Angy Skay

Eternamente


Скачать книгу

igual. Ya lo aclararemos en otro momento. Disfrutad de la cena, no vaya a ser que a alguien le siente mal. —Y me mira mí.

      Esto no es una indirecta, sino una directa con señales luminosas. Terminamos de cenar y todo el mundo se va a sus respectivas habitaciones. Me dirijo a la cocina para beberme un vaso de agua y no se me ocurre ni encender la luz, hasta que veo la puerta del frigorífico abierta y pego un brinco del susto. A continuación, oigo como si apretaran una especie de espray y miro por la otra esquina. ¿Qué coño es eso? Veo a Bryan al lado de la nevera… ¡zampándose un bote de nata!

      —¡Joder, qué susto!

      Se asusta también; casi se ahoga con la nata que lleva en la boca. Le doy un vaso de agua, gesto que me agradece con la mirada cuando empieza a toser como un descosido. No puedo aguantar más y empiezo a reírme como una loca. Sin embargo, como si un bofetón me hubiese atravesado la cara, la risa se me borra cuando escucho a Max hablar:

      —¿Qué pasa? ¿Ya quiere matarte y aún no se ha casado contigo? —Ambos lo miramos. Levanta las manos a modo de rendición—. Era una broma, ¿vale? Qué poco sentido del humor tenemos…

      Elevo una ceja y voy a por mi vaso de agua. Bryan observa el panorama sin decir nada. Max va hasta la nevera y le quita el bote de nata a Bryan de las manos.

      —¿Ya estás con el vicio? —bromea.

      Bryan muestra su perfecta dentadura blanca en una sonrisa y yo los miro a ambos. Max se echa un buen chorro de nata en la boca y se ahoga también. ¡Hombres! Me sale sin querer una cara de felicidad y Bryan me mira con mala cara mientras le da palmaditas en la espalda a Max; aunque más que palmaditas, son palmadotas, porque, como siga así, va a meterlo dentro de la nevera.

      —No te rías del mal de vecino, que el tuyo viene de camino —suelto mientras salgo de la cocina con una sonrisa triunfal.

      Llego al dormitorio, dispuesta a relajarme en la gran bañera de mármol antes de ir a dormir. Me sumerjo hasta cubrir mi cabeza con el agua justo cuando oigo la puerta. Salgo y me encuentro a mi hombretón mirándome con los brazos en jarra y el entrecejo fruncido.

      —¿No crees que te has pasado un poco?

      —¿Yo? —pregunto, haciéndome la inocente.

      —Sí, tú. —Me señala.

      Después de pensarlo durante dos segundos, le contesto:

      —Pues no, se ha pasado él. Ha querido dejarme en evidencia.

      Bryan se atusa el pelo con una mano, desesperado, y al final se mete con la ropa y todo dentro de la bañera y se sienta frente a mí.

      —Vamos a ver, Any…

      —Vamos a ver, Bryan… —lo imito, poniendo los ojos en blanco, y me río—. ¿Vas a regañarme?

      Le pongo un pie en medio de la entrepierna y me lo aparta al momento. Abro la boca con desmesura y pongo cara de pena.

      —¡No me despistes, mujer! —Me señala con un dedo de nuevo.

      Me río y me pongo encima de él. Empiezo a darle pequeños mordiscos en el lóbulo de la oreja y sigo mi camino hasta llegar a su cuello con suaves besos. Noto cómo su erección crece. Desde hace unas semanas estamos peor que los conejos, pero ¡es que no podemos parar! Me agarra de la cintura y me aprieta con fuerza hacia abajo. Nos besamos como dos desesperados.

      —¿A qué viene ese carácter que tienes últimamente? —me pregunta entre beso y beso.

      —Ese carácter es algo que tú estás haciendo que tenga al ocultarme tantas cosas.

      Me mira arqueando una ceja; haciéndose el tonto más bien. Yo lo dejo en el aire.

      —No te oculto nada, te lo he dicho antes —me dice, besando mis pechos.

