los contactos y negociaciones entre las coronas ibéricas para explicar el cambio de rumbo de la Expedición Pacificadora es, al menos, llamativa si tenemos en cuenta que recibir o no el apoyo portugués en Brasil era decisivo para la elección del destino, tanto antes como después de haberse perdido la plaza de Montevideo para las fuerzas leales a la metrópoli. Como intentaré demostrar a continuación, en los entresijos de esos contactos y negociaciones se cifra la primera variante fallida de la restauración borbónica en el Río de la Plata.
Hipótesis diplomáticas
Pese al hermetismo que rodea la definición del destino de la flota de Morillo, una persona posee valiosa información: José Luiz de Sousa. Sus datos no provienen de fuentes oficiosas, ni de los rumores que abundan en la Península, sino directamente del gobierno español. Sousa, emparentado con la estirpe del funcionariado luso, es el ministro plenipotenciario portugués enviado a Madrid luego de la restauración de Fernando VII. Gracias a sus buenos oficios, la diplomacia portuguesa parece estar al tanto de todo, o de casi todo, desde que comienza a tramarse la respuesta militar a gran escala.
A partir de agosto de 1814, el gabinete español busca sondear las posibilidades de obtener el apoyo de Portugal para su empresa bélica. La correspondencia del embajador Sousa con el ministro de Estado portugués en Brasil, el marqués de Aguiar, refleja esos contactos. Al anuncio de los preparativos de una gran expedición hacia el Río de la Plata le suceden las primeras negociaciones.[52] A fines de septiembre, Sousa le comunica a su gobierno que tuvo una entrevista con el ministro de Estado español, el duque de San Carlos, quien le transmitió que, debido a las noticias de Montevideo, el gobierno ha resuelto aumentar la tropa destinada al Río de la Plata a por lo menos ocho mil hombres y que “juzgaba preferible hacer arribar la expedición primero a Río de Janeiro y que S. M. C. [Su Majestad Católica] esperaba de la amistad e íntima alianza que existe con S. A. R. [Su Alteza Real] para que su tropa hallase allí todos los socorros y auxilios que pudiese precisar para proceder contra los insurgentes por mar y por tierra si las circunstancias así lo exigiesen”.[53] En esa entrevista, el embajador juzgaba necesario fijar algunas condiciones; entre otras, que los gastos de las tropas no recaigan sobre el erario luso, que el gobierno español dé aviso con anticipación enviando a una persona autorizada e instruida para tratar el asunto con el príncipe regente, y que quedaba pendiente la devolución de la plaza de Olivenza, en Extremadura, cedida por la corona portuguesa a España luego de la Guerra de las Naranjas que enfrentó a los dos países en 1801. En el siguiente reporte, el embajador menciona que el rey de España habría escrito y firmado una carta dirigida al príncipe regente de Portugal sobre la expedición a Montevideo que será conducida por un enviado extraordinario. En la misiva –fechada el 12 de octubre, cinco días después de la designación de José María Salazar para esa misión– se agrega lo siguiente: “Parece que en esta carta S. M. C. declara positivamente a S. A. R. su resolución de restituirle Olivenza y su territorio, esperando S. M. C. de la buena fe y amistad de su Augusto hermano, que le restituirá igualmente aquella porción de territorio en la América Meridional que se hubiese reunido al Brasil después de los Tratados de límites de 1777 y 1778”.[54]
Las tratativas para una alianza contrarrevolucionaria en América están en marcha. Sin embargo, en el cuidado idioma de la diplomacia, los primeros intercambios revelan el intento de ajustar cuentas pendientes entre ambos gobiernos. Portugal pretende la devolución de Olivenza y España aspira a resolver los asuntos fronterizos del Atlántico Sur. A eso se debe que la carta del rey mencione el Tratado de San Ildefonso de 1777, celebrado luego de las conquistas de Pedro Cevallos que concluyeron con la creación del Virreinato del Río de la Plata, por el cual Colonia de Sacramento y los Siete Pueblos de Misiones pasaron a manos de España. Las negociaciones deberán navegar por las seculares tensiones que atraviesan los vínculos entre las monarquías ibéricas y que hunden sus raíces en las transformaciones ocurridas en el sistema internacional de alianzas vigentes y en sus relaciones bilaterales.
