Angy Skay

Eternamente


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Usted dirá.

      —La empresa Darks…, ¿sabe a qué se dedica exactamente?

      Asiente con rapidez. ¡Bingo!

      —Es una empresa de construcciones, señorita.

      —Y, por casualidad…, ¿sabe usted quién es el dueño? ¿Un tal Darek?

      La camarera se lleva un dedo a la barbilla en plan interesante. Pero enseguida hace una mueca con la boca de manera negativa.

      —En ese aspecto no puedo ayudarla.

      Suspiro fuertemente.

      —Muchas gracias. Ha sido muy amable.

      Cuando me doy la vuelta para irme, oigo que me dice:

      —Pero si le diré que viene todos los días a por un café sobre las tres del medio día. Es un hombre —mira hacia ambos lados y después susurra— bastante atractivo…

      Termina la frase poniendo ojos de gata. Vaya tela… ¡Ja! No me equivocaba de cafetería. Está justamente enfrente, y es la única que hay en toda la manzana, por lo que he visto.

      —De verdad, qué poca vergüenza. ¿Cómo tienes tanta cara? —me recrimina Brenda cuando ve que llego de la barra después de interpelar a la camarera.

      —¿Qué pasa? Solo he sacado información. Vamos —la apremio, cogiéndola del brazo—, tenemos trabajo.

      Salgo muy segura de mí misma. Brenda tiene cara de descomposición total. Está adquiriendo un color cada vez más blanquecino según cruzamos la carretera que va directa a la entrada del edificio, y eso que ella es mulata.

      —¿Te encuentras bien? —le pregunto con una sonrisa guasona.

      —No te rías, Any. Estas cosas me dan cagalera.

      Prorrumpo en una carcajada que hace que la suelte del brazo y tenga que agarrarme la barriga debido al dolor de reírme tanto.

      —No seas tan exagerada. ¡No es para tanto!

      Brenda niega con la cabeza sin parar mientras, a paso decidido, entramos en el edificio. Por lo que divisan mis ojos, parece un sitio siniestro; muy siniestro para ser una empresa de construcción. Lo raro es que no hay secretaria en la entrada, y eso me da que pensar, pues no sé muy bien cómo la gente sabría dónde tendría que ir. Tiene únicamente un largo pasillo y, a ambos lados, puedo observar miles de obras de arte de un montón de países diferentes como Rusia, Alemania, Tailandia, Estados Unidos… Las paredes están cubiertas de madera oscura y no hay un solo espejo en todo el pasillo. Al lado del ascensor hay una mesa redonda de cristal y, sobre ella, un jarrón con flores secas, parecidas a las que se ponen en los cementerios. Sin duda alguna, deberían cambiarlas.

      Brenda me mira y arquea una ceja. Mi cara no es para menos. No sé siquiera por dónde tengo que ir.

      —¿Y ahora qué? ¡Esto es un desastre!

      —Brenda, cálmate. Vamos a llamar al ascensor, a ver si encontramos algo.

      —¿Y si no hay nada?

      Mi amiga está al borde del infarto, lo sé.

      —Brenda —suspiro—, encontraremos algo. ¡Cálmate!

      Pulso el botón del ascensor y las puertas tardan dos segundos en abrirse. Raro. Parece que estaban esperándonos. Entramos y, en cuanto alzo mi cabeza hacia arriba, observo que hay una pequeña cámara, apenas visible, en el lado izquierdo del habitáculo. ¡Mierda! Si no quería que nos vieran, nos han cazado.

      —Brenda… —susurro.

      Me mira y abre los ojos como platos.

      —¿Por qué pareces el susurrador de El gato con botas? —susurra ella también.

      Pongo los ojos en blanco y me pego más a ella. Se queda quieta y abre aún más los ojos.

      —Tenemos una cámara encima de nuestras cabezas.

      Creo que los ojos están a punto de salírsele de las cuencas. Empiezo a buscar los botones para ir a algún sitio, pero ¿qué coño…?

      —¿En qué puedo ayudarlas?

      Pegamos a la vez un bote del susto que acaban de meternos. El ascensor… ¡no tiene botones! Brenda y yo nos quedamos mirándonos, y ella me hace un gesto para que diga algo. Por un momento, creo que va a entrarle un tic de tanto torcer la cabeza.

      —Eh… —Me aclaro la garganta—. Veníamos a ver al señor Darek.

      Brenda me da un codazo y yo la miro de malos modos.

      —¿Estás loca? —susurra en mi oído.

      —Cállate, que van a pillarnos —la regaño, pegándole un pellizco.

      Salta de dolor y oímos cómo la señora que está en el interfono nos dice:

      —Enseguida.

      Bien. No sé a dónde vamos, pero si es a ver al señor Dark, por fin le pondré cara.

      El ascensor sube. Llega un momento en el que no sé cuándo narices llegaremos. Estoy empezando a ponerme nerviosa.

      —¿Quieres parar de retorcerte las manos? —le digo con genio.

      —¡Ay, Any!... Que yo no valgo para trabajar en la CIA, por eso soy cajera. Acojonada sería poca comparación respecto a cómo me encuentro ahora mismo.

      Me es inevitable soltar una carcajada monumental. Ella me escruta con cara de querer matarme, pero a mí me es imposible dejar de reír.

      Las puertas del ascensor se abren y se me corta la respiración cuando veo a un hombre delante de nosotras.

      —Dios mío… Vamos a morir… —susurra Brenda.

      El tipo nos mira con mala cara. Lo curioso es que no podemos salir del ascensor, puesto que está justamente delante de nosotras.

      —Disculpe… —me atrevo a decir.

      —¿Qué quieren? —nos pregunta de malas maneras. Tiene un acento un poco ruso.

      Brenda se pega más a mí y, a decir verdad, creo que está escondiéndose detrás.

      —Queríamos ver al señor Darek —le contesto de igual forma.

      —Ahora mismo no puede atenderlas. ¿Qué querían?

      Antipático…

      —Esto es una empresa de construcción, ¿no? —ironizo, levantando una ceja.

      —Así es —me responde tajante.

      —Bien, pues quiero un presupuesto para una construcción, y me gustaría hablarlo con él directamente.

      El hombre me examina de los pies a la cabeza. ¡Vaya educación! Asiente y se hace a un lado para que podamos salir del ascensor.

      —Esperen aquí —nos invita, ordenándonos más bien.

      Nos hace pasar a una sala con cuatro sillones negros. Las paredes son lisas, de madera oscura, como el pasillo central de abajo. No hay nada colgado en ellas, ni títulos ni cuadros. Nada.

      —Este sitio da mucho miedo —me dice Brenda.

      —La verdad es que sí.

      Es cierto, da pánico. No me siento, y Brenda creo que lo hace porque, si no, caería al suelo redonda. No sé por qué, pero mi cabeza se gira en ese preciso momento y miro hacia la puerta. Veo salir de una de las puertas de al lado de nosotras a… ¿Liam? ¿Liam, el hombre de confianza de Bryan? ¿Liam, el que está de segurata en mi casa?

      Oh, oh…

      Salgo como una polvorilla al pasillo y Liam me ve cuando, justamente, va a coger el ascensor. Noto cómo se pone un poco nervioso. Mira a ambos lados y me coge del codo para meterme en la habitación donde está Brenda. Yo me sobresalto. ¿Qué maneras son estas? Brenda se pone de pie como movida