les son reveladas las mismas verdades; las formas, las expresiones son diferentes, pero los principios son los mismos.
Creéis que sólo existen bibliotecas en la tierra: la vuestra, la de vuestros allegados, o bien las bibliotecas públicas a las que podéis ir a leer o a pedir prestados libros. Pues no, sabed que existen otras bibliotecas, con otros libros que también podéis consultar. Y estos libros, son todas las grabaciones conservadas en el universo y en el ser humano, porque todo, hasta el más mínimo acontecimiento, hasta la mínima palabra, sí, todo se graba.
¡Cuántas veces os he explicado que los fenómenos del mundo físico pueden ilustramos sobre las realidades de los mundos psíquico y espiritual! Escucháis la radio, miráis la televisión: estas emisiones han sido, a menudo, previamente grabadas, o bien lo son en el momento de su emisión. Así, cada cadena de radio y de televisión posee sus archivos que pueden ser consultados en todo momento y revelar lo que ha sido realmente dicho o mostrado.
Al llegar a poner a punto aparatos capaces de grabar imágenes y sonidos, los humanos han dado pruebas de un gran ingenio. Pero la naturaleza, también ella hace grabaciones ¡desde el origen del universo! Y si estas grabaciones son posibles, es porque la materia no es inerte e insensible. La materia es sensible, y no sólo es sensible, sino que está dotada de memoria: todos los acontecimientos que se producen dejan huellas en las capas profundas de la materia; nada sucede que no sea grabado, y nada desaparece. Es el ser humano el que todavía no ha desarrollado los medios de leer o de oír estas grabaciones.
Sí, el ser humano no se conoce, no tiene ni idea de los medios que el Creador ha puesto a su disposición. Y no sabe tampoco que representa un microcosmos, reflejo del macrocosmos, del universo, y por tanto, que él mismo es depositario de toda la memoria cósmica. En esta sustancia tan sutil, imponderable, que forma parte de la quintaesencia de su ser, hay sitio para el universo entero. Porque, dada la estructura de la materia, la infinita diversidad de los fenómenos que se producen puede reducirse a un punto infinitesimal.
Los acontecimientos más lejanos del cosmos, las conmociones de los mundos desaparecidos, las noticias del mundo entero llegan hasta nosotros a unos aparatos que las graban. Evidentemente, estas informaciones permanecen en nuestro subconsciente, es raro que lleguen a la conciencia. Podemos decir que sucede como con las ondas de radio. La existencia de los aparatos de radio prueba que una masa de informaciones circula a través del espacio; estas ondas escapan a nuestra conciencia, pero unos aparatos especiales permiten captarlas.
En este mismo momento, un número incalculable de ondas surcan el espacio, viniendo de todas las partes de la tierra, pero también de los otros planetas y de las constelaciones. Estas ondas se cruzan, se enmarañan sin destruirse mutuamente, y cada una de ellas puede ser captada por un aparato que esté regulado con su frecuencia. Nosotros mismos somos atravesados por estas ondas, pero no las sentimos. ¡Afortunadamente! Porque si nuestro cerebro se pusiese a grabar todo lo que sucede en el universo, aunque no fuese más que un instante, ¡sería insoportable!
Otro ejemplo: el director de una biblioteca que diariamente recibe, no sólo libros, sino periódicos, revistas de toda clase, no se dedica a leerlo todo: pronto se agotaría psíquicamente y no le bastarían las veinticuatro horas del día. Son, pues, los empleados responsables de las diferentes secciones los que se encargan de clasificarlos y, si tiene necesidad de consultar un documento, pide que se lo traigan. Como el bibliotecario, nosotros somos también los depositarios de todas las informaciones que ya han aparecido o que están apareciendo. Cuando deseamos reflexionar sobre ciertos temas para profundizarlos, podemos pedir que nos suministren tal o cual documento.
Cuando os expliqué la parábola del Administrador infiel,6 os mostré que, debido a las aparentes contradicciones que contiene, este texto no puede revelar su sentido si nos contentamos con trabajar como hacen los exégetas. Pero, si nos elevamos hasta la biblioteca cósmica, podremos completar las lagunas que comporta el texto del Evangelio. Es allá arriba donde todos los discípulos de la Escuela divina pueden tratar de leer este gran Libro del que Jesús había extraído su saber. Solamente que esta biblioteca no está abierta a todos, como las bibliotecas de la tierra; está guardada por unas entidades muy poderosas que sólo permiten su acceso a aquellos que se han preparado durante mucho tiempo, y no es fácil subir hasta allí.
