Neila Oliveira

Vaso de barro


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del Señor”. Sentía mucha curiosidad por encontrarme con ella. Quería hacerle tantas preguntas...

      –¡Qué pena que la señora Elena no puede estar presente en la reunión! –comenté a Gary–. Una vez, la escuché predicar en la iglesia a la que asisto. Aunque era muy pequeña, me acuerdo que quedé impresionada con su mirada suave y su voz firme cuando hablaba.

      –Realmente es una pena... –Gary me miró–. Escuché a mi padre decir que la caída que sufrió hace algunos meses fue bastante seria. Ella estaba entrando en su cuarto de estudios el sábado 13 de febrero por la mañana, cuando tropezó y se cayó. Como la señora Elena no conseguía levantarse, fueron a buscar ayuda y se dieron cuenta que el accidente era grave. Una fractura en la cadera a los 87 años es algo muy complicado. Ya hace cinco meses que no puede caminar, y ahora pasa la mayor parte del tiempo en la cama o en una silla de ruedas.

      –Tengo ganas de conversar con ella... –dije, pensativa–. Mi padre va a ir al sanatorio de Santa Helena cuando termine la reunión campestre de verano. Voy a preguntarle si me lleva; así, aprovecho para visitar a la señora Elena.

      –¡Esa es una buena idea! –Gary me incentivó–. La propiedad de ella se llama Elmshaven, y queda muy cerca del sanatorio de Santa Helena, en Napa Valley. ¡Mira, mira! Van a comenzar los testimonios...

       Dios desea revelar hoy, por medio de los jóvenes y los niños, las mismas poderosas verdades que reveló mediante estos hombres. Las historias de José y Daniel son una ilustración de lo que el Señor hará por los que se entregan a él y se esfuerzan de todo corazón por llevar a cabo su propósito.

       Elena de White

      Capítulo 2

      Noticia triste

      Parecía que aquel viernes, 16 de julio de 1915, sería un día común en el campamento. Tuvimos las reuniones como de costumbre, y los preparativos para el sábado comenzaron a realizarse. Era posible ver a las personas agitadas, yendo de un lado para el otro, para dejar todo listo antes de la puesta del sol.

      Yo estaba con mi madre en la carpa. Le comenté mi deseo de ir a Santa Helena con mi padre, para visitar a la señora Elena.

      –No veo ningún problema, querida. Si tu padre está de acuerdo... Por mí, está todo bien.

      Conversamos un poco más. Entonces, percibí un movimiento extraño afuera. Algunas mujeres estaban en una ronda, y parecía que una de ellas estaba llorando. Mi padre llegó cabizbajo y, antes de que yo pudiera decir algo sobre mi idea, miró a mi madre y anunció:

      –Acabamos de recibir un telegrama informando que la señora de White falleció hoy... a las 3:40 de la tarde, en su casa, en Elmshaven. La mensajera del Señor ahora está descansando...

      No podía creer aquellas palabras cuando las escuché. La señora Elena estaba muerta... ¡Era demasiado tarde! Nunca más tendría la chance de encontrarme con ella y conversar personalmente. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

      Mi madre preguntó más detalles a mi padre.

      –Todavía no tenemos muchas informaciones –dijo–. Pero supe que falleció de forma tranquila, como un niño que se adormece para descansar, sin dolor ni sufrimiento. Algunos días antes, ella ya no parecía consciente de lo que sucedía a su alrededor, pues no se comunicaba más y aparentemente tampoco escuchaba nada.

      –No tengo dudas de que ella fue un vaso elegido por Dios –dijo mi madre con solemnidad.

      “¿Vaso?”, pensé. “¿Por qué mi mama está comparando la vida de la señora Elena con un vaso?” Bueno, yo no lo sabía en aquel momento, pero esa era una pregunta para la que tendría una respuesta en breve.

      El resto de aquel día en el campamento fue muy diferente de los anteriores. Por otro lado, había mucho movimiento. Mi padre se ausentó para una reunión con los organizadores del congreso campestre.

      Mientras fui a buscar agua para que mi madre terminara las tareas del viernes, encontré a Gary en el camino.

