Andrzej Paczkowski

El libro negro del comunismo


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de 1933 se multiplicó por 10 en relación con la media: 100.000 fallecidos en junio de 1933 en la región de Járkov, frente a 9.000 en junio de 1932. Es preciso señalar que un número de fallecimientos muy numeroso ni siquiera fue registrado. Las zonas rurales, por supuesto, fueron golpeadas más duramente que las ciudades, pero estas tampoco quedaron a salvo. Járkov perdió en un año más de 120.000 habitantes, Krasnodar 40.000 y Stavropol 20.000.

      Fuera de la «zona del hambre», las pérdidas demográficas, debidas en parte a la escasez, no fueron desdeñables. En las zonas rurales de la región de Moscú, la mortalidad aumentó un 50 por 100 entre enero y junio de 1933. En la ciudad de Ivanovo, teatro de motines de hambre en 1932, la mortalidad subió un 35 por 100 en el curso del primer semestre de 1933. Para el año 1933 y para el conjunto del país, se observa una sobretasa de fallecimientos superior a los seis millones. Al deberse la inmensa mayoría de esta sobretasa al hambre, el balance de esta tragedia se puede ciertamente estimar en seis millones de víctimas aproximadamente. El campesinado de Ucrania pagó el tributo más pesado con al menos cuatro millones de muertos. En Kazajstán se produjo un millón de muertos aproximadamente, sobre todo entre la población nómada privada de todo su ganado desde la colectivización y sedentarizada a la fuerza. En el Cáucaso del Norte y en la región de las tierras negras se produjo un millón de muertos…17.

       Extractos de la carta enviada por Mijaíl Shólojov, autor de El Don apacible, el 4 de abril de 1933 a Stalin

      Camarada Stalin:

      El distrito Veshenski, como muchos otros distritos del norte del Cáucaso, no ha cumplido el plan de entrega de cereales no por culpa de algún «sabotaje kulak», sino de la mala dirección local del partido…

      En el mes de diciembre pasado, el comité regional del partido envió para «acelerar» la campaña de recogida a un «plenipotenciario», el camarada Ovchinnikov. Este adoptó las medidas siguientes: 1) requisar todos los cereales disponibles, incluido el «anticipo» entregado por la dirección de los koljozes a los koljozianos para simiente de la cosecha futura, 2) repartir por hogares las entregas debidas al Estado por cada koljoz. ¿Cuáles han sido los resultados de estas medidas? Cuando comenzaron las requisas, los campesinos se pusieron a ocultar y a enterrar el trigo. Ahora, algunas palabras sobre los resultados numéricos de todas estas requisas. Cereales «encontrados»: 5.930 quintales… Y ahora algunos de los métodos empleados para obtener esas 593 toneladas, de las que una parte llevaba enterrada… ¡desde 1918!

      El método del frío… Se desnuda al koljoziano y se le pone «al fresco», completamente desnudo, en un hangar. A menudo se ponía «al fresco» a los koljozianos por brigadas enteras.

      El método del calor. Se rocían los pies y las faldas de las koljozianas con keroseno y se las prende fuego. Después se apaga y se vuelve a empezar…

      En el koljoz Napolovski, un tal Plotkin, «plenipotenciario» del comité de distrito, obligaba a los koljozianos interrogados a tenderse sobre una placa calentada al rojo vivo, después los «descalentaba» encerrándolos desnudos en un hangar…

      En el koljoz Lebyazhenski se situaba a los koljozianos a lo largo de un muro y se simulaba una ejecución…

      Podría multiplicar hasta el infinito este tipo de ejemplos. No se trata de «abusos», no, ese es el método corriente de recogida del trigo…

      Si le parece que mi carta es digna de exigir la atención del Comité Central, envíe aquí a verdaderos comunistas que tendrán el valor de desenmascarar a todos aquellos que han asestado un golpe mortal a la construcción koljoziana en este distrito… Usted es nuestra única esperanza.

      Suyo Mijaíl Shólojov.

      (Archivos presidenciales, 45/1/827/7-22.)

       Y la respuesta de Stalin a M. Shólojov, el 6 de mayo de 1933

      Querido camarada Shólojov:

      He recibido sus dos cartas. La ayuda que me pide ha sido concedida. He enviado al camarada Shkiryatov para que desenrede los asuntos de los que me habla. Le ruego que le ayude. Ya está. Sin embargo, camarada Shólojov, eso no es todo lo que deseaba decirle. En realidad, sus cartas proporcionan una visión que yo calificaría de no objetiva y, a ese respecto, desearía escribirle algunas palabras.

