el hombre podía a menudo cortarse a sí mismo con rocas afiladas y caminar por ahí desnudo, lo cual acentuaba su apariencia salvaje. Su mirada sanguínea era tan fiera que cualquiera se asustaba hasta la muerte de estar cerca de él. En todo momento, su terrible mirada y sus gritos podían ser vistos y escuchados de lejos y cerca, mientras se movía entre las cuevas y colinas. La gente no sabía qué hacer con él y todos estaban nerviosos.
Cuando el endemoniado vio a Jesús dejando las barcas y asentando el pie en la tierra, corrió hacia Él. Pero en vez de atacar a Jesús, cayó sobre sus rodillas y lo adoró. Los demonios que lo poseían inmediatamente reconocieron a Jesús y se dieron cuenta de su poder sobre ellos. Un demonio, el que hablaba por todos, gritó con todas sus fuerzas: “¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?” (Marcos 5:7).
Él supo que incluso con toda su fuerza combinada, espiritual y física, los demonios nunca podrían derrotar a Jesús. Ellos podrían haber hecho que el hombre corriera lejos de Jesús, pero como las moscas atraídas a la luz, estos demonios fueron irresistiblemente atraídos a Jesús y tuvieron que reconocer su autoridad divina.
La Suerte de los Demonios
Los demonios reconocieron que Jesús poseía un poder divino. Invocando a Dios, ellos le pidieron a Jesús con gritos fuertes: “¡Te ruego por Dios que no me atormentes!” (Marcos 5:7). Él sabía muy bien que el Señor tenía la autoridad para enviarlo a él y a sus seguidores directamente al infierno.
De esta manera, el endemoniado entendió el aterrador poder de los numerosos demonios que lo poseían, sintiendo cómo ellos no podían hacer nada en la presencia del Hijo de Dios, pues Jesús ordenó a los demonios que dijeran su nombre y ellos añadieron a su respuesta la explicación de que “somos muchos.” El propósito de Jesús era sanar al hombre, liberándolo de esta opresión demoníaca. Jesús se acercó de nuevo al endemoniado, sacando de su cuerpo a sus muchos ocupantes no deseados. Lo primero que hizo fue restaurar al hombre y lo segundo, fue despachar a los espíritus malignos.
Los demonios, temerosos de que Jesús pudiera devolverlos al infierno para hacerlos prisioneros en horribles celdas hasta el juicio final, le imploraron a Jesús que no los enviara fuera del área, sino que les permitiera entrar en una manada de miles de cerdos que andaban por allí. Jesús se los permitió y la manada de cerdos poseída corrió hacia una ladera sobre el Lago de Galilea y se ahogó.
Mientras los demonios residieron en el hombre, intentaron destruirlo, pero no pudieron. Aún así, cuando ellos entraron en los cerdos, inmediatamente causaron una gran destrucción de la vida. Jesús escuchó su petición y se dio cuenta plenamente que el tiempo que ellos pasarían dentro de los cerdos sería corto. Él les asignó a ellos estar en el agua en lugar de estar en lugares salvajes alrededor de las cavernas. Los demonios deberían habitar lugares áridos y regiones no habitables, pero no en el agua. Ser despachados a las olas del Lago de Galilea, fue para ellos un castigo mayor.
¿Por qué Jesús permitía esta destrucción aparentemente injustificable de por lo menos 2.000 cerdos, ocasionando una gran pérdida para sus dueños? La destrucción devastó un significativo número de personas en esa área e interrumpió severamente la economía local.
En la Ley de Moisés, a los judíos se les prohibió ser dueños o consumir carne de cerdo, pues estos eran considerados animales impuros. Por el contrario, los dueños, gentiles, los mantenían y eran parte de su vida, alimentándolos, vendiéndolos y sacrificándolos. Ciertamente, Jesús no intentaba hacer gentiles a los judíos. Entonces, ¿por qué razón Jesús permitió que los demonios hiciesen su destructiva labor, empobreciendo a la población local? La respuesta es la siguiente:
