y el ensañamiento que muestran hacia los leales a la metrópoli.[35] El 7 de octubre se reúne una Junta para debatir el tema, a la que es convocado José María Salazar, quien había estado a cargo del Apostadero Naval de Montevideo hasta 1812. Salazar informa en Madrid sobre la situación en el Río de la Plata y el gobierno decide destinarlo como enviado extraordinario a Río de Janeiro para explorar la reacción de Portugal al plan de recuperar la región del Atlántico Sur.[36]
En pocos meses, el monarca español ha tomado decisiones cruciales. Esas decisiones –que algunos consideran respuestas previsibles e inexorables y para otros son fruto de la confluencia de factores contingentes– han sido objeto de diversas interpretaciones, de las que solo mencionaremos algunos puntos relevantes para este estudio. Recordemos que el intenso proceso de politización que se ha vivido en España en el pasado reciente, en cuyos extremos vemos los sectores absolutistas y liberales, no exhibe una clara correlación de fuerzas a comienzos de 1814. Si bien el retroceso de los liberales se puso en evidencia el año anterior en las elecciones a las Cortes ordinarias, entre marzo y abril muchos creen que la dirección futura conciliará con las fuerzas en pugna. En el contexto de incertidumbre y de corrientes en disputa –desde las más intransigentes, sumadas a la posibilidad del regreso de Carlos IV al trono, hasta las más temperantes– Fernando VII gestiona los tiempos en beneficio propio por medio de lo que Gonzalo Butrón Prida denomina “estrategia real del mutismo”.[37] La situación encuentra su deriva con el cambio político obrado en España cuando se imponen violentamente los grupos absolutistas que supieron capitalizar la imagen popular del rey Deseado y Amado creada por la liturgia patriótica durante la guerra contra los franceses. El golpe de mayo excluye, así, toda transacción o acuerdo entre las fuerzas políticas existentes y cierra las puertas a las soluciones de compromiso que circulaban en aquellos días.
La ruta por la cual optó la monarquía española se distingue de otras variantes restauradoras desplegadas en Europa luego del colapso del imperio napoleónico, tanto dentro como fuera del área borbónica.[38] Como indicó Emilio La Parra, se diferencia de la Restauración en Francia y Nápoles, donde, más allá de la hegemonía del pensamiento reaccionario, hubo cierta transacción entre procesos culturales precedentes y sucesivos.[39] El sistema político impuesto por Fernando VII –que se dedicó a perseguir, castigar y desterrar a aquellos acusados de liberales y afrancesados– no emuló, sin embargo, el modelo vigente en el Antiguo Régimen sino que ostentó una inédita concentración del poder en manos del rey y de un reducido grupo de ministros y consejeros que lo rodeaban.[40] Como sostiene Pedro Rújula, en la decisión de regresar al pasado y restaurar el orden perdido no hubo, pues, “nada de natural”, sino “una creación intelectual, un mito fomentado por los realistas para apoyarse en él y lanzarse a la recuperación del poder en la primavera de 1814”.[41]
En ese contexto, el monarca recién restaurado titubea entre adoptar posiciones más o menos negociadoras con los focos rebeldes americanos o aceptar las presiones que lo instan a encarar la reconquista.[42] Eso aconsejan las corporaciones más interesadas en recuperar de inmediato las colonias insurrectas, como los comerciantes gaditanos y muchos españoles residentes en América que, temerosos de quedar aislados en territorios rebeldes, aseguran el apoyo que tendría una intervención militar para restituir el antiguo orden.[43] Entre las presiones y los memoriales que arriban y la imprecisa información que circula sobre las cambiantes correlaciones de fuerzas en aquellas lejanas geografías, Fernando VII apenas puede trazar un diagnóstico parcial e incompleto. Pero además de estas consideraciones, el rey tiene a su disposición un ejército que ha engrosado sus filas en la guerra contra Francia y cuya oficialidad se identifica, al menos una parte de ella, con la defensa del liberalismo constitucional al cual ha servido con lealtad y bravura durante la ausencia de aquel. La decisión de una respuesta bélica a gran escala estaría vinculada no solo a cálculos militares y económicos, sino también a la amenaza que significa para el gobierno la propagación del liberalismo dentro de las tropas ahora ociosas, como ha demostrado Juan Marchena.[44] Desde esta perspectiva, la cruzada absolutista tendría su correlato en la estrategia guerrera americana.