Respecto del sistema internacional, basta recordar que durante el siglo XVIII Portugal se mantuvo alineado con Inglaterra, mientras que España hizo lo propio con Francia; que el acercamiento que procuró Carlos III entre las coronas ibéricas se vio frustrado luego de la Revolución Francesa y de la política exterior que siguió Carlos IV al sellar su alianza con Bonaparte; que Portugal quedó atrapado entre las presiones de Gran Bretaña y la monarquía vecina, a la que se enfrentó durante la breve Guerra de las Naranjas; que el recelo de los Braganza aumentó luego del Tratado de Fontainebleau de 1807 –en el que Bonaparte, Carlos IV y el ministro favorito Manuel Godoy proyectaron repartirse Portugal– que los impulsó a abandonar Lisboa para trasladarse a su colonia de Brasil; que con las abdicaciones de los Borbones en 1808 la guerra contra Francia unió a los dos imperios ibéricos y que Inglaterra fue la tercera aliada de esa entente contra el avance napoleónico en la Península.
Además, los vínculos bilaterales estuvieron marcados por relaciones cambiantes y conflictivas desde –al menos– el siglo XVI, cuando las dos coronas permanecieron unidas bajo la hegemonía española entre 1580 y 1640, y que terminó con la revuelta de Portugal y la instauración de la nueva monarquía independiente de la casa de Braganza. Las rivalidades, por otro lado, no se limitaron al territorio europeo sino que se desplegaron en América con epicentro en el Atlántico Sur. La voluntad de Portugal de convertir a la región oriental del Río de la Plata en el límite natural de sus dominios abrió una disputa fronteriza sembrada de marchas y contramarchas con España. Si bien el Tratado de San Ildefonso abandonó el inviable meridiano de Tordesillas, el hecho de que la frontera trazada sobre papel entre la América española y la América portuguesa no se demarcase en el terreno con exactitud topográfica volvió provisionales sus convenciones, sin clausurar las rivalidades entre ambas coronas. La presión de Portugal sobre el límite meridional continuó y, en el contexto de la Guerra de las Naranjas, sus tropas ocuparon las Misiones orientales y consolidaron sus defensas en Río Grande y posiciones estratégicas en la frontera. Ya a comienzos del siglo XIX, los reclamos de España para la devolución de las Misiones orientales son infructuosos y Olivenza se convierte en moneda de cambio.[55]
Con estos antecedentes, la coalición que busca España se avizora complicada. Hacer pie en el centro rebelde rioplatense supone reavivar la rivalidad de las dos coronas por los territorios orientales. Rivalidad que, además, resultaba evidente durante el cautiverio de Fernando VII. Desde 1810, cuando estalla la revolución en Buenos Aires, los realistas de Montevideo se ven en la difícil disyuntiva de arreglárselas solos o de recurrir al apoyo portugués en Brasil. Esta segunda opción entraña contravenir las órdenes de las autoridades metropolitanas, temerosas de que el apoyo lusitano se convierta en ocupación y en reclamo jurisdiccional sobre la Banda Oriental. Sin embargo, después del primer sitio a la ciudad, Francisco Javier de Elío, entonces virrey del Plata nombrado por la Regencia, pide ayuda a las tropas portuguesas, justificado luego ante sus autoridades como efecto del “clamor público que prefiere caer antes en manos de Moros que en las del intruso e injusto gobierno de Buenos Aires”.[56] Pero cuando los ejércitos lusos avanzan hasta las cercanías de Montevideo, el virrey concierta un armisticio unilateral con Buenos Aires. El retiro de las tropas portuguesas se produce luego de marchas y contramarchas que derivan en el armisticio de 1812 entre Portugal y Buenos Aires –bajo mediación inglesa– en el que ambas partes se comprometen a permanecer “dentro de los límites del territorio de los dos Estados respectivos” y a anunciar con tres meses de antelación la reanudación de las hostilidades. En virtud de este armisticio, durante el segundo sitio de Montevideo iniciado por el bloque revolucionario, el gobierno de Brasil se niega a auxiliar a los realistas españoles pese a los desesperados pedidos de Gaspar de Vigodet, gobernador a cargo de la plaza oriental tras el regreso de Elío a España.
Esa desconfianza mutua impera en las tratativas diplomáticas que se desarrollan en Madrid. En la negociación, el gobierno español se ve en la posición más débil –es el que solicita ayuda de su aliado– y seguramente por ello Fernando VII parece dispuesto a restituir Olivenza, aunque espera igual gesto por parte de Portugal respecto de los territorios americanos meridionales anexados a Brasil luego de los tratados de 1777 y 1778; al menos así lo expresa el citado reporte que el 12 de octubre envía a Río de Janeiro su embajador. Los contactos continúan y el 10 de diciembre de 1814 Sousa le informa a su ministro de Estado