Marcela Ternavasio

Los juegos de la política


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transita por esos mismos sitios, mientras las declaraciones de independencia inauguran las tentativas de llevar adelante lo que Cavour llamaría más tarde “la diplomatización de la revolución”, según destacó Tulio Halperin Donghi hace ya muchos años al referirse al caso rioplatense.[23] A partir de esta pista –que Halperin cita al pasar y que habilita futuras indagaciones–, nuestro estudio se instala en las zonas grises de lo que considero un doble proceso de diplomatización de la política y de politización de la diplomacia inscripto en el marco de un enfrentamiento bélico con final abierto.

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      De acuerdo con estas pautas, el libro se organiza en tres partes –con sus respectivos capítulos– en correspondencia con las diferentes variantes que el “efecto restauración” fue delineando a partir de la hipótesis de una alianza contrarrevolucionaria luso-hispana. Cada parte se inicia con la breve descripción de un acontecimiento y lleva por título una pregunta que expone la discusión sobre algunas claves interpretativas de los procesos estudiados. En la primera –“¿Imposturas?”– analizo la alternativa proyectada entre 1814 y 1815 en torno a la expedición de Pablo Morillo y las especulaciones, cálculos y jugadas que desata a ambos lados del Atlántico. En la segunda –“¿Traición o acuerdo secreto?”– abordo las ambiciones contrapuestas que se visibilizan con la negociación de un doble matrimonio dinástico entre las casas de Braganza y de Borbón y las reacciones que esto provoca en los diferentes escenarios cuando se produce la ocupación portuguesa de la Banda Oriental en 1817. En la tercera –“¿La reconquista imposible?”– exploro las opciones restauradoras que se despliegan desde –y hacia– el Río de la Plata tras la declaración de la independencia en 1816 y sus conexiones con la política portuguesa en Brasil y con las potencias europeas, mientras se proyecta la expedición española que en última instancia será frustrada por la revolución liberal de 1820. Esta organización tripartita no supone el desarrollo de planes sucesivos y excluyentes sino la disposición de tramas que, fieles a sus propias lógicas, muestran solapamientos, continuidades y rupturas, reformulaciones y líneas de fuga. El relato sigue, pues, una cronología que incluye retrospectivas o flashbacks en ciertos tramos, a la vez que evita recurrir al flashforward como visión anticipada de lo que va a ocurrir en el futuro.

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      Pocos días después de concluida la que creía era la versión definitiva de este libro, sobrevino el inesperado acontecimiento que cambió el rumbo del planeta. Mientras escribo estas breves líneas de reconocimiento personal hacia quienes me acompañaron en la empresa, continuamos en la situación de aislamiento a la que nos somete la pandemia de Covid-19; situación que me permitió dejar el texto en reposo para realizar correcciones finales y valorar, más que nunca, la “cultura de la conversación” en que se inscriben mis deudas intelectuales y afectivas.

      A Juan Carlos Torre le debo el enorme estímulo que me brindó en las “cenas de los jueves” con Ana María Mustapic, luego de concluir nuestras clases de posgrado en la Universidad Torcuato Di Tella. Es probable que mi decisión de no encarar una apuesta comprometida con los futuros posibles lo desilusione; pero la lectura de sus trabajos, sus sugerencias bibliográficas y sus provocativas ideas fueron una usina inspiradora para la composición de este libro. Igualmente inspiradora ha sido la obra de Natalio Botana Repúblicas y monarquías, en la que encontré –como siempre– pistas insospechadas para mis reflexiones. Agradezco a Hilda Sabato el primer impulso, cuando disfruté de una temporada en su casa puntana de Cortaderas y leyó la versión inicial de la introducción; a Beatriz Bragoni y Noemí Goldman, por iluminarme aspectos cruciales sobre varios personajes de esta trama; a Darío Roldán, por su insistencia en afirmar que toda historia política debe ser pensada en tiempo presente; y a todos ellos, por su cariñosa amistad, tan rica en presencias y gestos.

      A Alejandro Rabinovich y Daniel Gutiérrez Ardila les debo las riquísimas sugerencias y correcciones a los primeros borradores;