Aires, frustrada por el pronunciamiento de Rafael de Riego, uno de los comandantes del ejército español. En ese escenario, sembrado de incertidumbre y de intereses contrapuestos, se jugaron diferentes partidas cuyos resultados finales eran imposibles de vaticinar.
Los historiadores conocemos, por supuesto, esos resultados: la coalición antirrevolucionaria nunca se concretó y las independencias terminaron triunfando luego de una cruenta guerra que se prolongó hasta 1824. Pero si tendemos un hipotético velo de ignorancia y seguimos las tramas tejidas en torno a una posible alianza luso-hispana en el tiempo presente de los protagonistas, el panorama que se vislumbra no nos conduce necesariamente a esos desenlaces. O en todo caso, las diversas secuencias exhiben trastiendas donde se tomaron decisiones cruciales que podrían haber cambiado el derrotero histórico posterior. Este libro es una invitación a interrogar esas trastiendas, cuando el futuro de las independencias hispanoamericanas quedó en suspenso.
Para explicar el propósito que me anima, recurriré a la metáfora del juego. De esta manera figurada, podríamos decir que el tablero donde se despliegan las contiendas está desdoblado entre Europa y América. Para seguir el juego, el lector tendrá que trasladarse desde Madrid, Lisboa, Londres, París o Viena hasta Río de Janeiro, Montevideo o Buenos Aires, y deberá respetar los tiempos de un mundo regulado por otros calendarios y cronologías, muy diferentes de los que hoy manejamos. Los participantes pueden dividirse en dos grandes equipos, el revolucionario y el contrarrevolucionario, dispuestos a alojar n número de jugadores y efectuar n número de partidas simultáneas. Las reglas son un problema porque están en constante redefinición, y no hay un juez o un árbitro reconocido por todos, sino –sobre la marcha– intentos de instaurar a terceros imparciales que varían y se solapan. Las estrategias de los equipos se modulan a partir de cálculos y condicionamientos, según los incentivos y las expectativas de alcanzar los objetivos trazados. Su diseño quedará en manos de agentes que –por ser dueños de un importante capital político, militar y simbólico– deberán medir los costos de sus decisiones y procurar que sean acatadas por las comunidades que representan. Y, puesto que cada ficha interactúa con las estrategias del resto, el juego puede ser de suma cero cuando lo que un jugador gana es lo que el otro pierde o la ganancia de un jugador no necesariamente supone una pérdida por parte de un contrincante. La configuración que adopte el tablero determinará si estamos ante contiendas cooperativas, con negociaciones y alianzas entre participantes, o en escenarios altamente competitivos.[1] La clave radica en seguir la pista del interrogante formulado al comienzo y en navegar por ese tablero interoceánico poblado de gente que sueña con mundos contrastantes.
Ahora bien, como en todo juego, hay que superar distintos niveles de dificultad; en este caso, el nivel más elevado y complejo implica penetrar las lógicas que conducen a decidir los movimientos de las fichas. Para el historiador, esa indagación es un campo minado. Entre otras razones, porque podemos caer en el espejismo retrospectivo de desenlaces escritos de antemano.[2] El lector entrenado en el oficio reconocerá en estas premisas las polémicas y debates que, con intensa potencia, se han desplegado en las últimas décadas dentro del campo de las humanidades y las ciencias sociales. No es mi intención reponer esos debates, sino anticipar que restituir un proceso histórico a partir de la ponderación de acontecimientos que no ocurrieron –aunque estaba previsto que ocurrieran– y desde una hipótesis fallida –una alternativa en la que muchos contemporáneos creyeron y apostaron– entraña un ejercicio intelectual, una apuesta historiográfica y un experimento de escritura.