      Le he agradecido sus cartas que indican una pequeña enfermedad de nuestro aparato, que muestran que deseando hacer las cosas bien, es decir, desarmar a nuestros enemigos, algunos de nuestros funcionarios del partido se enfrentan con nuestros amigos y pueden incluso llegar a ser francamente sádicos. Pero que me percate de eso no significa que esté de acuerdo EN TODO con usted. Usted ve UN aspecto de las cosas, y no lo ve mal. Pero solo es UN aspecto de las cosas. Para no equivocarse en política —y sus cartas no son literatura, sino que son pura política— hay que saber ver EL OTRO lado de la realidad. Y el otro aspecto es que los respetados trabajadores de su distrito —y no solo del suyo— estaban en huelga, llevaban a cabo un sabotaje y ¡estaban dispuestos a dejar sin pan a los obreros y al Ejército Rojo! El hecho de que ese sabotaje fuera silencioso y en apariencia pacífico (sin derramamiento de sangre) no cambia en absoluto el fondo del asunto, a saber, que los respetados trabajadores llevaban a cabo una guerra de zapa contra el poder soviético. ¡Una guerra a muerte, querido camarada Shólojov!

      Por supuesto, estas especificidades no pueden justificar los abusos que, según usted, han sido cometidos por los funcionarios y los culpables tendrán que responder de su comportamiento. Pero resulta tan claro como el agua que nuestros respetados trabajadores no son inocentes corderos, como podría pensarse leyendo sus cartas.

      Que siga usted bien.

      Le estrecha la mano. Suyo I. Stalin.

      (Archivos presidenciales, 3/61/549/194.)

      Cinco años antes del gran terror que golpeará en primer lugar a la intelligentsia y a los cuadros económicos del partido, la gran hambruna de 1932-1933, apogeo del segundo acto de la guerra anticampesina iniciada en 1929 por el Partido-Estado, aparece como un episodio decisivo en la puesta en funcionamiento de un sistema represivo experimentado paso a paso, y según las oportunidades políticas del momento, contra uno u otro grupo social. Con su cortejo de violencias, de torturas, de envío a la muerte de poblaciones enteras, la gran hambruna pone de manifiesto una formidable regresión, a la vez política y social. Se asiste a una multiplicación de los tiranos y de los déspotas locales, dispuestos a todo con tal de arrancar a los campesinos sus últimas provisiones, y a una instalación de la barbarie. Los abusos se convirtieron en práctica cotidiana, los niños fueron abandonados, y el canibalismo reapareció con las epidemias y el bandolerismo. Se instalaron «barracones de la muerte», y los campesinos conocieron una nueva forma de servidumbre, bajo la férula del Partido-Estado. Como escribía con perspicacia Sergo Ordzhonikidze a Serguei Kírov en enero de 1934: «Nuestros cuadros que conocieron la situación de 1932-1933 y que soportaron el golpe están verdaderamente templados como el acero. Pienso que con ellos se construirá un Estado como la historia no ha conocido nunca».

      ¿Hay que ver en esta hambre, como lo hacen hoy en día algunos publicistas e historiadores ucranianos, un «genocidio del pueblo ucraniano»18? Resulta innegable que el campesinado ucraniano fue la principal víctima de la hambruna de 1932-1933 y que este «ataque» fue precedido desde 1929 por varias ofensivas contra la intelligentsia ucraniana, acusada en primer lugar de «desviación nacionalista», y después, a partir de 1932, contra una parte de los comunistas ucranianos. Se puede sin duda, retomando la expresión de Andrei Sajarov, hablar de «ucranofobia de Stalin». Sin embargo, resulta también importante señalar que proporcionalmente la represión por el hambre afectó de la misma manera a las zonas cosacas del Kubán y del Don, y de Kazajstán. En esta última república, desde 1930, la colectivización y la sedentarización forzada de los nómadas habían tenido consecuencias desastrosas. El 80 por 100 del ganado fue diezmado en dos años. Desposeídos de sus bienes, reducidos al hambre, dos millones de kazakos emigraron, cerca de medio millón hacia Asia central y un millón y medio aproximadamente hacia China.

      En realidad, en numerosas regiones, como Ucrania, las regiones cosacas, e incluso ciertos