      –¿Te enteraste del fallecimiento de la señora Elena? –pregunté, con la voz triste.

      El azul de los ojos de Gary parecía más intenso en aquel atardecer. Él movió la cabeza afirmativamente.

      –Sí, me enteré –Gary tomó gentilmente el balde de mis manos y comenzó a acompañarme hasta el lugar en el que era distribuida el agua–. Como falleció hoy, escuché decir que el funeral en Elmshaven será recién el domingo.

      –Mi padre está reunido con los organizadores –le dije con la cabeza baja–. Creo que va a conseguir más informaciones respecto de los procedimientos para el funeral.

      –Todos están muy tristes por la noticia... –comentó Gary–. Desde muy pequeño escucho la historia sobre la señora Elena y su esposo, el pastor Jaime. Dios los usó poderosamente para establecer la obra de las publicaciones, fundar los colegios que existen hasta hoy y organizar la iglesia para que cumpla el papel para el cual Dios la creó.

      Gary comenzó a hablar con entusiasmo sobre algunos viajes en tren, en carroza y en trineo, que el matrimonio había realizado a lo largo del tiempo. Soportaron el frío intenso en algunas situaciones, pasaron por campos poco habitados y estuvieron en peligros, en otras. Pero siempre contaron con la protección de Dios.

      Quedé impresionada con todo lo que Gary conocía acerca de la señora Elena y su esposo. Gary era apenas dos años mayor que yo, pero sabía muchas cosas. Por el hecho de que su familia vivía en Battle Creek, tenía más acceso a las noticias relacionadas con la vida de la señora Elena. Pasé a mirar a Gary con admiración y descubrí, en aquel atardecer, que teníamos algo en común: el interés y el gusto por las increíbles historias sobre el inicio de la iglesia; especialmente las que concernían a hombres y a mujeres que dedicaron sus vidas al servicio de Dios.

      Llenamos el balde, y Gary se ofreció para llevarlo hasta nuestra carpa. Le agradecí, pues ahora estaba pesado.

      Llegamos a tiempo para escuchar que mi padre estaba contando a mi madre una novedad que nos trajo un poco de alegría. Los oficiales de la Asociación de la Unión del Pacífico y de la Asociación de California habían solicitado que también fuese realizada una ceremonia en Richmond, en el campamento, al día siguiente del funeral de la señora Elena en Elmshaven.

      No creí lo que estaba escuchando. Yo, Anna Beatrice, tendría la oportunidad de presenciar la ceremonia de despedida de Elena de White. Mi padre no entendió nada cuando me aproxi­mé a él y le di un beso en la mejilla; solamente Gary comprendió mi actitud. Mi padre miró a mi madre, y apenas se sonrió. Se trataba de algo triste, era verdad, pero me puse feliz con el regalo que Dios me estaba dando. Aquella ceremonia cambiaría para siempre mi vida.

      Capítulo 3

      Refugio de los olmos

      Mientras en Richmond los organizadores del campamento comenzaban los preparativos, en Elmshaven las personas encargadas de la organización intentaban agilizar las cosas. Por medio de llamadas telefónicas y telegramas, la noticia del fallecimiento llegó a muchas de las iglesias a tiempo para ser comunicada en los anuncios del sábado por la mañana. El atardecer del viernes, Henry y Herbert, los nietos gemelos de la señora de White, realizaron invitaciones a la ceremonia fúnebre, que fueron enviadas a cerca de 220 familias de la región. En ellas, se leía lo siguiente:

      “Usted y su familia son respetuosamente invitados a participar del funeral de la señora Elena G. de White en su residencia, ‘Elmshaven’, próxima al sanatorio de Santa Helena, California, el domingo 18 de julio de 1915, a las 5 de la tarde”.

      Los más importantes medios de comunicación impresa divulgaron la noticia y un resumen de su vida. Ella se había transformado en una figura pública y su fallecimiento era algo relevante. El texto había sido preparado con anticipación, pues la familia sabía que ella podría ir al descanso en cualquier momento.

      El sábado