respuestas y pronto nos dimos cuenta de que, mientras estábamos echando fertilizante y pasando el motocultor por el huerto religiosamente, un grupo creciente de científicos de todo el mundo había realizado un descubrimiento tras otro que ponían en tela de juicio estas prácticas. Muchas disciplinas científicas —microbiología, bacteriología, micología (el estudio de los hongos), mirmecología (el estudio de las hormigas), química, agricultura— habían aunado fuerzas en décadas recientes para centrarse en comprender el mundo del suelo. Lentamente, sus descubrimientos sobre lo que ocurre en el suelo están siendo aplicados a la agricultura comercial, a la silvicultura y a la viticultura. Va siendo hora de que apliquemos esta ciencia a las cosas que cultivamos en nuestros jardines y huertos.
La mayoría de los jardineros está atrapada en la tierra de la horticultura tradicional, un lugar donde los cuentos de la vieja, la ciencia anecdótica y los hábiles mensajes comerciales diseñados para vender productos dictan nuestras actividades de temporada. Si hay alguna comprensión de la ciencia que subyace a la jardinería, esta siempre se limita a la química npk del suelo y a su estructura física. A medida que leas estas páginas, aprenderás cómo usar la biología en tu suelo —natural o manipulado— para beneficio propio y de tus plantas. Ya que los fertilizantes químicos matan a los microorganismos del suelo y ahuyentan a los animales más grandes, el sistema por el que abogamos es uno orgánico, libre de productos químicos. Los productos químicos fueron, de hecho, los que mataron a las hifas fúngicas que protegen las raíces y dieron a nuestro amigo el nematodo acceso libre a las raíces inermes de la tomatera tal y como aparece en la segunda fotografía.
Por necesidad, este libro se divide en dos partes. La primera es una explicación del suelo y de la red de nutrientes del suelo. No hay manera de saltárselo. Tienes que conocer la ciencia antes de poder aplicarla. En este caso por lo menos, la ciencia es fascinante e incluso asombrosa, y además no intentamos hacer de ella un libro de texto. La segunda parte es la explicación de cómo hacer que la red de nutrientes del suelo trabaje en beneficio del suelo y del tuyo propio como jardinero.
Lo que diferencia este libro de otros textos sobre el suelo es nuestro énfasis acusado en la biología y la microbiología de los suelos: las relaciones entre el suelo y los organismos en el suelo y su impacto en las plantas. No abandonamos la química del suelo, pH, intercambio iónico, porosidad, textura y otras maneras de describirlo. Cubrimos la ciencia clásica del suelo, pero desde la premisa de que es el escenario donde la biología representa muchos dramas. Después de presentar a los actores y contar sus historias individuales, lo que sigue son resultados predecibles a partir de sus relaciones o la ausencia de los mismos. En la segunda parte del libro estos resultados se transforman en una pocas y sencillas reglas, reglas que hemos aplicado en nuestros jardines y terrenos al igual que nuestros vecinos en Alaska, donde iniciamos estas nuevas prácticas. También lo han hecho otros, en particular a lo largo del noroeste del Pacífico, pero también en otras partes del mundo. Pensamos que aprender sobre la ciencia del suelo y luego aplicarla (en particular, la ciencia sobre cómo se interrelacionan varias formas de vida en el suelo: la red de nutrientes del suelo), nos ha hecho mejores jardineros. Cuando eres consciente y aprecias las hermosas sinergias entre los organismos del suelo, no solo te conviertes en un mejor jardinero sino también en un mejor administrador de la tierra. A los jardineros domésticos realmente no les incumbe aplicar venenos, y sin embargo lo hacen: a la comida que cultivan y comen (y, lo que es peor, con la que alimentan a sus familias) y en los céspedes en los que juegan.
Puede que sientas la tentación de ir directamente a la segunda parte del libro, pero te lo desaconsejamos encarecidamente. Resulta esencial que conozcas la ciencia para poder comprender de verdad las reglas. Por supuesto que requiere un poco de esfuerzo (o por lo menos sí lo requiere el capítulo sobre la ciencia del suelo), pero durante demasiado tiempo y para demasiados jardineros todo lo que necesitábamos saber venía en una botella o un frasco y todo lo que teníamos que hacer era mezclarlo con agua y aplicarlo con un pulverizador de una sola boquilla: la comida instantánea se cuela en el cultivo doméstico. Eso sí que es un hobby… Pues bien, queremos que seáis jardineros que piensan y no consumidores sin criterio que reaccionan porque un anuncio en una revista o en la televisión dice que hay que hacer algo. Si quieres ser un buen jardinero, necesitas entender qué es lo que sucede en tu suelo.
