Simon J. Kistemaker

Las Conversaciones de Jesús


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      Jesús vino a la tierra en forma humana y de esta manera llegó a ser uno de nosotros, pero sin pecado. Debido a esa cercana relación con nosotros, la gente a menudo olvida que Él es el Hijo de Dios, el Santo, y, que demanda de nosotros el mayor respeto.

      Si nosotros le pedimos cualquier cosa con fe en el nombre de Jesús, Él nos escucha y actúa sobre nuestras peticiones. Él nos ha dado esta promesa: “Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, Yo lo haré” (Juan 14:14).

      Nosotros debemos recordar que Jesús nunca queda en deuda con nosotros cuando le demostramos nuestro amor a Él y a nuestro prójimo. No podemos reclamar ningún premio o mérito por realizar una buena acción. En vez de eso, humildemente confesamos que todos nuestros actos son incompletos e imperfectos ante sus ojos. Sus bendiciones, entonces, no son una respuesta a nuestras buenas obras, sino que nacen de su gracia y debido a que Él es bueno con nosotros en Cristo Jesús.

      Una Mujer Sirofenicia

      Mateo 15:21-28 • Marcos 7:24-30

      Una Gentil de Fe

      Ella vivía cerca de Tiro, un puerto sobre la costa mediterránea. Ella no había nacido allí, pero había migrado desde Siria Fenicia, un área que ahora comprende la moderna Siria y el Líbano, a donde había llegado proveniente de Grecia. Ella había escuchado acerca de Jesús, porque en esta ciudad Él era el tema de conversación de toda la gente debido a los milagros que había realizado en Israel y Galilea, y también, porque al enseñar en Galilea, Él había denunciado a los pueblos de Betsaida, Cafarnaúm y Corazín, por su falta de fe en Él. Jesús les había dicho que, si los milagros que Él había realizado en esos sitios hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, ellos se hubieran arrepentido hacía mucho tiempo echándose cenizas y vistiendo ropas ásperas.

      Toda la gente enferma o poseída por espíritus demoníacos, esperaba ver a Jesús y pedirle que los sanara. Mucha gente de las ciudades costeras de Tiro y Sidón habían ido a Galilea para escuchar el mensaje de Jesús. Pero no todos habían podido viajar hasta la tierra de Israel. Ahora Jesús había decidido venir a Tiro. Él deseaba estar a solas con sus discípulos, lejos de toda la oposición que se había endurecido en Galilea.

      Cuando Jesús llegó a Tiro, entró a una casa y le pidió al dueño privacidad y que mantuviera su presencia en secreto, pero eso fue imposible. Mientras Jesús y sus doce discípulos entraban a la ciudad, Él fue reconocido. La noticia se regó como un fuego incontenible por toda la ciudad.

      Tan pronto Jesús entró a Tiro, la mujer sirofenicia se acercó a Él probablemente hablando en griego. Ella lo había reconocido y con voz alta se dirigió a Él como Señor, Hijo de David. Este título era comúnmente utilizado por los judíos para identificar al Mesías prometido, aunque también era conocido entre los gentiles. La mujer se dirigió a Él decente y reverentemente de ambas maneras, como Señor y Mesías, mostrando su fe en Jesús como el único Ungido de Dios.

      La petición de la mujer era urgente: su hija estaba poseída por un demonio y sufría una tortura mental que la mermaba totalmente. La mujer estaba perturbada por no poder curar a su hija y porque nadie la había podido ayudar.

      Cuando ella vio a Jesús, supo que la ayuda estaba cerca. Una y otra vez ella le gritaba a Jesús, pero Él actuaba como si ella no existiera. Eventualmente, sus repetidos gritos enojaron a sus discípulos que le pidieron a Jesús que la enviara lejos. Para ellos, ella era sólo una mujer gentil, que no merecía ser escuchada.

      Con sus gritos, ella creaba una distracción intolerable. Los discípulos deseaban protegerlo a Él de la vergüenza que ella les causaba. Pero Jesús tuvo una actitud diferente. Él deseaba probar la fe de la mujer y mostrar a sus discípulos que la fe no sólo se encontraba entre los judíos, sino también entre los gentiles.

      La Persistencia es Recompensada

      Jesús respondió a los continuos gritos de la mujer diciéndole que Él había sido enviado a los perdidos que pertenecían a la nación de Israel. Esa fue su forma indirecta de preguntarle a ella por qué Él debía atender su petición. Arrodillándose delante de Él, ella le imploró insistentemente que tuviera misericordia: “¡Señor, ayúdame!” (Mateo 15:25).

