Gustavo Rodríguez Espada

Pensamiento Estético en Musicoterapia


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vinculares en tanto condiciones de posibilidad.

      Y la historia en términos de Giorgio Agamben, no es más que el resultado de las relaciones entre significantes diacrónicos (una progresión en el tiempo) y significantes sincrónicos (el tiempo en un momento dado, un tiempo concreto). (...) Al interior de cada encuentro, en el instante del hacer clínico se vive otro tiempo. Un tiempo que no es del orden cronológico, sino, a decir de Deleuze, un tiempo aiónico. Aión, significación temporal que en griego clásico designaba una temporalidad no numerable, implica una temporalidad más del lado de la fuerza vital y de la potencia, que de la cronicidad. (Barbin, Damnotti, 2010, p. 43)

      La latencia nos empuja a una escucha dificultada o interrumpida, nos fastidia, nos difiere. Pero contamos con ese gesto captado y repetido para alcanzar nuevos niveles de escucha. Esa mínima porción discursiva que contiene el estilo del otro. Como quien se sienta a escuchar música y descubre inflexiones donde antes no las percibía, vamos ingresando en una escucha más minuciosa, una escucha de lo micro y buscando ese pequeño atisbo de libertad posible por medio de un hacer musical/sonoro colectivo. Poner a conversar nuestro sentido estético, nuestro deseo de hacer música con esas producciones puede volverse una deriva posible del fastidio latente.

      Podemos pensarlo también como un hiato, un corte en el espacio-tiempo, un cambio de ritmo, de pulso, discontinuidad que posibilite un movimiento desde cierta impotencia-estática, impuesta por el neoliberalismo de forma circular, continua y sin corte, hacia una imposibilidad-estética que se plantea hoy en nuestro contexto clínico virtual. Se nos ha vuelto indispensable poder ubicar, describir y plantear aquellos problemas subyacentes al acontecimiento. Es importante considerar que esta imposibilidad no se aleja del movimiento, por el contrario, es empujada por cierta necesidad, entendida desde Deleuze como una fuerza indispensable en todo acto de creación, que insiste en acomodarse a otras velocidades, intensidades, sonoridades, materialidades, planos, artencias y azares. Actos de resistencia.

      El desafío es sostener diversas formas de encuentro, en los cuales trazamos mapas que no son fijos, cartografías que se arman y rearman de tal manera que la materia expresiva se ofrece y dispone como textura vincular de andamiaje que se reedita en el discurso a partir de la experiencia.

      Si el discurso, luego de ser percibido y formalizado deja una huella, imprime el cuerpo, la huella de dos dimensiones, producida por ese discurso de pantalla, en el que algo se ha perdido, ausencia fastidiosa si las hay, ¿qué cuerpo deja? ¿Es lo mismo una consigna verbal, pedido, pregunta, incentivo, invitación, orden, límite o connotación verbal o sonora, acuse de recibo de la escucha, contacto ocular en dos dimensiones, o en tres, que dar la mano? ¿El desplazamiento del propio cuerpo en el espacio, ahora a negociar con la cámara, el plano de la imagen, la proxemia en sesión, es lo mismo que la distancia de foco? ¿Un plano cercano y/o un beso o un abrazo? Aquí, todos sabemos que no lo es, pero ¿en dónde radica exactamente esa diferencia?

      Compartir un objeto físico o virtual no parece ser lo mismo. La mano que agarra, tensiona, aprieta, desliza. ¿Dónde trazar una frontera, primaria al menos, borrosa, móvil, en la que el lenguaje fuere soportado por la materia significante que fuere, diverge entre las dos y las tres dimensiones? ¿Hay una bifurcación?

      ¿Qué cuerpo-discurso es posible? ¿Cómo tramitamos los S. musicoterapeutas ese cuerpo sin temperatura, sin olor, sin textura, comprimido y recortado en su espacialidad, ecualizado en sus movimientos a partir de las posibilidades técnicas de desplazamiento de un teléfono-cámara-ojo que recuerdan la estética de von Triers del Dogma 95?

