Claude M. Bristol

La magia de creer


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están llenos de cartas de personas de todas las clases y posiciones dando testimonio de que han recurrido a esta ciencia y han obtenido notables éxitos.

      Por ejemplo, puedo citar a Ashley C. Dixon, cuyo nombre es conocido por millares de radioescuchas, quien hace algunos años me escribió espontáneamente para decirme que mi procedimiento le había permitido ganar más de cien mil dólares. Me dijo que había estudiado la cuestión de una manera académica, pero que jamás había llegado a creer hasta que tuvo los cuarenta y tres años, cuando, solo con sesenta y cinco dólares como único patrimonio (sin empleo ni perspectivas de conseguir alguno), comenzó a demostrarse a sí mismo que dicha ciencia da resultados. El señor Dixon me ha autorizado para dar a conocer su carta, de la cual reproduzco los párrafos siguientes:

      Entonces descubrí su libro T.N.T, que expone en forma comprensible y aplicable todo cuanto sabía anteriormente sobre el tema. Fue algo así como ver las cataratas del Niágara por primera vez. Uno sabe que existen, pero no confirma que conoce su magnitud hasta que las ve. Y así, su T.N.T me reveló con toda claridad las cosas que yo conocía y que incluso había utilizado. Era algo que yo podía leer y aplicar día tras día... ¿Cuánto me ha rendido esto en dólares y centavos? Es la pregunta normal del hombre de la calle. ¿Desea ver cifras en la columna de los beneficios? Bien, pues esta es la respuesta: Desde que tenía cuarenta y tres años en aquel momento en que me hallaba en la miseria y necesitando incluso conseguir alimentos para mi familia, he conseguido cien mil dólares. Vendí mi negocio que me costó cinco mil dólares —que me prestaron al comenzar— por treinta mil y ahora trabajo en otro que vale cincuenta mil. Es decir, cincuenta mil si quiero traspasarlo y mucho más si decido seguir en él. No es jactancia. Es una exposición fiel de lo que he logrado en los últimos diez años... Algo que no se puede lograr en un día ni en un mes, pero que se puede lograr.

      En 1934, durante la fase más grave de la llamada depresión o crisis económica, el jefe del Better Business Bureau de una gran ciudad norteamericana se enteró de lo bien que les iban las cosas a las firmas y a las personas que seguían mis enseñanzas. Decidió informarse del asunto. Más adelante, me felicitó públicamente y me escribió la siguiente carta:

      Mi afirmación de que sus enseñanzas han sido el factor determinante para estimular los negocios en esta empresa, de un modo superior a lo logrado antes por cualquier procedimiento, se basa en las declaraciones de los numerosos ejecutivos de la firma que las han empleado con éxito... Cuando me enteré por diversos testimonios de hombres de otras empresas de los resultados fenomenales que estaba usted obteniendo, me incliné a estudiar los hechos —que parecían demasiado prodigiosos para que fueran ciertos—; pero al hablar con los jefes de las empresas que utilizaban sus enseñanzas y con los vendedores que habían duplicado y triplicado sus ingresos, así como al escuchar los informes de quienes asistían a sus conferencias, advertí claramente que la impresionante y dinámica fuerza que se materializaba con esa teoría no es cosa que todos podamos comprender inmediatamente, pero las empresas y los individuos que sigan sus sugerencias pueden esperar con seguridad llegar a obtener resultados extraordinarios y sorprendentes. Usted ha demostrado plenamente lo dicho y, por consiguiente, debo felicitarlo por haber comunicado a los demás la gran importancia de lo descubierto por usted.

      Desde entonces, el autor de esta carta ha alcanzado las máximas alturas en el mundo de los negocios, y recientemente me escribió otra carta relatándome otros casos presenciados por él, confirmando la eficacia de esta ciencia.

      Cuando empecé a escribir este libro, decidí ponerme en contacto con empresas y personas que previamente me habían escrito certificándome los resultados extraordinarios obtenidos por medio de la ciencia de la convicción. Y, sin excepción, todos ellos me escribieron diciéndome que los progresos obtenidos desde entonces fueron aumentando a un ritmo creciente. Uno de ellos, Dorr Quayle, cuyo nombre es popular entre los veteranos de guerra norteamericanos, me escribió en 1937:

      No fue cosa fácil al principio admitir totalmente sus ideas, pero mis circunstancias y mi estado físico me forzaron a analizarlas continuamente hasta que llegué a comprenderlas. Lo cual, en sí, ya era en cierto modo una ganancia. En febrero de 1924, me vi afectado por una parálisis de la cintura para abajo que me obligó a utilizar muletas para andar. Para un hombre como yo, que había desplegado gran actividad en el mundo de los negocios —director de banco—, aquella forzosa inactividad resultaba insoportable. En el orden económico, solo podía soportarla porque recibía una pensión de nuestro gobierno, ya que mi parálisis era consecuencia directa de los servicios prestados en campaña durante la Primera Guerra Mundial. Pero en 1933, los funcionarios del gobierno dejaron de considerarlo así y me fue suprimida la pensión. Así que tuve que pensar en ganarme la vida. Mi casa y las pocas propiedades que tenía estaban tan hipotecadas que prácticamente ya no me pertenecían. Las perspectivas no tenían nada de agradables, ni el futuro me ofrecía esperanzas de ninguna especie.

      La necesidad me obligó a poner en práctica los principios tan brillantemente expuestos por usted. Y, al hacerlo, hallé la comprobación de su veracidad. Posiblemente me favoreció algo el hecho de que seguí el camino de mis actividades anteriores debido a que mi incapacidad física me impedía orientarme en otra dirección. Pero la persistencia da confianza y ahora sé que una actitud mental justa seguida por una acción consistente engendra el éxito. Yo todavía no he alcanzado el éxito que deseo lograr, pero eso no me preocupa, ya que en la actualidad vivo bien, he salvado mis propiedades y conozco la fórmula que conduce al éxito total. Cuando uno tiene bien arraigado ese conocimiento, todo temor desaparece y las cosas marchan a nuestro favor.

      Cuando me encontré con el señor Quayle por primera vez, hacía poco había iniciado su nuevo negocio con un escritorio en el rincón de una plomería. En los años siguientes, fue para mí de gran satisfacción verle cambiar de lugar sucesivamente, pues sus asuntos prosperaban a saltos visibles. Hoy día, él ocupa toda la planta baja de un rascacielos y su establecimiento es el más importante en su género de toda una gran ciudad norteamericana. Comprendiendo que su historia y su éxito eran notables, le pedí permiso para dar a publicidad su carta anterior, a lo cual me respondió:

      Por supuesto. Hágalo si considera que con ello ayuda a otros. Y, de paso, puede agregar que ahora ocupo un amplio local y que tengo veintidós empleados, y que voy a construir un edificio propio en uno de los lugares más céntricos de la ciudad. Tengo el más sincero deseo que todo el mundo conozca sus enseñanzas.

      Cuando descubrí la ciencia de la que hablo, no tenía la más remota idea de escribir un libro. Mi primer pensamiento fue utilizarla en mi propio beneficio para salvar de la bancarrota a mi organización. Yo era entonces vicepresidente de un banco muy conocido. La crisis nos había aplastado y estábamos aproximándonos al desastre total. No sé si estuve inspirado o no, lo que sí puedo decir es que dicté el primer borrador de T.N.T en su totalidad en el escaso lapso de cinco horas, sin tener notas ni referencias de ninguna especie. Al mismo tiempo que se me ocurrió la idea del libro, comenzó a flotar en mi mente la expresión “conciencia cósmica”, pero en aquel entonces no significó nada para mí. Sólo después de haber publicado mi T.N.T. El poder está en tu mente y cuando el libro llegó a manos de una escritora que vivía en Nueva York, comprendí el significado de tal expresión. Ella me escribió lo siguiente:

      Durante los últimos diez años he venido devorando esa filosofía —la esbozada en TNT— y gracias a ella pude instalarme en Nueva York, vender más trabajos a los editores, hacer dos viajes a Europa y comprarme zorros plateados. Todo ello después de haber estado durante muchos años como una empleada de treinta dólares por semana.

      En la misma carta, me invitaba a que leyera el libro Conciencia cósmica, del doctor Richard Maurice Bucke, refiriéndome que en él figuraban brillantes relatos sobre experiencias de inspiración súbita. Lo leí y me quedé sorprendido al ver que lo que me había sucedido a mí al ocurrírseme escribir en cinco horas mi libro era un caso semejante a los muchos otros que relataba el autor. En el primer manuscrito, describí detalladamente mi inspiración, expresando que me sentí iluminado por la percepción e influencia de una “brillante luz blanca”, pero luego desistí de exponerlo así cuando, después de leerle el manuscrito a un íntimo amigo, me insistió para que cambiara la frase, diciéndome: “La gente no comprenderá de qué estás hablando ni qué