Claude M. Bristol

La magia de creer


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posición económica. A las nueve y media de la mañana siguiente, recibí en mi casa una llamada telefónica del presidente de un famoso club del que yo había sido miembro activo. Me dijo que me pusiera en contacto con cierto importante hombre de negocios especializado en cuestiones bancarias que había leído la noticia de mi regreso y deseaba hablar conmigo antes de que me reincorporara a la vida periodística. Llamé al hombre en cuestión y, a los dos días, inicié mi nueva carrera como bancario, que más adelante me condujo a la vicepresidencia de una importante firma.

      Aunque al principio mi salario era insignificante, pronto advertí que me hallaba en el negocio que me brindaría numerosas oportunidades para hacer dinero. Por supuesto, ignoraba cuáles serían esas oportunidades y cómo ganaría el dinero, pero yo sabía que conseguiría esa fortuna que ambicionaba. Y sí, en menos de diez años no solo la obtuve, y de gran tamaño, sino que ya era un importante accionista de la corporación y obtenía considerables beneficios. Durante aquellos años, predominaba en mi mente el cuadro mental de la riqueza.

      Muchas personas, en sus momentos de abstracción o mientras están hablando por teléfono, hacen garabatos sobre un papel, dibujan cosas caprichosas o escriben determinadas letras y palabras. Mi garabateo sobre el papel siempre eran los mismos $$$$$$$$ signos de dólares. Todos los papeles de mi escritorio estaban llenos de tales signos, las tarjetas inservibles, el dorso de mis libretas de anotaciones, las guías telefónicas e incluso los sobres de la correspondencia que había recibido. Declaro todo esto a mis lectores, porque mi historia sugiere una mecánica a emplear para la utilización de este poder mágico como luego explicaré detalladamente.

      Durante los últimos años, he podido comprobar que los principales problemas que agobian a la gente son de carácter financiero. En los días de la posguerra, cuando impera la más intensa competencia, son millones de personas las que deben enfrentarse a tal problema. Sin embargo, esta ciencia podrá ser efectiva para lograr el objetivo que se desee, cualquiera que sea. Permíteme que, a este respecto, les cuente otra de mis experiencias.

      Poco después de que se me ocurriera la idea de transcribir mi primer libro y antes de que emprendiera la tarea de escribirlo, decidí efectuar un viaje al Oriente y me embarqué en el Empress of Japan, un buque famoso por su excelente cocina. En mis viajes por Canadá y Europa, me aficioné al consumo de un queso llamado “trapista” que fabricaban los monjes de Quebec, y cuando descubrí que no figuraba en el menú a bordo, me quejé en broma de tal ausencia ante el maitre del comedor, diciéndole que me había embarcado en aquella nave con el propósito de comer queso “trapista”. Me contestó que lo lamentaba mucho, pero que no había ni una sola pieza a bordo. Una noche, después de una reunión en el salón de fiestas, cuando volví a mi cabina pasada ya la medianoche, vi que en el camarote del capitán había una mesa puesta y, en el centro de ella, un enorme queso “trapista”. Pregunté al jefe de los mozos de dónde había salido aquel queso y me contestó: “Creíamos estar seguros de que no había ninguno a bordo, pero, al mencionarlo usted, decidimos buscar cuidadosamente por toda la nave. Finalmente, encontramos una pieza en el fondo de la despensa de reserva”. Así también, en aquel viaje, las cosas salían conforme a mis aspiraciones. Aun cuando no tenía derecho alguno a un trato especial, en adelante me senté a la mesa del capitán y fui su huésped durante casi todo el viaje.

      Como es natural, el trato que me dieron me causó una gran impresión y ya en Honolulú pensé que sería agradable recibir las mismas atenciones en el viaje de regreso. Una tarde, tuve el repentino impulso de partir hacia mi país. Ya era casi la hora de cerrar la oficina de la compañía cuando llegué para ver qué pasaje podía conseguir. Me informaron que a las doce del día siguiente salía un barco y que quedaba una única cabina disponible. Me quedé con ella y, al día siguiente, poco antes de la hora de partida, subía por la planchuela del buque, diciéndome: “Bueno, te trataron como a un rey en el Empress of Japan. Lo menos que puedes hacer aquí es comer en la mesa del capitán. Sin duda, te sentarás en esa mesa”.

      El buque se puso en marcha y, mientras salíamos del puerto, un mozo advirtió a los pasajeros que pasaran al comedor para señalarles su lugar en la mesa. Al pedirme mi pasaje, lo miró y dijo: “¡Ah, sí! Mesa A, asiento Nº 5”. Era la mesa del capitán y yo me sentaba frente a él.