Pero también es verdad que existe una biblioteca a la que podemos acceder cada día, porque se encuentra dentro de nosotros. Diréis: “Pero entonces, ¿por qué no vamos más a menudo a consultarla?” Para daros una imagen, os diré que los libros que contiene están escritos en caracteres tan minúsculos que hay que aumentarlos con ayuda de una gran lupa; y, como los humanos no poseen esta lupa que permitiría aumentar los caracteres, renuncian a leerlos. Debéis empezar, pues, por adquirir la lupa que os permitirá leer todos los documentos de vuestra biblioteca interior. Sí, la única dificultad es la dimensión de las imágenes. Cada petición dirigida a esta biblioteca es satisfecha: cualquiera que sea la pregunta formulada, recibís una respuesta, pero, como los clichés que os son entregados son minúsculos, creéis no haber recibido nada.
Si el universo entero se encuentra representado en el hombre, ¿cuántas miles de veces ha tenido que ser reducido?... Es, pues, normal que no podamos ver las imágenes, ni sobre todo descifrarlas sin una instalación apropiada que comprenda una lupa así como un aparato de proyección. Quizá hayáis tenido en las manos la banda de un film: habréis visto, entonces, qué pequeñas y borrosas son las imágenes; por transparencia, podemos distinguir apenas ciertas formas. Pero, una vez proyectadas en una pantalla, estas imágenes aumentadas se vuelven claras y precisas.
Os falta, pues, el aparato de proyección que permite tener unas imágenes de buenas dimensiones. “Pero ¿dónde encontrarlo?”, preguntaréis. En la conciencia.7 Mientras que el aparato de toma de vistas se encuentra en el subconsciente, en donde todo se graba automáticamente. Pero, para adquirir este aparato de proyección gracias al cual podréis descifrar los documentos de vuestra biblioteca personal, son necesarios un saber iniciático y una disciplina. Únicamente este saber iniciático y esta disciplina os darán los medios de desarrollar en vuestra conciencia los elementos que os permitirán interpretar las respuestas recibidas.
Encontraréis extraño quizá que os presente esta cuestión del conocimiento y de la interpretación de los textos sagrados mencionando la radio y el cine. Pero éstas son las explicaciones más claras que pueda claros. Y, como ya os he mostrado varias veces, los progresos de las ciencias y de las técnicas, lejos de combatir la religión y la espiritualidad, nos dan, al contrario, los medios de comprender mejor los principios en los que éstas están basadas. Por eso, si la Biblia y todos los Libros sagrados desapareciesen, podríamos restablecerlos, porque estos libros tienen su origen en el único verdadero libro, el Libro de la vida, es decir, el universo y el ser humano mismo, que son los depositarios de la palabra de Dios.
La palabra divina que transmiten los textos sagrados no es, evidentemente, una palabra en el sentido habitual de este término. Piensen lo que piensen algunos, Dios no se ha dirigido nunca a un ser humano, en un lenguaje humano, para revelarse a él o para darle instrucciones. Es el ser humano el que llega a leer, a escuchar la palabra de Dios en la naturaleza y en sí mismo. Porque el Verbo divino, la luz original, forma la sustancia de todo lo que existe. Pero no se ha comprendido todavía lo que significa el tercer versículo del Génesis: “Dios dijo: ¡Hágase la luz!”, ni el primer versículo del Evangelio de san Juan que le hace eco: “Al principio era el Verbo...”8 De esta palabra divina, de este Verbo divino, la palabra humana no es más que una expresión muy lejana y muy debilitada. Y, al emplear los mismos términos para designarlas, se generan muchas confusiones.
Se dice que Dios habló a los Iniciados, a los hierofantes, a los profetas. En realidad, Dios habló y continúa hablando a través de toda la creación y en el corazón del hombre mismo. Es, pues, inexacto decir que habló solamente a uno u otro: sería más justo decir que ciertos seres le oyeron mejor que otros. Y habría que añadir también que lo que oyeron y relataron estaba necesariamente determinado por la situación, los problemas y las mentalidades de su tiempo. Con respecto a los grandes principios, todos dijeron lo mismo, pero, cuando entramos en el detalle, nos damos clara cuenta de que prescripciones que eran sin duda aceptables y hasta quizá necesarias hace algunos