se cansa!—. ¿Volveré a verte? Podríamos quedar algún día para tomar una copa.
Me giro para mirarla directamente a los ojos y pienso sarcástica: «¡Ni de coña!».
—Claro, si algún día tengo tiempo en mi apretada agenda, te llamaré.
Me subo al coche y nos dirigimos a casa en completo silencio. Otra duda más, otro pequeño secretito que se ha generado gracias a la señora Tania.
5
Llegamos a la casa y subo los escalones que llevan al dormitorio de cinco en cinco. Bryan viene detrás de mí, pisándome los talones, pero no se me ocurre en ningún momento mirar hacia atrás.
—Any… —me llama, suspirando. Cómo me conoce… Otra vez a dar explicaciones—. Any…
Empiezo a meter las pocas cosas que me quedan en la maleta. Al acabar, la cierro de golpe, bajo los escalones que llevan al salón y camino hacia la entrada, donde la dejo. Luego corro hasta el pasillo interior de la izquierda que sale al jardín de la casa. En cuanto estoy fuera, el aire me golpea de pleno en la cara. Cierro los ojos y respiro profundamente llenando mis pulmones. Segundos después, tras abrirlos, miro hacia la nada.
—Any, ¿quieres calmarte? —me sugiere Bryan.
Está demasiado calmado para lo histérica que estoy yo. No sé si es que él se toma la situación como si no pasara nada o que yo estoy desvariando a estas alturas. No me meneo del sitio, así que aprovecha para poner su barbilla en mi hombro derecho. Me mira a través de sus pestañas y yo lo observo de reojo. Me sonríe. Cada vez entiendo menos qué le ocurre a este hombre.
—¿Por qué sonríes?
Giro mi cara para quedar frente a él. Me agarra por la cintura para pegarme más a su cuerpo y saca una sonrisa maléfica, cosa que hace que arrugue el entrecejo.
—¿De verdad has estado en la cárcel? —me pregunta como si nada.
Pero… ¿qué le pasa?
—Eh…, pues… sí —balbuceo un poco.
De repente, suelta una risotada. Me quedo estupefacta mirándolo, sin dar crédito a lo que ven mis ojos, y lo que me dice a continuación me deja más fuera de lugar si cabe:
—Nena, de verdad que cada día me sorprendes más. Pensaba que no era cierto cuando lo escuché. —Se ríe de nuevo. A mí no me hace ni chispa de gracia, y lo nota—. Lo siento, lo siento. Pero si tienes que contarme algo más, dímelo, porque el pobre de Max se ha quedado a cuadros.
—¿En serio te preocupa más lo que piense Max que lo que pienses tú?
Saca su sonrisa de medio lado. Niega con la cabeza y me aferra más a él.
—Yo te quiero.
Simple.
Tres palabras bastan para derretir un corazón.
—No me importa tu pasado; te lo dije una vez y te lo diré mil veces hasta que lo entiendas. Lo único que me importa es estar a tu lado.
Besa mis labios de manera dulce y cariñosa y mi cuerpo se derrite por completo. Nuestro romanticismo termina cuando tocan a la puerta de acceso al jardín. Noto cómo el frío se apodera de mi cuerpo en el momento en el que Bryan se aparta de mí.
—Siento interrumpir, pero tenemos que irnos —nos informa Max desde la puerta.
—¿Nos vamos? —me pregunta mi hombre, extendiéndome la mano.
—Claro. Tengo una prueba de mi vestido de novia.
Me mira pícaramente y sonríe.
—Si quieres, puedo ir contigo.
—¡No! —le chillo, y lo empujo fuera de mi alcance.
Llegamos a Londres, cojo a mis pequeñas y, junto con Brenda, nos vamos a la tienda de novias, donde tengo mi vestido esperándome. Me costó mucho decidirme, dado que esto de la boda no era algo que entrase dentro de mis planes, pero Bryan ha insistido en que así debe ser. No me importa si con eso él es feliz.
Después de preguntar en el mostrador acerca de mi vestido, el cuerpo se me descompone cuando me comunican que ha desaparecido. Como siempre, la suerte no está de mi lado.
—¿Cómo? ¡¿Cómo va a desaparecer un vestido, por Dios?! —exclamo con las manos en el aire.
—Ya…, ya… Lo… siento señorita. No sé…, no sé.
—Está bien, está bien —intento calmar a la dependienta, que no da pie con bola ni para contestarme—. Tranquilízate y encuéntralo, por favor.
La joven sale echando humo de la sala y yo me siento de golpe en uno de los carísimos sofás situados a mi espalda.
—Tranquila, Any. Aparecerá, ya lo verás.
Miro a mi gran amiga y suspiro.
—Brenda… —la llamo, agotada.
Cojo a Natacha y la siento en mi regazo. Contemplo sus bonitos ojos azules, iguales que los de su padre, y su cabello rubio agarrado en dos pequeñas coletitas. Qué hermosa es y qué complicado es todo. Si no fuera por ellas que iluminan mis días, no sé qué sería de mí.
—Any, no empieces a darle vueltas a ese coco duro que tienes. No pasa nada, lo encontrarán y punto. No te vengas abajo. Eh, eh… Mírame —me dice al ver que agacho la cabeza para mirarme los pies.
—¿Crees en la suerte?, ¿o en el destino, tal vez?
Brenda me mira como si hubiera perdido el juicio. Levanta las cejas, y cuando va a contestarme, cierra la boca, vuelve a abrirla y de nuevo a cerrarla.
—El silencio vale más que mil palabras —susurro.
Miro otra vez hacia la nada. Brenda no sabe qué hacer. Está nerviosa. Creo que sabe por dónde voy. Oigo una voz familiar y me sobresalto de repente:
—La suerte es para quien la busca; el destino lo elegimos cada uno.
Max.
Se sienta a mi lado. Sus bonitos ojos marrones me traspasan hasta el alma. Brenda se levanta y me quita a Natacha de los brazos, coge el carrito donde Lucy duerme plácidamente y se va en dirección a la salida.
—Estaré en la terraza de la cafetería de enfrente; tengo la garganta seca. Ejem…
No se puede ser más actriz. Le dirijo una mirada de reproche, pero ella hace como que no ha visto nada.
—¿Qué haces aquí, Max? —Estoy realmente interesada.
—Bueno, digamos que me he enterado de que tu vestido había desaparecido y…
No lo dejo terminar la frase; sé que es de mala educación, pero me da igual:
—Y tienes una barita mágica que va a hacerlo aparecer, ¿verdad? —ironizo.
No se ríe ni por un instante; al revés, todos los músculos de su cuerpo están tensos. Serio es quedarse corto respecto a la posición en la que se encuentra ahora mismo. Abro los ojos y lo insto a que me conteste, pero niega con la cabeza.
—No, no la tengo.
«¿No me digas? ¡Ja!», pienso para mí. Menos mal que no se me escapa la risita.
El silencio se hace insoportable entre ambos. Jamás había estado así con Max, y es algo que me duele en el alma. Me levanto para irme, pero me impide dar un paso más, ya que mi mano se queda sujeta a la suya. Se levanta del asiento. Su altura y la forma de mirarme me imponen, la verdad.
—Any, ya está bien —dictamina mientras suelta un fuerte suspiro.
—¿Disculpa? ¿Ya está bien qué?
—No podemos seguir toda la vida tirándonos cuchillos a la cabeza.
—Yo