Omraam Mikhaël Aïvanhov

La piedra filosofal de los Evangelios a los tratados alquímicos


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salpicadura ¡y devuelven un cubo de basura! Si hubiesen comprendido los preceptos de Cristo, cuando recibiesen veneno, se esforzarían por devolver miel.

      Entonces, ¿cómo debéis reaccionar cuando un gesto, una palabra, una mirada, introducen en vosotros turbación, cólera o algún otro estado negativo? En primer lugar, debéis deteneros, hacer una pausa. Porque, si os dejáis llevar por vuestras reacciones instintivas, os arriesgáis a producir más daño del que os han hecho. La cólera es la irrupción de una fuerza bruta, y esta fuerza bruta no es mala necesariamente, incluso puede ser benéfica para vosotros y para los demás, siempre que sepáis controlarla para poder dirigirla después. Y para controlarla, debéis, en primer lugar, deponer las armas que esta reacción instintiva acaba de poner bruscamente a vuestra disposición. Así que, en primer lugar, debéis deteneros, callaros y razonar; porque el razonamiento es la única rama, la única roca a la que podéis agarraros para no ser arrastrados y llevados por las aguas del torrente. El hecho de detenernos prueba que hemos sabido a qué agarrarnos, que no hemos sido arrastrados por las fuerzas salvajes del torrente.

      Pero, una vez que nos hemos detenido, ¿cómo reparar la turbación que hemos experimentado? Haciendo una respiración profunda, haciendo algunos movimientos armoniosos y rítmicos con las piernas, los brazos, la cabeza. Sabed que, aunque estéis atados, un solo dedo que tengáis libre os permitirá restablecer el equilibrio, la paz y la armonía dentro de vosotros. Podéis también escribir con el pensamiento en el espacio unas palabras mágicas con letras de luz: paz, sabiduría, amor, belleza... Estos medios tan sencillos dan grandes resultados; pero debemos ser capaces de mantener la suficiente lucidez y dominio de nosotros mismos para pensar en utilizarlos.

      Una tradición dice que la fruta comida por Adán y Eva fue una manzana, otra que era un higo... Poco importa: lo que hay que ver en este texto, es que, de alguna manera, toca el mismo tema que la palabra de Jesús: el alimento. La serpiente, que es una personificación del mal, tienta a Eva proponiéndole comer de la fruta prohibida; después, Eva se la propone a Adán. Y cuando Dios les pregunta lo que ha sucedido, Adán acusa a Eva y Eva acusa a la serpiente. En realidad, hacer recaer la responsabilidad de nuestras faltas sobre un tentador (o una tentadora) no nos excusa. Si hemos actuado mal, somos culpables. No debemos sucumbir, no debemos “comer”, eso es todo, para no tener vergüenza de presentarnos ante el Señor cada vez que nos pregunta. “¿Dónde estás?”

      Ahora, cuando se habla de tentación, es fácil considerar únicamente aquéllas que nos vienen del exterior, pero las tentaciones vienen también, y sobre todo, de nosotros mismos. Estamos habitados por voces interiores que nos hacen toda clase de sugerencias pretendiendo que son en interés nuestro y para nuestra felicidad. Y, en realidad, si las escuchamos, quedamos atados, y bien atados, porque estas voces no venían del mundo de la luz, y las entidades maléficas que han logrado la victoria se ríen después de este ingenuo al que han logrado capturar.

      Un cuento búlgaro ilustra bien esta verdad. Un hombre había cometido toda clase de tropelías: raptos de mujeres seducidas, robos, asesinatos, etc. Finalmente, fue apresado y condenado a la horca. Cuando le ponían la cuerda al cuello, el Diablo se presentó ante él y le preguntó: “¿Ves algo allí abajo? – No. – Mira mejor. – Veo veinte mulos. – ¿Qué llevan encima? – Parecen sandalias, montones de sandalias. – Sí, pues bien, dijo el Diablo, son todas las sandalias que yo usé para llevarte hasta este cadalso en donde te van a ahorcar...” Aquél que no sabe resistirse a todas estas voces que hablan dentro de él para extraviarle, irá hasta el cadalso. Allí, el Diablo le mostrará todas las sandalias que usó para conducirle hasta ahí, y no le servirá de nada acusar al diablo, porque siempre es el hombre el que es considerado responsable de sus actos.

      Es evidente que lo que comemos y bebemos tiene siempre consecuencias para nosotros. El que toma excitantes se agita; el que ha recibido un calmante está tranquilo; y el que ha tomado un somnífero se duerme. Igualmente, el pan enmohecido, los frutos estropeados o el vino malo con los que debe contentarse el mendigo, no sólo destruyen su organismo físico, sino que afectan también a su vida moral. Comer platos exquisitos o porquerías no puede producir exactamente los mismos efectos sobre nuestra salud física y psíquica.

      Es normal estar momentáneamente turbados o irritados por ciertos acontecimientos; pero entonces, aunque sea la hora de la comida, esperad un poco para comer hasta que hayáis vuelto a encontrar la paz y la armonía interiores. Y, si no podéis, si vuestras obligaciones os exigen comer en ese momento, haced al menos el esfuerzo de concentraron en el alimento impregnándolo con vuestro respeto y vuestra gratitud: estos sentimientos, de los que el alimento se vuelve soporte, al penetrar en vosotros, transformarán vuestros estados negativos.

      Así que, ¿veis?, también ahí se verifican las palabras de Jesús: es lo que sale de nuestra boca, de nuestra boca astral (nuestros pensamientos y nuestros sentimientos), lo que ensucia al hombre, puesto que eso ensucia también aquello que entra en él: el alimento. Pero nada de lo que viene del exterior puede ensuciarle si él es verdaderamente puro. Incluso cubierto de barro, un diamante conserva su pureza y su belleza; bastará con limpiarlo para que brille de nuevo con todo su esplendor. Y el verdadero espiritualista es comparable al diamante: nada puede ensuciarle, salvo si él mismo renuncia a su cualidad de diamante y se deja ir hasta volver a convertirse en carbón.