Él nos escuchará.
Un Funcionario Real
Juan 4:43-54
Fe en Acción
Él era un funcionario real al servicio de Herodes Antipas, el gobernador de Galilea y a quien la gente generalmente llamaba su rey. Este funcionario, que vivía en Cafarnaúm, parecía más un judío que un gentil. Él había llegado a la ciudad de Caná, el lugar donde en una boda Jesús había convertido el agua en vino, a ver a Jesús.
El motivo de su viaje era que su hijo estaba gravemente enfermo. El funcionario era conciente de los poderes sanadores de Jesús. La gente en Cafarnaúm podía testificar acerca de los numerosos milagros que Jesús había hecho: sanar enfermos, expulsar demonios, devolver la vista a los ciegos, hacer que un paralítico se levante y camine y resucitar a un muerto. Cuando el funcionario escuchó que Jesús había salido de Judea y llegado a Galilea, viajó siete horas a pie hasta Caná y le suplicó al Señor que viniera y sanara a su hijo que estaba a las puertas de la muerte.
Pero Jesús respondió al ruego del funcionario de la misma manera que lo había hecho con la mujer en Tiro. Él le dio una respuesta desalentadora: “Ustedes nunca van a creer si no ven señales y prodigios” (Juan 4:48). Jesús quería que el hombre no pusiera su fe en el milagro de la sanidad, sino en la divinidad de Jesús.
La mujer siro-fenicia había respondido dirigiéndose a Él como Señor, Hijo de David, para identificar su divinidad. Pero el funcionario romano no utilizó tales términos teológicos para lograr que Jesús sanara a su hijo. Él muy cortésmente se dirigió a Jesús como Señor y luego le imploró bajar antes de que su pequeño hijo muriera. Él indicó que el tiempo era esencial y puso la urgencia de este caso delante de Jesús. En un sentido, Él hizo a Jesús responsable. La idea de que Jesús pudiera resucitar a su hijo de la muerte no pasaba por su mente aún. Él sólo veía la necesidad del momento.
Jesús atendió la súplica del funcionario y le dijo, “Vuelve a casa, que tu hijo vive” (Juan 4:50). Con esta orden, Jesús quiso probar la fe del hombre y ver si lo haría. Y así sucedió, porque aquel padre se aferró a la palabra de Jesús y creyó que Él había sanado a su hijo simplemente con decirlo, e inmediatamente regresó a Cafarnaúm.
Como era tarde, él tuvo que pasar la noche en una posada del camino y continuar su viaje al día siguiente. Él tuvo que caminar cuesta abajo desde las colinas de Caná hasta la parte baja, a doscientos cincuenta metros bajo el nivel del mar, cerca de Cafarnaúm que estaba situada en las orillas del Lago de Galilea. Viajando a pie a una velocidad de cinco kilómetros por hora, el padre debió llegar a Cafarnaúm a eso del mediodía del día siguiente. Cuando él se acercaba a Cafarnaúm, sus sirvientes salieron a su encuentro con la noticia de que su hijo estaba vivo y bien. La noticia fue tan estimulante que ellos habían dejado la casa para ir a encontrarse con él.
Un Gozo Exuberante
El funcionario quiso saber la hora exacta en que el milagro de sanidad había ocurrido. Los sirvientes le dijeron que la fiebre había desaparecido a la una de la tarde del día anterior. A esa hora Jesús le había dicho que volviera a casa porque su hijo vivía. Él se alegró con toda su casa de que Jesús fuera el Gran Médico. Él había puesto su fe en Jesús cuando Él dijo, “tu hijo vive,” y su fe no fue avergonzada. La palabra de Jesús fue verdadera y su respuesta a la fe del hombre fue segura. Dios recompensa a quienes lo buscan seriamente.
La consecuencia de este milagro no fue sólo que el funcionario creyera, sino que también toda su familia pusiera su fe en Él, incluyendo a sus sirvientes y familiares cercanos. Este funcionario de alto rango fue capaz de ganar a la gente que estaba a su cargo para que a su vez ellos pudieran influenciar a muchos otros en Cafarnaúm y otros lugares.
Aplicación.
