padecen el elevado costo de ser leales a la metrópoli. El sitio ya lleva varios meses y ha convertido a la ciudad en una fortaleza y un refugio custodiados por la flota, donde arriban cientos de leales que huyen de la revolución. La ciudad amurallada está en una situación desesperante; el hambre y las enfermedades diezman a la población y los auxilios que el gobernador Vigodet solicita a Brasil no llegan.[77] El príncipe regente de Portugal adopta una actitud neutral y respeta el armisticio concertado con Buenos Aires en 1812.
Las tratativas de pacificación lideradas por Strangford se prolongan varios meses. Las dificultades para llegar a un acuerdo no son ajenas a la distancia que separa a la corte carioca del teatro de guerra. Pero lo que traba las negociaciones son las divisiones internas en los dos bandos enfrentados. En el bloque revolucionario, Artigas abandona el cerco de Montevideo en enero y el Directorio lo declara “traidor a la patria” y “enemigo de la humanidad”. Fernando Otorgués, lugarteniente, primo y hombre de confianza de Artigas, queda a cargo de las tratativas en las cercanías de Montevideo, apoyado por un considerable número de tropas. Si bien el líder oriental le advierte que “estamos peleando contra Buenos Aires, pero no es porque seamos adictos a la causa de Montevideo, hay muchísima diferencia entre lo uno y lo otro”,[78] Otorgués alimenta las sospechas cuando, en su nombre y en el de su primo, propone a las autoridades locales llevar adelante una acción conjunta para impedir la entrega de la plaza a los ejércitos porteños. El rumor de esta posibilidad profundiza las divisiones dentro del bloque realista. El sector de los leales llamados “empecinados”, apoyado por las milicias y grupos plebeyos montevideanos, jura morir antes que rendirse o negociar con algún sector de la insurgencia.[79]
Ese complejo escenario, donde ambos bloques –revolucionario y antirrevolucionario– se encuentran divididos, parece una situación de suma cero: nadie puede ganar sin la colaboración de alguna de las fuerzas en pugna. La definición del enemigo se torna imprecisa y en ella se cruzan especulaciones variadas y oscuras. No queda claro si las acciones pueden derivar en alguna alianza estratégica entre integrantes de los equipos enfrentados o si darán pie a una competencia descarnada. Lo cierto es que, en ese empate de fuerzas, el proyecto de armisticio fracasa. Strangford culpa a la intransigencia del gobernador de Montevideo y atribuye su actitud a “un arreglo con Artigas”.[80] El director supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Posadas, le anuncia al embajador británico que no puede menos que “ceder al imperio de las circunstancias, pasando tropas a reforzar el sitio de esa plaza y mandando la fuerza naval a bloquear su puerto”.[81] La marina española es derrotada por la escuadrilla de Buenos Aires y el gobierno de Montevideo capitula el 20 de junio. El general Carlos María de Alvear, al mando de las tropas del ejército sitiador, toma la plaza tres días más tarde.
El fallido armisticio, que culmina con la expulsión de las fuerzas realistas de la Provincia Oriental, se negociaba a ciegas de lo que ocurría en la Península. Durante esos meses de tratativas, las noticias llegadas de Europa siguen los lentos ritmos de las comunicaciones. Nadie sabe si Fernando VII ya está restituido en el trono ni tampoco bajo qué condiciones. El gobernador Vigodet, poco antes de capitular y enterado de la liberación del rey, hace una defensa cerrada de la Constitución de Cádiz para persuadir a los revolucionarios de negociar un pacto que considera justo y beneficioso para todos: “V. E. ha leído la sagrada Constitución de la Monarquía, ha visto la división de poderes, las atribuciones de cada uno, la responsabilidad de todos, y no habrá podido menos que admirar el modo en que se ha afianzado la libertad de los Españoles de ambos mundos, sin que el despotismo vuelva a usurparles sus derechos”.[82] En esta declaración pública de fe constitucional, Vigodet no parece sospechar que podría quedar ubicado en el bando de los liberales perseguidos por el rey en España luego del decreto del 4 de mayo. Cuando los porteños toman Montevideo aún no circula la información sobre la restauración del absolutismo ni se sabe qué actitud adoptará el monarca hacia sus dominios ultramarinos. Lo único cierto es que Fernando VII va camino a Madrid.