      El trato aparentemente duro que ella recibió fue para su beneficio y también fue una lección para sus discípulos. Jesús deseaba que ellos observaran la fe de esta mujer. Él le dijo a ella que no sería correcto tomar el pan que era para los hijos y dárselo a las mascotas, los perros. Los niños tienen derechos y privilegios en la familia, pero no los perros. A pesar de esto, los perros merecen ser alimentados sin ser puestos jamás al nivel de los niños. Una vez más, la mujer replicó, ahora convincentemente y al punto: “Sí Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos” (Mateo 15:27). Ella se dirigió en tres ocasiones a Jesús como Señor y en la tercera, ella usó las mismas palabras de Jesús, recordándole que los perros consumen la misma comida que los niños.

      Jesús exaltó a la mujer por su gran fe y le concedió su petición. Su persistencia recibió una respuesta favorable. Él había dicho a sus discípulos que, si ellos tuvieran una fe como del tamaño de una semilla de mostaza, la más pequeña de las semillas del jardín, serían capaces de mover montañas. Pero ella era una gentil, que no había crecido bajo las enseñanzas de las Escrituras en la sinagoga, como los judíos. Su conocimiento de Jesús era de oídas y aún así, ella creyó que Jesús era el Señor, el Hijo de David, el Mesías.

      Sólo con pronunciar una palabra, Jesús sanó a su hija, pues el demonio la dejó en ese justo momento. Cuando la mujer regresó a casa, encontró a su hija acostada en la cama, aliviada y con la mente sana. ¡Cuánta alegría y gratitud había en aquella casa! Ella podía contar lo que Jesús había hecho por ella a pesar de que Él no había entrado bajo su humilde techo. La restauración de su hija se convirtió en la noticia del día en Tiro. En consecuencia, el nombre y el mensaje de Jesús se extendieron por toda la región.

      ¿Por qué Jesús prolongó la ansiedad de la mujer, sin responderle con prontitud? Podríamos decir que Jesús deseaba probar su fe y eso es correcto. Pero eso no nos cuenta toda la historia. De nuevo podríamos decir que Jesús quería que sus discípulos aprendieran una lección ejemplificada por la fe y no de un hijo o hija de Abraham, sino de una gentil, y, eso es correcto también, pero de nuevo eso está muy lejos del blanco.

      La respuesta se encuentra en las enseñanzas de Jesús, es decir, en la persistencia en la oración sin rendirse. Él enseñó constantemente a los creyentes que debían ir siempre a Dios en oración. Él les aseguraba que Dios escucha a quienes permanecen siempre en oración hasta que Él atiende sus peticiones.

      Durante su ministerio en la tierra, Jesús mantuvo con frecuencia a la gente esperando. Jairo tuvo que esperar para que Jesús sanara a su hija que estaba cerca de la muerte. Debido a que se había demorado en el camino, Jesús también llegó tarde y la niña había muerto. Pero Jesús demostró su poder al resucitarla a ella de entre los muertos. También María y Marta, habiendo enviado un mensaje urgente a Jesús acerca de la fatal enfermedad de su hermano Lázaro, experimentaron la demora del Señor en venir a salvarlo. Lázaro murió y las hermanas quedaron sumidas en el dolor y la pena. Pero una vez más, Jesús trajo al muerto de regreso a la vida para mostrar la gloria de Dios.

      Estos casos demuestran que el Señor prueba la fe y la persistencia de quienes le piden a Él, para que de esta manera su poder y su gloria puedan ser evidentes en sus vidas. De manera similar, Jesús quiso probar a la mujer sirofenicia en la ciudad de Tiro. Sin lugar a duda, ella demostró ser una mujer que puso su gran fe en acción.

      Aplicación

      En su primera epístola, Juan escribe que si nosotros le pedimos a Dios cualquier cosa que esté de acuerdo con su voluntad, Él atiende nuestra petición. Él nos deja saber que Dios ya la ha apartado para nosotros. Nosotros oramos pidiendo: “Danos hoy nuestro pan cotidiano” (Mateo 6:11). Pedimos el alimento y lo recibimos porque el pan ya nos ha sido dado en el momento que se lo pedimos a Dios.

      ¿Por qué Dios parece hacerse el de