es que tú no piensas ceder y yo no soporto que estemos así.
—¿Por qué no lo soportas? —Levanto mi mirada hacia sus ojos.
Lo veo dudar por un instante, pero enseguida recapacita y contesta, seguro de sí mismo:
—Porque te quiero demasiado.
Me dedico unos minutos a meditar. Cada día tengo más claro que es diferente. Es una persona muy noble, sin embargo, también estoy muy segura de que tiene un lado oscuro. Lo que no sé es cómo de oscuro es, y realmente no sé si quiero averiguarlo.
—Max, no sé a qué conclusión quieres llegar, pero por mí está todo olvidado.
Me levanto, dispuesta a irme por donde he venido, cuando su mano me detiene. Noto cómo gira su cabeza para mirarme fijamente. De repente, ese amasijo de músculos se pone delante de mí, toma mi cara entre sus manos y nuestros ojos conectan de repente. Se pega un poco más, logrando que me ponga nerviosa. Ahora mismo, si moviera una milésima mi cuerpo hacia delante, estamparía mi boca con la suya.
—Solo te pido que confíes en Bryan como nosotros hemos confiado siempre en ti. No quiero que te metas en líos, solo es eso. Aunque sé que la actitud que tuve ese día no lo avala, no quiero que te pase nada, Any.
—Lo dices como si fuera una asesina en serie. Creo que estás tomándotelo demasiado a la tremenda —le digo mientras me separo un poco para poner distancia entre ambos.
—Solo te pido que me hagas caso.
Resoplo. No vamos a llegar a ninguna conclusión: ni yo voy a tener en cuenta sus sugerencias ni él se cansará de insistir.
—Está bien, te haré caso. Fin de la discusión —le miento.
Levanta una ceja. No me cree.
—Entonces…, ¿volvemos a ser amigos? —me pregunta con media sonrisa; una sonrisa arrebatadora, todo hay que decirlo.
—Volvemos a ser amigos —le aseguro.
Nos fundimos en un abrazo y noto cómo los dos nos destensamos mutuamente con ese simple gesto.
—¿Qué le has contado a Bryan?
Se despega de mí y me mira sin entender.
—¿Sobre qué? No sé exactamente a qué te refieres.
—Me dio la sensación en la cena de que no sabía nada de lo que tú me habías pillado haciendo.
Por la expresión de sus ojos, parece que está apiadándose de mí.
—Any, Bryan es un tío demasiado listo. Con esto no quiero decirte que tú seas tonta. —Levanto una ceja. ¿Ya empezamos?—. Quiero decir que él siempre va a ir un paso por delante de ti. Solo quiero que aprendas a confiar en él. Además, creo que te dejó claro que era parte de su pasado.
Por ahí no paso.
—Yo también tenía un pasado, Max, y se lo conté todo.
—Excepto que estuviste en la cárcel.
Arrugo la nariz un poco. Es verdad.
—Ese detalle se me escapó.
—¿Se puede saber por qué?
Suspiro. Tantas estupideces he hecho en mi vida…
—Fue por Mikel. Lo pillaron con drogas, y yo, como una completa imbécil, me inculpé para salvarlo porque ya tenía demasiados antecedentes. Jamás pensé que yo entraría en la cárcel. —Miro hacia el suelo, avergonzada. Aunque ya es agua pasada, fui una auténtica estúpida por hacer eso. Max pone cara de circunstancia, y no es para menos—. Lo sé, no hace falta que digas nada. Mi vida ha sido un desastre por mi culpa.
Me levanta la barbilla con su mano.
—No has sido un desastre. Vale que sí fuiste un poco estúpida, porque lo que hiciste es de locos. Inculparse por alguien… —Mueve la cabeza de forma negativa—. Pero, bueno, eso ya no puedes remediarlo. Tu problema ha sido que te ha tocado vivir una vida con demasiadas complicaciones para lo joven que eras, y no has tenido a nadie que te haya ayudado. Pero ahora nos tienes a nosotros.
Sonríe y me estrecha de nuevo entre sus brazos.
Cómo quiero a este hombre. Es uno de los pilares principales en mi vida.
—¿Lo pasaste muy mal? —me pregunta cauteloso.
—No tanto como en mi casa cuando mis padres vivían. Me acostumbré y aprendí a sobrevivir. Era una niña, solo tenía dieciocho años recién cumplidos cuando entré.
—¿Por eso tenías tantos problemas para el trabajo y demás?
—Sí, la gente miraba muy bien tu expediente, y cuando se enteraban de que había estado en la cárcel, rara vez era la que me contrataban, solo por temporadas muy cortas. Incluso había veces en las que trabaja únicamente por días. Fue horrible.
—Qué gente más ridícula… Eso no quiere decir que no seas una buena persona.
Suspiro.
—No, pero la gente solo ve lo que quiere ver. Menos mal que encontré a Manuel. Tuvo una paciencia infinita conmigo.
Sonrío al recordar a mi jefe. Cuánto lo echo de menos, y qué a gusto he trabajado con él siempre.
—En fin, espero que no me digas que tienes nada más oculto. Al final, me matarás de un infarto.
Me coge de los hombros y me aprieta contra él para salir de la tienda a buscar a Brenda.
—No, por mi parte está todo muy claro. Algún día tendrás que hablarme de ti.
Sonríe de medio lado con esos finos y rosados labios, haciendo que un hoyuelo se le marque en el lado derecho de la mejilla.
—Algún día.
6
Tengo un objetivo claro, muy claro. Son las nueve en punto de la mañana y estoy con Brenda en pleno centro de Londres. Sí, seguramente estemos locas, pero aquí estamos, como auténticas policías. Me paro a pensar con detenimiento. Esto es ilógico.
—¿Sabes que todo esto es una locura?
—Sí.
—¿Sabes que creo que deberías empezar a seguir el consejo de Max?
—Sí.
Esta mañana solo hablo con monosílabos.
—Any, ¿estás volviéndote loca? —me pregunta con los ojos como platos al ver mi actitud.
—Puede…
Tamborileo en mi mesa con los cuatro dedos de la mano mientras contemplo el edificio que tengo enfrente. Bien, reflexionemos. Mi mente está a tres mil por hora, nunca mejor dicho. Estoy aquí con un único objetivo, y ese es Darks, que lo tengo delante: edificio con fachada de estucado gris plata, cristaleras enormes y, si mis cálculos no fallan, diez plantas. Ahora tengo que averiguar a qué se dedica esta empresa. Mi siguiente objetivo —aunque no tengo tan claro que vaya a encontrarlo así de rápido— es Darek, el tal Darek.
Si por lo menos hubiera visto una foto suya de frente, lo tendría bajo control. Para eso soy muy buena. No se me olvida una cara así como así, y menos si me interesa.
—Any, no sé qué demonios piensas hacer. ¿Con qué excusa vas a entrar ahí? —Señala el edificio.
—No hay seguridad en la puerta, por lo que no creo que sea difícil el acceso.
Me levanto para pagarle nuestros cafés a la camarera y, de paso, para interrogarla un poco. Veo cómo Brenda menea la cabeza enérgicamente. Lo sé, yo también pienso que a veces, y solo a veces, estoy un poco loca.
—Perdone, ¿me cobra? —Extiendo un billete.
—Sí, claro —me contesta muy alegre la camarera.