1 Para rescatar a un ser humano de la tiranía de Satanás.
2 Para mostrar a los dueños de los cerdos, el valor de un ser humano.
3 Para enviar al hombre sano de regreso a su propia gente.
4 Para introducir a los gentiles a las buenas nuevas de Jesús.
Después de que los cerdos se ahogaron, sus pastores corrieron al pueblo y al campo para llevar la noticia de la devastación a sus dueños. Cuando la gente del pueblo encontró a Jesús y vieron al endemoniado vestido y en sus propios sentidos, se atemorizaron. Pudieron haber estado agradecidos con Jesús por haber echado fuera a los espíritus malignos y devolverle a uno de sus conciudadanos. Pero cuando consideraron la pérdida de sus posesiones, ellos le pidieron a Jesús irse de la región. Claramente, ellos preferían la riqueza material a los seres humanos. Debido a su invertida escala de valores, esta gente estaba en manos de Satanás y necesitaba ser liberada.
Jesús estuvo de acuerdo con su exigencia y se dirigió con sus discípulos al bote. Cuando estaba listo para abordar, el hombre que había estado poseído por el demonio le pidió permiso para acompañarlo, pero Jesús se rehusó. Él había sanado al hombre con el propósito de que regresase a su gente como un evangelista y les contase a ellos acerca de las maravillas que Dios había hecho en él.
El hombre regresó a casa y se convirtió en un misionero para sus propios conciudadanos. Él les contó que Jesús era el Hijo de Dios y que había venido a salvar a la gente de la tiranía del demonio. Ciertamente, él era la mejor clase de misionero que Jesús podía haber enviado a los gentiles, a la población gentil de los gerasenos, pues:
1 Él entendía plenamente el poder que Satanás tenía sobre los suyos.
2 Él podía testificar de la destrucción que el demonio había infligido en él y sobre los cerdos.
3 A pesar de que los ciudadanos, en su ignorancia, le habían pedido a Jesús que dejase la región, el hombre que había sufrido tanto por causa de los demonios, podía contarles a ellos del amor de Cristo y de su deseo de librarlos a todos ellos de las garras de Satanás.
4 Por último, este hombre podía llegar a ser un misionero, no como un judío, sino como un gentil que estaba totalmente en casa, entre sus conciudadanos, y que ahora era un instrumento de uso especial para el Señor.
Aplicación
La furia del Anticristo en el mundo de hoy es igualmente aterradora, como lo eran las fuerzas del demonio durante el ministerio de Jesús. Satanás sabe que su tiempo sobre la tierra es corto. Él envía a sus ángeles malos a destruir vidas humanas, distorsionar la verdad y dominar al mundo. A pesar de esto, el mensaje del Evangelio penetra en cada país y es imparable. Satanás no ejerce una autoridad suprema; en lugar de eso, Cristo Jesús es Rey de Reyes y Seños de Señores. La Escritura nos enseña que Jesús es quien sale victorioso en la batalla espiritual contra Satanás y que, con Él, nosotros somos y seremos victoriosos.
Juan el Bautista
Mateo 11:1-19 • Juan 1:15-36
Comienzos Prometedores.
Los escritores de los Evangelios identifican a Juan el Bautista, como un mensajero llamado por Dios. Su mensaje a la gente era que se arrepintieran y se bautizaran. Él era un profeta genuino enviado por Dios a Israel quinientos años después de que Malaquías, el último profeta del Antiguo Testamento, había profetizado acerca de él.
Malaquías había profetizado que después de él vendría un heraldo que prepararía el camino para el Señor. Este heraldo vendría vestido como el profeta Elías, sin temor, proclamando la Palabra de Dios. Juan, de hecho, había aparecido en el espíritu y el poder del profeta Elías para preparar a la gente para la venida del Mesías. Él sirvió como el anunciador de Jesús, el que preparó el camino delante de Él.
Juan nació en el seno de una familia de sacerdotes. Su madre, Elizabeth, era una descendiente directa del Sumo Sacerdote Aarón, y su padre, Zacarías, era un sacerdote que servía en el Templo de Jerusalén. Juan creció en las colinas del campo de Judea, probablemente al sur de Jerusalén. Él estaba plenamente familiarizado con el área del desierto del sur y occidente de la ciudad capital y con la región del Valle del Bajo Jordán.
Juan nació alrededor de un año y medio antes de Cristo y estaba relacionado con Él por medio de Elizabeth, su madre. Los