Así que ahí vamos. Ahora sabemos que todo el nitrógeno no es igual y que si dejas a las plantas y a la biología en el suelo hacer su trabajo, el cultivo se vuelve más fácil y los jardines mejoran. Ojalá tus terrenos y jardines crezcan hasta alcanzar un esplendor natural. Nosotros sabemos que los nuestros lo hacen.
PRIMERA PARTE. LA CIENCIA BÁSICA
Fotografía de un microscopio electrónico de humus de compost orgánico (marrón), material de plantas en descomposición (verde) y algunas partículas minerales (púrpura y amarillo), 25×. Dennis Kunkel Microscopy, Inc.
1. ¿Qué hay en la red de nutrientes del suelo y por qué debería interesar a los jardineros?
Dada su importancia vital para nuestro hobby, resulta sorprendente que la mayoría de nosotros no nos aventuremos más allá de la comprensión de que un buen suelo sustenta la vida de las plantas y un mal suelo no. Sin duda habrás visto lombrices en un buen suelo y, a menos que uses pesticidas, también te habrás topado con otra vida en el suelo: ciempiés, colémbolos, hormigas, babosas, larvas de coccinélidos y muchos más. La mayor parte de esta vida está en la superficie, en los primeros diez centímetros; aunque se han encontrado algunos microbios del suelo que viven cómodamente a unos increíbles tres mil metros por debajo de la superficie. Sin embargo, un buen suelo no consta tan solo de unos pocos animales. Un buen suelo rebosa vida, aunque rara vez este hecho genere una reacción de satisfacción.
Además de todos los organismos vivos que puedes ver en los suelos de un jardín (por ejemplo, hay hasta cincuenta lombrices de tierra en un metro cuadrado de un buen suelo), hay un mundo entero de organismos del suelo que no puedes ver a menos que uses instrumentos ópticos sofisticados y caros. Solo entonces aparecen los organismos microscópicos —bacterias, hongos, protozoos, nematodos— en cantidades que son cuando menos asombrosas. Una mera cucharita de café de buena tierra de jardín, tal y como la miden los genetistas microbianos, contiene mil millones de bacterias invisibles, varios metros de hifas fúngicas igualmente invisibles, varios miles de protozoos y unas pocas docenas de nematodos.
El denominador común de toda la vida del suelo es que cada organismo necesita energía para sobrevivir. Si bien unas pocas bacterias, conocidas como quimiosintéticas, derivan la energía del azufre, nitrógeno o incluso de compuestos de hierro, el resto tiene que comer algo que contenga carbono para obtener la energía que necesita para sostener la vida. El carbono puede provenir de material orgánico que ofrezcan las plantas, desechos producidos por otros organismos, o los cadáveres de otros organismos. La primera prioridad de toda la vida en el suelo es la obtención de carbono como combustible del metabolismo; se trata de un mundo en el que comes y te comen, dentro y fuera del suelo.
Hay una canción infantil sobre una señora mayor que accidentalmente se tragó una mosca. A continuación, se tragó una araña («que luchaba y brincaba y cosquilleaba dentro de ella») que quería atrapar a la mosca, y luego a un pájaro que quería atrapar a la araña, y así sucesivamente hasta que se comió un caballo y se murió. («¡Por supuesto!»). Si hicieras un diagrama de quién se espera que se coma a quién, comenzando por la mosca y terminando con el improbable caballo, tendrías lo que se conoce como cadena trófica.
Una red de nutrientes del suelo. usda-nrcs.
La mayoría de los organismos comen más de una clase de presa, así que si haces un diagrama de quién se come a quién en el suelo, la línea recta de la cadena trófica se convierte a su vez en una serie de cadenas tróficas vinculadas que se solapan entre sí, creando una red de cadenas de nutrientes o red de nutrientes del suelo. El entorno de cada suelo posee un conjunto distinto de organismos