Marcela Ternavasio

Los juegos de la política


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los contactos y negociaciones entre las coronas ibéricas para explicar el cambio de rumbo de la Expedición Pacificadora es, al menos, llamativa si tenemos en cuenta que recibir o no el apoyo portugués en Brasil era decisivo para la elección del destino, tanto antes como después de haberse perdido la plaza de Montevideo para las fuerzas leales a la metrópoli. Como intentaré demostrar a continuación, en los entresijos de esos contactos y negociaciones se cifra la primera variante fallida de la restauración borbónica en el Río de la Plata.

      Pese al hermetismo que rodea la definición del destino de la flota de Morillo, una persona posee valiosa información: José Luiz de Sousa. Sus datos no provienen de fuentes oficiosas, ni de los rumores que abundan en la Península, sino directamente del gobierno español. Sousa, emparentado con la estirpe del funcionariado luso, es el ministro plenipotenciario portugués enviado a Madrid luego de la restauración de Fernando VII. Gracias a sus buenos oficios, la diplomacia portuguesa parece estar al tanto de todo, o de casi todo, desde que comienza a tramarse la respuesta militar a gran escala.

      Las tratativas para una alianza contrarrevolucionaria en América están en marcha. Sin embargo, en el cuidado idioma de la diplomacia, los primeros intercambios revelan el intento de ajustar cuentas pendientes entre ambos gobiernos. Portugal pretende la devolución de Olivenza y España aspira a resolver los asuntos fronterizos del Atlántico Sur. A eso se debe que la carta del rey mencione el Tratado de San Ildefonso de 1777, celebrado luego de las conquistas de Pedro Cevallos que concluyeron con la creación del Virreinato del Río de la Plata, por el cual Colonia de Sacramento y los Siete Pueblos de Misiones pasaron a manos de España. Las negociaciones deberán navegar por las seculares tensiones que atraviesan los vínculos entre las monarquías ibéricas y que hunden sus raíces en las transformaciones ocurridas en el sistema internacional de alianzas vigentes y en sus relaciones bilaterales.

      Respecto del sistema internacional, basta recordar que durante el siglo XVIII Portugal se mantuvo alineado con Inglaterra, mientras que España hizo lo propio con Francia; que el acercamiento que procuró Carlos III entre las coronas ibéricas se vio frustrado luego de la Revolución Francesa y de la política exterior que siguió Carlos IV al sellar su alianza con Bonaparte; que Portugal quedó atrapado entre las presiones de Gran Bretaña y la monarquía vecina, a la que se enfrentó durante la breve Guerra de las Naranjas; que el recelo de los Braganza aumentó luego del Tratado de Fontainebleau de 1807 –en el que Bonaparte, Carlos IV y el ministro favorito Manuel Godoy proyectaron repartirse Portugal– que los impulsó a abandonar Lisboa para trasladarse a su colonia de Brasil; que con las abdicaciones de los Borbones en 1808 la guerra contra Francia unió a los dos imperios ibéricos y que Inglaterra fue la tercera aliada de esa entente contra el avance napoleónico en la Península.