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Toda empresa historiográfica es un ejercicio intelectual, y el que aspiro a encarar aquí puede formularse en términos contrafácticos: ¿qué habría ocurrido con las independencias hispanoamericanas si los ejércitos españoles se hubieran unido a las fuerzas imperiales portuguesas asentadas en Brasil? Así planteado, implicaría una reflexión sobre las probabilidades que se abren en cada proceso histórico para imaginar un futuro que no fue y también proyectar escenarios posibles y verosímiles, como hacen muchos científicos en otros campos. La historiografía registra numerosos ejemplos de estudios contrafácticos, desde la Antigüedad hasta nuestros días, que pusieron de relieve debates en torno a las teorías de la causalidad, al carácter contingente o accidental de los hechos, al papel que desempeñaron las decisiones individuales o los determinantes impersonales en los procesos históricos, a las formas de abordar la relación entre pasado, presente y futuro.[3] El clima posmoderno que acompañó el cambio de milenio, con el desplazamiento de las fronteras entre historia y ficción, contribuyó a ampliar estos debates y cuestionó las formas de implementar las reflexiones contrafácticas como herramientas de investigación histórica. Quienes postulan su fertilidad destacan la necesidad de considerar las posibilidades alternativas y afirman que la historia “no es meramente lo que sucedió”, sino “lo que ocurrió en el contexto de lo que podría haber sucedido”.[4] Como instrumento heurístico, requiere ser sometido a ciertas reglas y a una estimación de probabilidades sobre la base de documentos confiables.
Esta forma más ortodoxa de hacer una historia de los posibles, que los angloparlantes suelen denominar what ifs, no preside el ejercicio que propongo. Mi apuesta es menos exigente: se limita a explorar cómo incidieron las hipótesis fallidas en las decisiones tomadas por los protagonistas de la historia, sin especular sobre los futuros que podían abrir. Es, además, una apuesta menos arriesgada, ya que si bien lo contrafáctico nos libera de la prisión de la necesidad histórica, también nos sitúa en un terreno inseguro. El reto consiste en restituir la historia de esas decisiones, sustrayéndonos de la ya mencionada ilusión retrospectiva que naturaliza sus resultados, para echar luz sobre los dilemas y las vacilaciones que experimentaron los agentes del pasado al definir cursos de acción cuyas consecuencias ignoraban y estaban lejos de vislumbrar.
Preguntarse por acontecimientos clave que cambiaron –o podrían haber cambiado– el curso de un proceso histórico no representa ninguna novedad. Es una operación que forma parte –o debería formar parte– de nuestra caja de herramientas y en la historiografía sobran ejemplos para ilustrarla. Entre los ejemplos que examinan la coyuntura de entreguerras en el siglo XX, Emilio Gentile analiza la sucesión de “situaciones contingentes de resultados imprevisibles” que derivaron en la “marcha sobre Roma” de 1922, con la cual el fascismo logró atrapar “el instante huidizo que le permitió llegar al poder y encaminar la construcción de un nuevo régimen”. El desenlace –nos dice el autor– trazó el decurso de la historia en Italia y en Europa “y acaso en el resto del mundo”.[5] Ian Kershaw, por su parte, se interna en un “año que cambió la historia” –1940, durante la Segunda Guerra Mundial–, analiza las “decisiones trascendentales” tomadas en su transcurso y, al ponderar las alternativas que se jugaron entre las potencias involucradas en el conflicto, demuestra por qué algunas fueron descartadas y por qué las decisiones adoptadas no estaban predeterminadas ni eran inexorables. En la frase inicial de su epílogo, señala que “las cosas podrían haber sido de otra manera”.[6]
Y en efecto, las cosas podrían haber sido de otra manera si la expedición de Pablo Morillo no hubiese cambiado su ruta en 1815, si el ejército destinado a Buenos Aires no hubiese iniciado el Trienio Liberal en España en 1820, o si Portugal hubiese aceptado una alianza militar con Fernando VII. No sabemos cuán diferentes habrían sido las alternativas, y tampoco pretendo reflexionar al respecto. Mi objetivo es analizar el sexenio de la primera Restauración europea en el corredor luso-hispano-criollo del Atlántico Sur –que se extiende desde Río de Janeiro hasta Montevideo y Buenos Aires– a partir de las diversas estrategias que elaboraron los contendientes a escala transatlántica bajo la sombra de los planes que no se concretaron.
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La propuesta historiográfica se instala en el cruce del entonces inestable campo de la diplomacia con el también inestable campo de la política en la coyuntura de la guerra. Hace ya algunos años, Rafe Blaufarb llamó la atención sobre los caminos paralelos que siguieron los estudios de la diplomacia europea y de las independencias hispanoamericanas en la era posnapoleónica y propuso abordar las conexiones entre las luchas internas y las dimensiones internacionales del conflicto iniciado con el derrumbe del imperio español. El autor denomina “cuestión occidental” a la