaba en barracones someras, con tres catres superpuestos y varios centenares por barracón.

      ¿De las 1.803.392 personas oficialmente deportadas en virtud de la «deskulakización» en 1930-1931, cuántas perecieron de frío y de hambre durante los primeros meses de su «nueva vida»? Los archivos de Novossibirsk han conservado un documento sobrecogedor, el informe enviado a Stalin en mayo de 1933 por un instructor del partido de Narym en Siberia occidental, sobre la suerte reservada a dos convoyes que comprendían a más de 6.000 personas deportadas procedentes de Moscú y San Petersburgo. Aunque tardío y referido a otra categoría de deportados, no a campesinos sino a «elementos desclasados» expulsados de la nueva «ciudad socialista» a partir de finales de 1932, este documento ilustra una situación que no era, sin duda, excepcional, y que podría calificarse de «deportación-abandono».

      He aquí algunos extractos de este terrible testimonio:

      Los días 29 y 30 de abril de 1933, dos convoyes de elementos desclasados nos fueron enviados por tren desde Moscú y Leningrado. Llegados a Tomsk, estos elementos fueron introducidos en gabarras y desembarcados, unos el 18 de mayo y los restantes el 26 de mayo, en la isla de Nazino, situada en la confluencia del Ob y del Nazina. El primer convoy constaba de 5.070 personas; el segundo de 1.044, es decir, en total eran 6.114 personas. Las condiciones de transporte eran terribles: alimentación insuficiente y execrable; falta de aire y de sitio; vejaciones sufridas por los más débiles. (…) Resultado: una mortalidad cotidiana de alrededor de 35-40 personas. No obstante, estas condiciones de existencia aparecen como un verdadero lujo en relación con lo que esperaba a los deportados en la isla de Nazino (donde debían ser expedidos, en grupos, hasta su destino final, hacia sectores de colonización situados aguas arriba del río Nazina). La isla de Nazino es un enclave totalmente virgen, sin ningún habitante. (…) No había útiles, ni semillas, ni alimentos… Comenzó la nueva vida. Al día siguiente de la llegada del primer convoy, el 19 de mayo, empezó a nevar y el viento se puso a soplar. Hambrientos, depauperados, sin techo, sin útiles (…) los deportados se encontraron en una situación sin salida. Solo pudieron encender algunos fuegos para intentar escapar del frío. La gente comenzó a morirse. (…) El primer día se enterraron 295 cadáveres. (…) Solo al cuarto o al quinto día después de la llegada de los deportados a la isla las autoridades enviaron, por barco, algo de harina, a razón de algunos centenares de gramos por persona. Tras recibir su magra ración, la gente corría hacia la orilla e intentaba mezclar, en su shapka20, su pantalón o su chaqueta un poco de esa harina con agua. Pero la mayoría de los deportados intentaba tragarse la harina como estaba y morían a menudo ahogados. Durante toda su estancia en la isla, lo único que recibieron los deportados fue un poco de harina. Los más avispados intentaron cocer galletas, pero no había el menor recipiente. (…) Muy pronto se produjeron casos de canibalismo.

      A finales del mes de junio comenzó el envío de deportados hacia las auto-denominadas aldeas de colonización. Estos lugares se encontraban aproximadamente a doscientos kilómetros de la isla, remontando el río Nazina, en plena taiga. La aldea en cuestión era la naturaleza virgen. No obstante, se consiguió instalar un horno primitivo, lo que permitió fabricar una especie de pan. Pero, para el resto, hubo pocos cambios en relación con la vida en la isla de Nazino: la misma ociosidad, los mismos fuegos y la misma desnudez. Solo hubo una diferencia: la especie de pan que se distribuyó una vez para los días restantes. La mortalidad continuaba. Solo un ejemplo: de 78 personas embarcadas en la isla en dirección al quinto sector de colonización, 12 llegaron con vida. Muy pronto, las autoridades reconocieron que estos enclaves no eran colonizables, y todo el contigente que había sobrevivido fue reenviado, por barco, río abajo. Las evasiones se multiplicaron. (…) En los nuevos lugares de asentamiento, los deportados sobrevivientes, a los que por fin se había entregado algunas herramientas, se pusieron a construir, a partir de la segunda quincena de julio, abrigos medio enterrados en el suelo. (…) Todavía siguieron produciéndose algunos casos de canibalismo. (…) Pero la vida fue recuperando progresivamente sus derechos: la gente volvió a ponerse a trabajar, pero la usura de los organismos era tal que, incluso cuando recibían 750-1.000 gramos de pan diarios, continuaban cayendo enfermos, reventando, comiendo musgo, hierba, hojas, etc. El resultado de todo esto fue que de las 6.100 personas que salieron de Tomsk (a las que hay que añadir 500-700 personas enviadas a la región desde otras partes), el 20 de agosto solo quedaban con vida unas 2.200 personas21.

      ¿Cuántos Nazinos, cuántos casos similares de deportación-abandono se produjeron? Algunas cifras proporcionan la medida de las pérdidas. Entre febrero de 1930 y diciembre de 1931, un poco más de 1.800.000 deskulakizados fueron deportados. Ahora bien, el 1 de enero de 1932, cuando las autoridades efectuaron un primer control general, no se censó más que a 1.317.022 personas22. Las pérdidas alcanzaban el medio millón, es decir, cerca del 30 por 100 de los deportados. Ciertamente el número de aquellos que habían conseguido huir era sin duda elevado23. En 1932, la evolución de los «contingentes» fue por primera vez objeto de un estudio sistemático por parte de la GPU. Esta era desde el verano de 1931 la única responsable de los deportados etiquetados como «colonos especiales» en todos los eslabones de la cadena, desde la deportación hasta la gestión de los «pueblos de colonización». Según este estudio, habían existido más de 210.000 evadidos y se habían producido alrededor de 90.000 muertes. En 1933, año de la hambruna, las autoridades registraron a 151.601 fallecidos de los 1.142.000 colonos especiales contabilizados el 1 de enero de 1933. La tasa de mortalidad anual era, por lo tanto, del 6,8 por 100 aproximadamente en 1932, y del 13,3 por 100 en 1933. Para los años 1930-1931 no se dispone más que de datos parciales, pero son elocuentes: en 1931, la mortalidad era de 1,3 por 100 entre los deportados del Kazajstán, de 0,8 por 100 al mes entre los de Siberia occidental. En cuanto a la mortalidad infantil, oscilaba entre el 8 y el 12 por 100… mensual, con máximos del 15 por 100 al mes en Magnitogorsk. Del 1 de junio de 1931 al 1 de junio de 1932, la mortalidad entre los deportados en la región de Narym, en Siberia occidental, alcanzó el 11,7 por 100 al año. Globalmente es poco probable que en 1930-1931 la tasa de mortalidad haya sido inferior a la de 1932: sin duda se aproximaba o incluso sobrepasaba el 10 por 100 anual. Así, en tres años, se puede estimar que al menos 300.000 deportados murieron en la deportación24.

      Para las autoridades centrales, preocupadas por «rentabilizar» el trabajo de aquellos que designaban bajo el término de «desplazados especiales» o, a partir de 1932, de «colonos de trabajo», la deportación-abandono no era nada más que un mal menor imputable, como escribía N. Puzitski, uno de los dirigentes de la GPU encargado de los colonos de trabajo, «a la negligencia general y a la miopía política de los responsables locales que no han asimilado la idea de colonización por los antiguos kulaks»25.

      En marzo de 1931, para poner fin al «insoportable atolladero de mano de obra deportada», fue puesta