Javier Auyero

Entre narcos y policías


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mostraremos cómo la colusión modela y canaliza la violencia interpersonal.

      Acerca de estudiar la pobreza y la violencia

      Las áreas como Arquitecto Tucci –y muchos otros barrios pobres en las Américas– son persistentemente estigmatizadas y criminalizadas por los Estados, los medios de comunicación y otros ciudadanos temerosos. Estos lugares y las personas que los habitan suelen ser homogeneizados para evocar un “imaginario criminal amenazador” (Schneider y Schneider, 2003: 352). En cuanto a nosotros, lo último que pretendemos hacer al estudiar y publicar las historias de vida de los vecinos de Arquitecto Tucci es reproducir esos estereotipos dominantes sobre los pobres. Nos enfocamos en esas experiencias porque son cruciales para comprender la despacificación de los espacios marginados y las dificultades que deben afrontar sus moradores en el día a día. Las personas como Carolina –vale la pena repetirlo– son las que más sufren la colusión y la escalada de violencia. Y si nos embarcamos en este proyecto, fue porque queríamos entender mejor cómo los actores estatales producían y perpetuaban sus aflicciones (y las de muchos otros).

      Nuestro enfoque sobre las áreas pobres y estructuralmente desprotegidas y sobre los vínculos clandestinos entre narcotraficantes y miembros de las fuerzas de seguridad (casi siempre provenientes de los mismos barrios y con desventajas similares) no pretende sugerir que las relaciones ilícitas son inherentes a –o exclusivas de– la marginalidad urbana. No lo son. Para enfatizar este punto, proponemos una paráfrasis del informe de 1993 de la Comisión Antimafia del Parlamento italiano cuando declaró que:

      La consideración de las conexiones con la mafia no debe focalizarse solo en “los estratos más bajos” de la política. Es impensable que el vasto fenómeno de colusión con la mafia en las comunidades del sur pueda haberse desarrollado como lo ha hecho sin alguna clase de participación de actores políticos de los niveles más altos (cit. en Della Porta y Vannucci, 1999: 220; el destacado es nuestro).

      Nuestro enfoque del funcionamiento interno de la colusión a nivel local fue conformado, en gran medida, por lo que observamos durante nuestro trabajo de campo en Arquitecto Tucci. Los numerosos relatos de colusión y rumores de extorsión que circulaban entre los vecinos orientaron nuestra búsqueda. Nuestro enfoque también fue determinado por la disponibilidad de información en el momento de la escritura: disponibilidad que también es funcional al poder de ciertos actores para evitar que los detecten. Sin embargo, los procesos judiciales que analizamos ofrecen un panorama sin precedentes de ciertas interacciones sociales, incluidas conversaciones privadas, que a menudo permanecen ocultas hasta para el etnógrafo más astuto e integrado.

      Hasta donde sabemos, este es el primer libro que combina información etnográfica con evidencia recogida de procesos judiciales y transcripciones de escuchas telefónicas. En principio, la combinación de evidencia etnográfica y judicial podría ampliarse para examinar las conexiones clandestinas entre policías y criminales a nivel provincial y federal. También podría expandirse para estudiar otras clases de conexiones, como se insinúa en el caso de Los Pescadores (capítulo 6), aunque no se desarrolla por completo en los casos presentados. Más allá de estas estimulantes posibilidades, la disponibilidad de evidencia confiable continúa siendo el primer obstáculo para cualquier emprendimiento empírico y teórico de este tipo.

      Descubrir lo encubierto

      En referencia al predicamento del “escritor norteamericano” en los Estados Unidos de mediados del siglo XX, Philip Roth señala que este se ve sobrepasado por “los intentos de comprender, describir y volver creíble la realidad estadounidense. Esto embota, enferma, enfurece y en última instancia avergüenza a la propia y magra imaginación” (Roth, 2017: 27). La realidad oculta que reconstruimos en las páginas de este libro planteó un desafío similar a nuestra imaginación sociológica. Al excavar diferentes fuentes de información (trabajo de campo cualitativo y documentos judiciales) buscamos establecer conexiones entre “cosas” (hechos sociales) que no suelen estar relacionadas: por ejemplo, el sufrimiento de una madre por la adicción de su hijo, una disputa doméstica y el arreglo de un policía con un narcotraficante (lo que muchos manuales de sociología política llamarían “sociedad” y “Estado”).

      ¿Por qué una persona sin mayor interés en la política argentina ni en la relación del Estado con los ciudadanos pobres querría leer este libro? ¿Qué podemos decirles a los lectores acerca de este tema, sin duda mucho más amplio? Estas preguntas recurrentes atormentan a los investigadores que, al igual que nosotros, residen y trabajan en los Estados Unidos, pero escriben sobre otras áreas del mundo. Para nosotros este libro es producto de un esfuerzo colectivo por develar y analizar interacciones y resoluciones encubiertas que nadie quiere que sean vistas, leídas o analizadas. Si bien los programas de televisión populares, el cine y los documentales a veces recurren al “detrás de escena” para mostrar el crimen y el castigo, los académicos que estudian la pobreza, el Estado y la violencia rara vez se orientan en esa dirección. Este libro presta atención analítica no solo a la dimensión clandestina de las interacciones entre Estado y sociedad, sino también a las maneras en que estas configuran la vida cotidiana de los ciudadanos pobres. En vez de ofrecer un postulado teórico, queremos mostrar cómo funciona la colusión.

      En las páginas que siguen, incursionamos en diferentes tipos de estudios académicos. Algunos fueron producidos por sociólogos y antropólogos en la Argentina sobre la realidad argentina; otros, por sociólogos, politólogos y antropólogos que residen y trabajan en los Estados Unidos y se dedican a examinar las condiciones, problemas y dinámicas en América Latina y otras partes del mundo; y otros producidos por sociólogos residentes en los Estados Unidos sobre temas específicamente estadounidenses. Y aquí aparece otra de las lecciones de nuestro estudio. Nos apoyamos en diversas literaturas, no por afán academicista, sino porque necesitamos dar sentido al material empírico que encontramos. Los académicos, y en particular los sociólogos urbanos, podrían acompañar este intento y proponer un análisis que trascienda las fronteras disciplinarias y nacionales para acabar con el parroquialismo que todavía caracteriza a buena parte de nuestro campo. Creemos que los sociólogos urbanos en los Estados Unidos tienen mucho que aprender de lo que se escribe en otras partes del mundo. Este libro, creemos, ofrece una demostración empírica de qué tipo de estudios académicos es posible producir desde una perspectiva transdisciplinaria y transnacional.

      La tercera lección de este libro está relacionada con los métodos. El trabajo etnográfico expone las virtudes de capturar la naturaleza relacional de un fenómeno determinado desde diversas posiciones: por ejemplo, entender un desalojo en Milwaukee desde los puntos de vista del desalojado y del propietario del inmueble (Desmond, 2016), o cuestionar el patrullaje policial en Los Ángeles estudiando a los policías y a los sin techo (Stuart, 2016). A veces esto puede hacerse con trabajo de campo etnográfico multisituado. Otras, dado el carácter ilícito de la actividad que se investiga (y los riesgos que conlleva