transita por esos mismos sitios, mientras las declaraciones de independencia inauguran las tentativas de llevar adelante lo que Cavour llamaría más tarde “la diplomatización de la revolución”, según destacó Tulio Halperin Donghi hace ya muchos años al referirse al caso rioplatense.[23] A partir de esta pista –que Halperin cita al pasar y que habilita futuras indagaciones–, nuestro estudio se instala en las zonas grises de lo que considero un doble proceso de diplomatización de la política y de politización de la diplomacia inscripto en el marco de un enfrentamiento bélico con final abierto.
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El experimento de escritura supuso una apuesta por el género narrativo y por contar esta historia en tiempo presente.[24] La elección del presente histórico –un presente discursivo para relatar hechos del pasado– es, por cierto, un recurso artificial que se usa con cierta frecuencia para entablar un pacto con el lector en pos de acercarlo a tiempos pretéritos. Pero en este caso, esa elección se apoya en una operación hermenéutica: hilvanar los acontecimientos optando por la suspensión voluntaria de los desenlaces. El relato intenta recrear los climas y ambientes que habitaron los protagonistas y restituir en los tiempos de la enunciación sus voces, interceptadas por mi propia voz, la de la historiadora que recompone el coro, reflexiona sobre los dilemas de los actores en las diferentes etapas del recorrido y presenta las cuestiones historiográficas de cada secuencia. Las interrupciones de la presentificación, cuyo objeto es trazar un mapa de rutas para el lector, procuran no diluir el procedimiento –o la ficción de método– que consiste en narrar para crear el problema que se quiere hacer visible, retener los detalles que lo configuran y establecer cierta distancia con los resultados.[25]
A sabiendas de que el relato histórico debe renunciar a toda pretensión de exhaustividad, este libro supuso un especial trabajo de estilización; un trabajo que no aspira a descubrir información inédita, sino a componer una historia de conexiones y fragmentos articulados a partir del interrogante inicial. Restituir la temporalidad de esas conexiones ha sido tal vez el mayor desafío de esta empresa, al igual que seleccionar y sacrificar tramas abordadas y tratadas en detalle por las historiografías políticas nacionales y por aquellas dedicadas a las relaciones internacionales. Si bien los diálogos con estas historiografías no se hacen explícitos en todos los casos, vale recordar la enorme dificultad de registrar las deudas en el sistema de citas sin hacer de unas y otras una deuda infinita. Hay deudas silenciosas que involucran, además, producciones dedicadas a períodos muy distantes de los aquí desarrollados y que contribuyeron a mi reflexión sobre las variadas formas que adoptó el par revolución-restauración y las operaciones de memorias y olvidos que lo surcaron en el transcurso de los dos últimos siglos.[26]
También dialogué con las preocupaciones que alimentan mis producciones historiográficas precedentes. El puente más evidente se tiende con Candidata a la Corona, donde me embarqué por primera vez en la aventura de explorar hipótesis frustradas que incidieron en el escenario internacional cuando seguí los avatares que sufrieron los planes de la princesa Carlota Joaquina de Borbón entre 1808 y 1814.[27] En ese sentido, el presente libro puede leerse como una suerte de continuación de aquel. Sin embargo, al menos dos aspectos los diferencian en su factura. El primero es que, en este caso, la investigación no se concentra en una trayectoria individual sino en múltiples trayectorias sincrónicas y diacrónicas; y aunque Carlota reaparece, su papel es el de un personaje secundario que ha perdido protagonismo. El segundo aspecto es el uso de la metáfora del juego como recurso para organizar el relato, sin que esto suponga la intención de ajustar el análisis a las sofisticadas teorías de los juegos. De allí que prefiera emplear el término en clave metafórica, con el objeto de utilizar algunas de sus variables –de manera siempre laxa y flexible, adaptada a las peculiares circunstancias históricas examinadas– para dotar de cierto carácter, precisamente, lúdico a este rompecabezas conformado por secuencias que se despliegan en simultáneo a cientos o miles de kilómetros de distancia.