      Tira de uno de mis pezones y repite la acción con el otro, lo que hace que de mi boca salga un sonido de placer. De un tirón, le bajo los pantalones de deporte, empapados, y me sorprendo al ver que no lleva ropa interior puesta. Lo empujo hacia atrás para que se suba en el pequeño peldaño que hay en la bañera y obedece de inmediato. Termino de quitarle el pantalón y toco su erección de arriba abajo seguidamente.

      —Si continúas por ese camino, no vamos a llegar muy lejos.

      Sonrío como una auténtica diablesa mientras paso la lengua por la punta de su glande. Poco a poco, me la introduzco por completo en la boca. Cada día me asombro más del atrevimiento que tengo yo misma; atrevimiento que antes no tenía ni por asomo. Lo miro a los ojos y veo cómo tiene que echar la cabeza hacia atrás por el inmenso placer que estoy provocándole.

      —¿Y si seguimos por este camino?

      Me mira un segundo y me incorpora, de manera que quedo de rodillas en la bañera. Se levanta y agarra mis brazos para ponerme de pie frente a él. Besa mis labios brutalmente y me da la vuelta para dejarme inclinada, lo que me obliga a apoyar mis manos en el borde de la bañera. Pasa una mano por mi trasero y reparte pequeños besos acompañados de mordiscos. Luego, coloca una mano en mi abertura empapada y oigo cómo se ríe.

      —Vamos a ver si seguimos por este camino…

      Me despierto por la mañana y me dispongo a recoger todas las cosas. ¡Parece que hemos venido para toda una vida! Y solo han sido unas semanas. Después de visitar el cementerio, nos iremos a Londres de nuevo. Esta tarde tengo la prueba del vestido de novia y estoy un poco nerviosa, la verdad.

      Preparo todo lo de las pequeñas y lo nuestro, y me arreglo con un bonito vestido turquesa para irme. Cuando llego al salón, no sé por qué todo el mundo está ahí. Parece una concentración, y ya me temo el porqué.

      —¿Estáis todos esperándome? ¿Ha pasado algo?

      El primer valiente en hablar es Ulises:

      —Any, si quieres, vamos contigo. Sé que no es fácil y…

      Lo corto con la mano. Bastante está costándome como para que vengan todos a ver cómo me desmorono por segundos.

      —No, necesito hacerlo sola.

      El aludido asiente, e igual que se ha levantado, vuelve a sentarse. Les doy un beso a las niñas y les susurro:

      —Mamá volverá pronto para irnos a casa.

      Me miran con verdadero cariño, y una diminuta sonrisa cruza sus pequeñas boquitas. Salgo acompañada de Bryan. De reojo, veo que Max no tiene muy buena cara. Supongo que será por pensar en la situación en la que me encuentro ahora mismo, ya que no es nada agradable.

      Nunca he visitado la tumba de mi madre. Solamente lo hice cuando la enterramos. Fue la cosa más dura que hice en mi vida, y después de eso no he sido capaz de poner un pie en el cementerio. Todo por el sentimiento de culpa; sentimiento que ya sé que no debería tener. El dolor de perder a una madre es insuperable y perdura de por vida.

      Jamás pensé que mi madre muriera tan joven. Jamás imaginé lo que llegaría a pasar esa noche. Mi mundo se quedó vacío. Era la única que sabía hacerme sonreír de esa manera tan especial, la única madre, amiga y confidente en los peores momentos de mi vida. Todo mi mundo giraba en torno a muchas cosas, pero ella era una de las principales. Era mi día a día, y aunque tuviéramos nuestras diferencias, la quería. La quería más que a mi propia vida, y habría dado cualquier cosa por ponerme en su lugar, por que ella estuviera viva ahora mismo.

      Llegamos al cementerio. Suspiro y me bajo del coche. Al ver que Bryan hace lo mismo, lo detengo.

      —Tengo que hacerlo sola, por favor —le pido.

      —Está bien, pero estaré cerca por si me necesitas.

      Me da un tierno beso en la frente y me alejo de él.

      —Tranquila, tranquila —murmuro para mí misma, armándome de valor.

      Cuando llego a su lápida, después