Marcela Ternavasio

Los juegos de la política


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Gabriel Di Meglio y Raúl Fradkin, “Una conversación con Ricardo Piglia sobre literatura e historia popular”, en Gabriel Di Meglio y Raúl Fradkin (comps.), Hacer política. La participación popular en el siglo XIX rioplatense, Buenos Aires, Prometeo, 2013, pp. 437-438.

      ¿Imposturas?

      Cádiz vuelve a ser escenario de un acontecimiento a gran escala. Marcada por su estratégica posición geográfica entre el Atlántico y el Mediterráneo, desde sus costas ha visto zarpar a célebres descubridores y gigantescas flotas dirigidas a las Indias. En el pasado reciente vivió el prolongado asedio de las fuerzas francesas, la creciente militarización y el inédito experimento de unas Cortes constitucionales que, recluidas en la pequeña urbe amurallada, agitaron su vida política y social. Ahora la ciudad se prepara para despedir a las tropas destinadas a “pacificar” la rebeldía de los focos revolucionarios americanos.

      Las instrucciones que el gobierno español le entrega al jefe de la expedición, el general Pablo Morillo, fijan la salida de la flota “a más tardar el 1º de diciembre” de 1814. Los apoderados de la Comisión de Reemplazos de Cádiz, encargados de reunir los fondos para solventar el envío de empresas militares a América, ya advirtieron sobre la conveniencia de zarpar a mediados de noviembre para evitar los vientos desfavorables en el estuario del Río de la Plata. Pero los preparativos se prolongan. Es preciso reunir los cuantiosos recursos que necesita la empresa. Las elevadas sumas de dinero recolectadas –en su mayoría, préstamos de comerciantes– se invierten en embarcaciones, equipamiento, víveres y armamento para caballería e infantería. Es necesario, además, asegurar el reclutamiento de soldados que al comienzo se calcula en diez mil efectivos y luego se eleva a doce mil. La leva no resulta fácil; circulan rumores de que las tropas acantonadas en Andalucía son seducidas por esos liberales que el rey se propone borrar de la memoria de los españoles. Se refuerza la vigilancia para evitar deserciones y diariamente se anuncia a los soldados acuartelados que la partida es inminente.

      Por fin, el 15 de febrero, los cuarenta y dos transportes custodiados por dieciocho buques de guerra intentan darse a la vela desde la bahía gaditana. Una borrasca en el horizonte, que se desata en una fuerte tempestad, obliga a los navíos a regresar a puerto. Dos días después, la expedición zarpa a las ocho de la mañana, mientras millares de pañuelos se agitan para despedir a sus soldados. Bien entrada la noche, la tripulación pierde de vista el faro de San Sebastián. El espectáculo de la flota es imponente.

      En marzo de 1814, Fernando VII abandona el Castillo de Valençay en el valle del Loira, donde residió desde 1808, cuando dos meses después de su entronización renunció a la corona de España. Compartió con su hermano Carlos María Isidro y su tío Antonio el prolongado cautiverio en el castillo (propiedad del diplomático Charles-Maurice de Talleyrand). Quien decidió los destinos de la familia real española fue Napoleón Bonaparte, emperador de Francia, luego de pergeñar las abdicaciones de los Borbones en la ciudad fronteriza de Bayona y de colocar a su hermano José en el trono vacante. Carlos IV, su esposa María Luisa de Parma y el favorito Manuel Godoy fueron enviados a las cercanías de París, luego a Marsella y por fin a Roma.

      La Expedición Pacificadora comienza a organizarse, bajo el mando de Pablo Morillo, militar y marino español de larga experiencia que se ha destacado durante la reciente guerra contra Francia. El cuadro de situación en los dominios ultramarinos no es muy claro, aunque parece registrar un debilitamiento de los movimientos revolucionarios. En Nueva España, donde las autoridades coloniales mantienen el control del gobierno desde su capital en México, los focos insurgentes sufren retrocesos que permiten que las tropas realistas recuperen varias regiones. En Venezuela, luego de declarar la independencia en 1811, el primer ensayo constitucional republicano y federal fue barrido por las fuerzas realistas, y el segundo ensayo de gobierno independiente corrió igual suerte por el avance de una masiva movilización popular procedente de los llanos y por las tropas regulares españolas. En Nueva Granada, la situación revolucionaria no se presenta tan negativa, pese a que sus líderes no logran expandir el dominio territorial. Allí, cinco provincias se han declarado independientes entre 1811 y 1814, pero las disputas entre las diversas jurisdicciones con vocación soberana habilitan a las fuerzas realistas a continuar su ofensiva, al mismo tiempo que las noticias de una inminente definición de la contienda europea provocan una creciente radicalización de la revolución. En el Cono Sur, la realidad de los ejércitos es compleja. En la jurisdicción del Río de la Plata, el frente del Ejército del Norte padece contundentes derrotas que dejan a la región del Alto Perú bajo dominio realista. En el frente de la Banda Oriental, si bien las fuerzas patriotas desplazan a los leales de Montevideo en junio de 1814, el bloque revolucionario rioplatense está dividido entre el gobierno centralista con sede en Buenos Aires y las fuerzas orientales lideradas por José Gervasio Artigas que postulan un proyecto de tipo confederal. En Chile, el gobierno instalado en 1810 se ve cada vez más acorralado por las tropas enviadas desde el centro antirrevolucionario de Lima y por los enclaves realistas que avanzan desde Chiloé y Valdivia hacia el valle central.