De acuerdo con estas pautas, el libro se organiza en tres partes –con sus respectivos capítulos– en correspondencia con las diferentes variantes que el “efecto restauración” fue delineando a partir de la hipótesis de una alianza contrarrevolucionaria luso-hispana. Cada parte se inicia con la breve descripción de un acontecimiento y lleva por título una pregunta que expone la discusión sobre algunas claves interpretativas de los procesos estudiados. En la primera –“¿Imposturas?”– analizo la alternativa proyectada entre 1814 y 1815 en torno a la expedición de Pablo Morillo y las especulaciones, cálculos y jugadas que desata a ambos lados del Atlántico. En la segunda –“¿Traición o acuerdo secreto?”– abordo las ambiciones contrapuestas que se visibilizan con la negociación de un doble matrimonio dinástico entre las casas de Braganza y de Borbón y las reacciones que esto provoca en los diferentes escenarios cuando se produce la ocupación portuguesa de la Banda Oriental en 1817. En la tercera –“¿La reconquista imposible?”– exploro las opciones restauradoras que se despliegan desde –y hacia– el Río de la Plata tras la declaración de la independencia en 1816 y sus conexiones con la política portuguesa en Brasil y con las potencias europeas, mientras se proyecta la expedición española que en última instancia será frustrada por la revolución liberal de 1820. Esta organización tripartita no supone el desarrollo de planes sucesivos y excluyentes sino la disposición de tramas que, fieles a sus propias lógicas, muestran solapamientos, continuidades y rupturas, reformulaciones y líneas de fuga. El relato sigue, pues, una cronología que incluye retrospectivas o flashbacks en ciertos tramos, a la vez que evita recurrir al flashforward como visión anticipada de lo que va a ocurrir en el futuro.
Las decisiones acerca del orden expositivo de esta dilatada pesquisa implicaron una prolongada búsqueda del tono apropiado que hiciera justicia a las intrigas y misterios que emanan de las fuentes. En un diálogo con historiadores, el escritor Ricardo Piglia afirmaba que el desafío del tono es “tratar de contar historias que los lectores no hayan vivido”.[28] Confieso, en este sentido, que la búsqueda partió de un objetivo –sin duda desmedido– que aspiraba a transmitir ese suspenso que, como en una película de la que ya conocemos el final, de todos modos emana en las escenas que representan los actores. Luego de ensayar n número de versiones, que se acumularon en mi computadora, descubrí que compartía con la historia narrada el horizonte de un final abierto, cuyo resultado está bastante lejos de mis expectativas iniciales. Seguramente, la distancia entre expectativas y resultados no es ajena al hecho de no haber podido escapar de las trampas que el oficio nos regala más allá de nuestra propia voluntad.
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Pocos días después de concluida la que creía era la versión definitiva de este libro, sobrevino el inesperado acontecimiento que cambió el rumbo del planeta. Mientras escribo estas breves líneas de reconocimiento personal hacia quienes me acompañaron en la empresa, continuamos en la situación de aislamiento a la que nos somete la pandemia de Covid-19; situación que me permitió dejar el texto en reposo para realizar correcciones finales y valorar, más que nunca, la “cultura de la conversación” en que se inscriben mis deudas intelectuales y afectivas.
A Juan Carlos Torre le debo el enorme estímulo que me brindó en las “cenas de los jueves” con Ana María Mustapic, luego de concluir nuestras clases de posgrado en la Universidad Torcuato Di Tella. Es probable que mi decisión de no encarar una apuesta comprometida con los futuros posibles lo desilusione; pero la lectura de sus trabajos, sus sugerencias bibliográficas y sus provocativas ideas fueron una usina inspiradora para la composición de este libro. Igualmente inspiradora ha sido la obra de Natalio Botana Repúblicas y monarquías, en la que encontré –como siempre– pistas insospechadas para mis reflexiones. Agradezco a Hilda Sabato el primer impulso, cuando disfruté de una temporada en su casa puntana de Cortaderas y leyó la versión inicial de la introducción; a Beatriz Bragoni y Noemí Goldman, por iluminarme aspectos cruciales sobre varios personajes de esta trama; a Darío Roldán, por su insistencia en afirmar que toda historia política debe ser pensada en tiempo presente; y a todos ellos, por su cariñosa amistad, tan rica en presencias y gestos.
A Alejandro Rabinovich y Daniel Gutiérrez Ardila les debo las riquísimas sugerencias y correcciones a los primeros borradores;