El gobierno directorial de Buenos Aires tiene ahora un doble desafío: por un lado, el que puede venir de la Península con un ejército liberado de la guerra contra Francia; por el otro, controlar la frontera con Brasil y el territorio rural de la provincia recién conquistada. Visto que esto último requiere pactar una tregua, el nuevo gobierno instalado en Montevideo otorga a Artigas el cargo de comandante general de la Campaña Oriental. Sus antecedentes como capitán del Cuerpo de Blandengues, su conocimiento e intervención en la frontera portuguesa desde tiempos coloniales y, sobre todo, su liderazgo político en la región gracias a los sólidos vínculos que supo crear desde 1811 con las familias campesinas, los grupos indígenas y los hacendados hacen que desempeñe un papel protagónico. Como parte de las tratativas, Buenos Aires propone que Artigas renuncie a cualquier pretensión sobre la provincia de Entre Ríos y que se elijan dos diputados para asegurar presencia en la Asamblea Constituyente. El temor del Directorio es la expansión del artiguismo y sus planes confederales a la región litoral: ubicada entre los ríos Uruguay y Paraná, comprende las jurisdicciones de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, dependientes de la gobernación intendencia de Buenos Aires.[83] Pero el líder federal se niega a limitar su poder a la campaña de la Provincia Oriental y rechaza el nombramiento; entre tanto, mueve sus fuerzas y corta las comunicaciones con Montevideo.
Las desconfianzas y rencores mutuos dentro del bloque revolucionario se vuelven visibles cuando el tablero de juego se abre a nuevas estrategias transatlánticas. A medida que comienzan a llegar las novedades de España, y mientras Europa celebra la derrota del imperio napoleónico, el director supremo de las Provincias Unidas está lejos de compartir la algarabía de las potencias vencedoras. Posadas le escribe a José de San Martín en julio de 1814, pocos días antes de nombrarlo gobernador intendente de la provincia de Cuyo: “El maldito Bonaparte la embarró al mejor tiempo; expiró su imperio, cosa que los venideros no creerán en la historia, y nos ha dejado en los cuernos del toro. Yo soy de parecer que nuestra situación política ha variado mucho y que por consiguiente deben también variar nuestras futuras medidas”.[84] San Martín, conspicuo miembro de la Logia Lautaro, conoce de cerca el poder que solía tener el emperador francés; formado como militar de carrera en España, participó en la guerra peninsular como soldado del rey hasta su regreso a Buenos Aires en 1812 con la decisión de librar una campaña libertadora contra el yugo colonial.[85] Apenas dos años después de su llegada, la sensación imperante en Buenos Aires es que, con el fin de las guerras napoleónicas, la América española perdió su mejor oportunidad de independizarse.
En ese clima comienzan a circular las noticias sobre la expedición que se prepara con destino al Río de la Plata, hecho que provoca una profunda incertidumbre en todos los escenarios del Atlántico Sur. La triple entente formada por España, Portugal e Inglaterra deberá sortear una prueba de fuego en el convulsionado ambiente americano de la Restauración. Andrés Villalba inaugura su puesto de encargado de negocios en Brasil presentando quejas al embajador británico: las denuncias elevadas por los realistas que defendieron la plaza de Montevideo señalan que Inglaterra habría colaborado de manera activa con el foco rebelde.[86] Los portugueses están preocupados por el avance revolucionario en sus fronteras, con el gobierno de Buenos Aires expandido hacia la Banda Oriental, y temen una guerra de rapiña emprendida por las fuerzas artiguistas que buscan asilo en su territorio. El embajador británico en Brasil, por su parte, desconfía más de las apetencias portuguesas sobre la Banda Oriental que de las incursiones de las facciones revolucionarias y las disputas entre ellas.
En este nuevo contexto, el gobierno de Buenos Aires es el más expuesto. En abierta disputa con Artigas, circulan rumores de todo tipo sobre posibles realineamientos de fuerzas, pero ninguno habilita la alternativa de una recomposición dentro del bloque revolucionario. Por el momento, ambas tendencias toman sus iniciativas de manera autónoma. En la capital de las Provincias Unidas se avanza hacia una estrategia negociadora estimulada desde Río de Janeiro por lord Strangford, quien le sugiere al director supremo que mande diputados ante Fernando VII para alcanzar una pacificación sólida y equitativa sobre la base del reconocimiento de la legitimidad del monarca restituido en el trono.[87] Dos meses después, Posadas acusa recibo de la propuesta y en septiembre le anuncia a Strangford que enviará dos diputados a Madrid:
Confío en que serán tratados no como enviados a solicitar