en mi primer trabajo. De todos modos, siempre quedará en mi memoria esa extraordinaria experiencia por la que pasé en aquellos instantes que duró mi percepción de esa luz que, en un breve momento, me transmitió una mayor sabiduría y comprensión de lo que había logrado atesorar a lo largo de muchos años de lectura y estudio.
Fue en ese mismo instante cuando, con la claridad y velocidad de un relámpago, comprendí que mi empresa no marchaba al desastre por causas ni acontecimientos externos, sino exclusivamente debido a la actitud mental de sus integrantes y empleados. Todos nosotros estábamos sucumbiendo bajo el peso de nuestros temores y pensamientos pesimistas; temíamos que la depresión no solo debilitaba nuestros espíritus, sino que nos llevaba cuesta abajo hacia el desastre financiero. En realidad, éramos nosotros, con nuestro pesimismo e ideas de ruina, los que estábamos provocando el desastre. Se me ocurrió que todo lo que debía hacer para salvar la empresa y enfrentar con éxito la depresión era cambiar los pensamientos de todas las personas que trabajaban en nuestra organización. Puse entonces manos a la obra, y tal como escribió en el prólogo de mi obra Frank W. Camp, se obtuvieron “las más extraordinarias transformaciones tanto en los individuos como en la organización misma”.
Sé que algunas de mis afirmaciones pueden ser objeto de burla por parte de algunos psicólogos escépticos. Pero, de cualquier modo, hay actualmente en Norteamérica millares de personas que constituyen una prueba tangible y cotidiana de la eficacia de esta conciencia cósmica. En cuanto a ti, lector, el punto principal consiste en saber si te será o no útil, y para saberlo, el único medio que se te ofrece es hacer la prueba.
Al emplear esta ciencia que te ofrezco, con la seguridad absoluta de que te dará resultados, la emplees como la empleares, deseo repetirte una advertencia que ya formulé en mi primer trabajo: jamás la utilices para hacer daño, ni con malas intenciones o con propósitos perversos.
Desde el principio, la humanidad siempre pudo disponer en este mundo de dos fuerzas sutilmente en lucha: el bien y el mal. Ambas son extraordinariamente poderosas, y tienen sus respectivos ciclos y alcances. El principio básico que las activa es la energía procedente del poder mental. A veces, parece imponerse el mal; otras veces es el bien el que predomina. Este poder mental del que hablo ha construido imperios y también ha confirmado que puede concebir los medios para destruirlos. La historia registra innumerables referencias de tales hechos.
Si lees este libro de manera reflexiva, comprenderás que esta ciencia puede emplearse como una terrible fuerza destructora y también para alcanzar muy buenos objetivos, benéficos y constructivos. Es algo así como el uso de los elementos naturales. Algo similar, por ejemplo, al empleo del agua y del fuego, que figuran entre los más esenciales recursos de los que se sirve la humanidad. Son altamente beneficiosos, pero también pueden ser catastróficos, pues todo depende de que sean utilizados con buenas o malas intenciones.
Por consiguiente, ten mucho cuidado de no hacer un mal empleo de las energías mentales que tienes ni de la que vas a adquirir. No insistiré jamás lo suficiente sobre esto, porque si las utilizas con malos propósitos, pueden revertirse en un fatal búmeran que te destruya, así como han destruido a muchos otros en diferentes épocas de la historia. Y nadie crea ingenuamente que estas son palabras ociosas, pues se trata de una grave y solemne advertencia.
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