      Muchas cosas amables sucedieron en aquel viaje. Entre otras, una fiesta dada en mi honor con motivo de mi cumpleaños. Fue idea del capitán, pese a que mi cumpleaños... lo había celebrado ya unos meses antes.

      Posteriormente, cuando me dediqué a dar conferencias, pensé que convendría conseguir una carta del capitán explicando lo ocurrido. Le escribí y recibí su respuesta que decía:

      Ya sabe usted que, en la vida, a veces inconscientemente, se nos ocurre que debemos hacer esto o lo otro. Aquel mediodía yo estaba sentado a la puerta de mi cabina observando a los pasajeros que llegaban al barco. Cuando apareció usted en la planchada, pensé que debía sentarse a mi mesa. No pude explicarme el motivo. Lo hice del mismo modo inexplicable con que, en muchas ocasiones, arrimó el barco al costado del muelle, en el punto exacto y al primer intento.

      No faltaron personas que, al oír este relato —de las que no saben nada sobre el poder mágico de creer— me dijeron que se trataba de una mera coincidencia. Con todo, yo estoy seguro de que no fue así y también estoy convencido de que el capitán, que sabe mucho de esta ciencia, está de acuerdo conmigo. Yo no me diferenciaba en nada de los demás, era uno más entre los muchos pasajeros que subían a bordo de su barco. Mis ropas no me destacaban tampoco ni había nada en mi apariencia que me hiciera singular.

      Al explicar esta ciencia, no ignoro que el tema ya ha sido examinado desde muchos ángulos que van desde el enfoque religioso al metafísico, pero también sé que hay muchas personas que evitan todo lo que sea religioso o metafísico, o que pertenezca al ocultismo. Por consiguiente, hago la exposición en el lenguaje de un hombre de negocios que está convencido de que, pensando con sinceridad y escribiendo clara y sencillamente, se puede transmitir cualquier mensaje.

      Seguro han escuchado decir que, cuando se está convencido de poder hacer una cosa, se consigue hacerla. Un viejo proverbio latino dice: “Cree que lo tienes y lo tendrás”. La convicción es la fuerza motora que permite a cualquiera alcanzar sus metas. Si alguien está enfermo y sus pensamientos o creencias logran inducirle a la convicción de que se va a curar, empezará a atraer todas las probabilidades de sanar a su favor. Es la propia convicción o la confianza fundamental la que hace efectivos todos los resultados materiales. Desde luego, hablo de cosas factibles en las personas normales, mentalmente equilibradas. No quiero decir que un paralítico de repente pueda destacarse jugando al fútbol o que una persona sin estudios pueda ganar milagrosamente el premio Nobel de Física, porque todas las probabilidades están en su contra. Sin embargo, incluso tales casos pueden suceder, pues es factible que se produzcan curas asombrosas y cambios sorprendentes. Creo firmemente que, cuanto más aprendamos sobre la ciencia del poder del pensamiento, así mismo seremos testigos de muchas de las curaciones que hoy parecen imposibles a los médicos y a la ciencia ortodoxa. Finalmente, nadie debe sentirse desanimado por nada, ya que en esta vida todo puede suceder y la fe y la esperanza actúan como los factores más positivos para que se produzcan los milagros.

      El doctor Alexander Cannon, un distinguido médico y hombre de ciencia británico, cuyos libros sobre el pensamiento han suscitado grandes polémicas en todo el mundo, afirma que, a pesar de que hoy el hombre al cual se le amputa una pierna no logra hacer que le crezca otra (como les sucede a los cangrejos cuando pierden una de sus patas), podría conseguirlo si la mente humana no rechazara sistemáticamente tal posibilidad. Dicho eminente hombre de ciencia sostiene que, si en las capas más profundas del subconsciente se consigue cambiar el modo de pensar, el hombre podrá hacerse crecer una nueva pierna con la misma facilidad con la que lo consiguen los cangrejos. Sé que tal declaración podrá parecer absurda y hasta increíble, pero ¿cómo podemos estar seguros de que no ocurrirá así algún día?

      Con frecuencia, ceno con un grupo de amigos, la mayor parte de ellos especialistas en diversas ramas de la clínica y la cirugía, y me consta que, si yo les expusiera muchas de mis ideas, algunos sugerirían que se me hiciera un riguroso examen por parte de varios médicos psiquiatras para confirmar si estoy en mis cabales. Sin embargo, he podido advertir que algunos