      Planteamos el discurso en tanto transcurso durante el cual, en tiempo presente, el sujeto se enuncia y se denuncia presente a través de su expresión en presencia de otro: y esta operación implica vínculo, implica y necesita de otro. Arma presencia y presente al hacerse oír, al apropiarse del discurso en tiempo y espacio habitándolo, transcurriéndolo. En palabras de Verón (1987): una subjetividad definida desde el discurso (...) el transcurso de una temporalidad en un presente actualizado por el sujeto (Perea, 2008, p.90)

      Fastidia la ausencia de lo que nos es (¿era?) tan necesario a los musicoterapeutas para formalizar lo percibido. Hoy las posibilidades de análisis e intervención se dislocan: se juegan en lo sonoro, en lo gestual que atraviesa la pantalla, membrana porosa a la percepción, pero membrana filtrante al fin. Hay un costo, hay algo que se pierde. Y también es ese disparatar la escucha que pide Perea, o más extensamente, disparatar la percepción y entonces volver al escenario musicoterapéutico; atravesar el territorio del fastidio y volver a trazar distinciones posibles, co-construir con el otro, otro lenguaje, aquellos signos compartidos.

      Y aquí es necesaria la parada ética musicoterapéutica, que desde el concebir estéticamente al Sujeto (S) y a nuestra práctica, nos invita a sostener que Hay otro allí, tal vez del otro lado de la pantalla, o quizás en esa tercera zona, en el “entre” ambos lados de la pantalla, una tridimensionalidad diacrónica, en tiempos dislocados. Pero hay otro. Aún no sabemos qué formatos subjetivos nos depara este cruzar la frontera del fastidio, ese otro que nos espera allí.

       Referencias bibliográficas

      

      BARBIN, J. DAMNOTTI, P. (2010). Clínica en Musicoterapia. La potencia de lo colectivo en la construcción subjetiva de niños con TGD. Tesis de Grado. Buenos Aires, Argentina: Universidad Abierta Interamericana.

      BATESON, G. (1976) Pasos para una ecología de la mente. Buenos Aires- México: Ediciones Carlos Lohlé.

      -------- (1997) Espíritu y Naturaleza. Buenos Aires: Amorrortu editores.

      BERARDI, F. (2019) “El problema es cómo la pantalla se ha apoderado del cerebro”. Disponible en: https://elpais.com/cultura/2019/02/18/actualidad/1550504419_263711.html

      DELEUZE, G. (1990) “Capítulo III ¿Qué es un dispositivo?” en Michel Foucault filósofo. Barcelona. Editorial Gedisa.

      EIRIZ, C. (2016) En busca de lo audible: Ensayos críticos acerca del Tratado de los objetos Musicales de Pierre Schaeffer. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ugerman Editor.

      FERNÁNDEZ, A. (2007) Las lógicas colectivas: imaginarios, cuerpos y multiplicidades. Buenos Aires, Biblos.

      KIEKTIK, C. (2006) La envoltura sonora del artista: Creación sonora para la creación artística. Tesis de grado. Buenos Aires, Argentina: Universidad Abierta Interamericana.

      PEREA, X. Paterlini, G. comp. (2014) A Voces: Intertextos en Musicoterapia. Buenos Aires, Editorial UAI.

      PEREA, X. (2008) “Capítulo I Bases epistemológicas de un pensar-hacer clínico en musicoterapia en la infancia” en Del Posicionamiento ante la clínica en Diagnóstico y abordaje musicoterapéutico en la infancia y la niñez. Gauna, G, Perea, X. y otros. Buenos Aires, Koyatun editorial.

      RODRÍGUEZ Espada, G. (2016) Pensamiento Estético en Musicoterapia. Buenos Aires. Editorial UAI.

      SCHLEMENSON s. y Percia M. comp. (1997) “Capítulo I Pensamientos y comentarios: Intentos y desmesura” en “El tratamiento grupal en la clínica psicopedagógica”. Buenos Aires. Ed. Miño y Dávila.

      El fenómeno musical, como el fenómeno lingüístico, o el fenómeno religioso, no puede ser correctamente definido o descripto sin tener en cuenta su triple modo de existencia, como objeto arbitrariamente aislado, como objeto producido y como objeto percibido. Estas tres dimensiones fundan, en gran medida, la especificidad de lo simbólico.