Un antiguo adagio dice: “La familia que ora unida, permanece unida.” Y este proverbio es relevante aún hoy día cuando nuestras ocupadas agendas compiten con nuestro devocional familiar diario. Como familia, con frecuencia fallamos en traer nuestras necesidades a Dios en oración, dejamos de esperar atentos su respuesta y olvidamos expresar nuestra gratitud por las oraciones contestadas. El tema de fondo es que Dios desea que vengamos a Él con fe con nuestras peticiones y nuestra alabanza de gratitud. Y sabemos que Él nos escucha cuando le pedimos de acuerdo con su voluntad.
El Padre de un Muchacho Epiléptico
Mateo 17:14-23 • Marcos 9:14-32 • Lucas 9:37-45
El Fracaso de los Discípulos
La epilepsia es una enfermedad que ataca el sistema nervioso central de una persona, causando convulsiones y períodos de inconsciencia. En los tiempos bíblicos, un epiléptico era llamado lunático, debido a que las fases de la luna afectaban su comportamiento. En los tiempos modernos, hay medicinas que previenen tales ataques y hacen posible que la gente lleve una vida normal, pero ese no fue el caso de cierto muchacho galileo que en tiempos de Jesús sufría de ataques de epilepsia. Sus padres aseguraban que un espíritu maligno lo arrojaba al piso, al agua y algunas veces al fuego. Si no hubiera sido por el atento cuidado de sus padres, el muchacho habría muerto. Ellos intentaron todo para encontrar una cura para la enfermedad de su niño, pero los años pasaron y nada funcionaba y el demonio continuaba controlándolo a su antojo.
El padre había escuchado acerca del poder sanador de Jesús y probablemente había conocido gente a quien le había sido restaurada su vigorosa salud. Él tomó a su hijo y salió con él en busca de Jesús. Eventualmente ellos llegaron a una alta montaña, probablemente el Monte Hermón, donde no encontraron a Jesús, pero sí a sus discípulos cerca de la base de la montaña. Ellos le dijeron al padre que Jesús había subido al monte con tres de sus discípulos y que en un momento regresaría. Así que el padre confió en aquellos nueve que quedaron.
El hombre les dijo a los discípulos que su hijo tenía ataques de epilepsia y que su enfermedad era causada por un demonio que lo poseía. Algunos de los discípulos dijeron que ellos habían expulsado demonios en el nombre de Jesús. Cuando el padre escuchó esto, le pidió a uno de ellos que expulsara al demonio para que su hijo pudiera ser sanado.
Primero Andrés trató de expulsar el demonio. En el nombre de Jesús, él le dijo al espíritu impuro que dejara al muchacho, pero su intento fue infructuoso. Luego Felipe lo intentó e igualmente falló y lo mismo pasó con Mateo y Tomás. En lugar de obedecer a los discípulos, el demonio agarró al muchacho, lo arrojó al piso y le hizo crujir los dientes. El muchacho echó espuma por la boca y se puso rígido. Tras repetidos y fallidos intentos, los discípulos entendieron que su situación era desesperada.
Mientras tanto, algunos maestros de la Ley empezaron a discutir con una multitud de personas que habían llegado. Ellos recordaron que una vez Jesús había expulsado un demonio de un hombre ciego y mudo y que algunos expertos en la Ley habían acusado a Jesús de expulsar demonios en el nombre de Satanás. Ahora estos maestros volvían y empezaban a discutir con los discípulos. Al no ser capaces de expulsar al demonio de un muchacho epiléptico, estos aprendices de Jesús probaron que Satanás tenía el pleno control y no ellos.
Justo entonces, Jesús bajó de la montaña con los tres discípulos y vio la escena. Tan pronto como la gente y los nueve discípulos vieron a Jesús, se sorprendieron. En la montaña, Jesús había sido transfigurado en gloria celestial. Aún después que Él bajó, los rasgos de esta gloria eran aún evidentes. Ellos corrieron a saludarlo; también los maestros de la Ley se acercaron a Jesús. Los nueve discípulos sabían que, aunque ellos no habían podido expulsar al demonio, Jesús sí lo haría.
Jesús le preguntó a la gente acerca de qué estaban discutiendo con aquellos maestros de la Ley. Entonces, el padre del muchacho epiléptico se dirigió a Jesús y respetuosamente lo llamó Maestro. Haberlo hecho en la presencia de los maestros de la Ley fue algo más que sorprendente, porque el padre reconoció que Jesús era el Maestro Supremo que nunca le fallaría. Las palabras fluyeron de su boca como una cascada. Él quiso confiar en Jesús y decirle que su hijo era sólo un niño. El padre le suplicó que mirara al muchacho y le evitara estos