Ahora bien, de los rumbos adoptados por el gobierno español durante 1814, muy visitados por la historiografía, hay un punto que permanece en las sombras: la elección del destino de la gran expedición al mando de Morillo. Las tratativas se realizan en el más absoluto secreto. Mientras las presiones decantan en la disyuntiva mencionada, la decisión de enviar a Salazar a Río de Janeiro hace presumir que las naves se dirigirán al Río de la Plata. De hecho, esa es la versión que circula en España y América, reforzada por las listas que se publican el 7 de noviembre y mencionan dos expediciones: la primera al mando de Morillo hacia Montevideo y la segunda, en orden de prioridad, hacia Nueva España. Sin embargo –según indica Michael Costeloe, estudioso de los planes de reconquista españoles– “todo el proceso de consulta y la referencia pública al Río de la Plata como el primer objetivo parece haber sido concebido para engañar a los numerosos observadores americanos, tanto dentro como fuera de España”.[45] Costeloe cita y sigue las hipótesis de Edmundo Heredia, el autor que en mayor profundidad ha estudiado el misterio del cambio de rumbo de esa expedición.[46] Detengámonos en esta interpretación, que es la que usualmente se considera más verosímil en el campo historiográfico que aborda el tema.
A partir de una exhaustiva investigación, Heredia analiza las diversas explicaciones acerca del cambio, realizado en el mayor hermetismo, y avanza sus propias conclusiones avalado por un voluminoso corpus documental que, según aclara, es el que ha “subsistido en los archivos españoles”.[47] Allí sostiene que el rey define el destino a Tierra Firme en junio, que su decisión es aprobada en octubre y queda cristalizada en las instrucciones fechadas el 18 de noviembre dirigidas a Morillo.[48] El autor descarta la versión oficial dada por el monarca, varios meses después, sobre la “lastimosa situación” de las provincias de Venezuela, y descarta también la suposición más habitual acerca de que el cambio fue consecuencia de la noticia sobre la caída de Montevideo en manos de los revolucionarios de Buenos Aires. Su hipótesis postula que el sigilo y el ocultamiento estaban motivados no solo por el interés de engañar a los revolucionarios sino también a la Comisión de Reemplazos de Cádiz, encargada de financiar la expedición que pretendía y creía dirigida a la plaza de mayor interés comercial para los gaditanos.
El misterio del cambio de rumbo se interpreta, entonces, sobre la tesis de una gran impostura. Sin desecharla a priori, cabe preguntarse si realmente se trató de un plan de simulación sostenido durante largos meses en un pequeño círculo del gobierno español.[49] Por supuesto, la lógica del secreto en este tipo de situaciones atenta contra una respuesta certera. Los archivos son esquivos sobre este tema, como admite el propio Heredia al iniciar su análisis: estamos –nos dice– ante un enigma difícil de develar porque “las fuentes disponibles son insuficientes para reconstruir en forma completa el proceso de los preparativos de la expedición” y porque los documentos posteriores evitan dar explicaciones convincentes, “como si se tratara de un tema prohibido”.[50] Dada la falta de evidencias, el recurso a la impostura suele ser eficaz.
El enigma sigue abierto. Los estudios disponibles no ofrecen una respuesta convincente a la pregunta obvia que flota en el aire: ¿qué razones tuvo Fernando VII para modificar en secreto el rumbo de Morillo si la situación venezolana no era tan apremiante y si la noticia de la pérdida del bastión realista de Montevideo, además de llegar tarde a España, no fue clave para la decisión? ¿Puede develarse el enigma si se limita la pesquisa a las fuentes que subsisten en los archivos españoles? Si bien Heredia no ignora los vínculos con otras potencias, concentra su atención en la clásica mirada que otorga un papel central y excluyente a la diplomacia inglesa. En ese sentido, bucea en la actitud del gobierno británico y afirma no haber encontrado ningún testimonio que haga presumir la injerencia de su diplomacia en este asunto. Por el contrario, reconoce que su gabinete “no descubrió la simulación” ni “planteó ninguna oposición” al destino rioplatense.[51]
En efecto, como veremos, Gran Bretaña estaba convencida de que la empresa de reconquista arribaría al Atlántico Sur. Pero si desplazamos el foco hacia los documentos alojados en los archivos luso-brasileños, encontraremos nuevas pistas y pondremos en duda la hipótesis de una prolongada simulación. O al menos