permanente retorno sonoro en el que abrevamos toda vez que hemos necesitado de una pregunta, de un acontecimiento o de un abrazo.
Los tiempos históricos que nos tocan nos han invitado a revisar nuestras prácticas, tanto en la formación profesional cuanto, y recursivamente, en su ejercicio clínico. La técnica, el concepto de adisciplina estética, la escucha y la ética desde la que percibimos nuestro devenir musicoterapeutas, y a la que invitamos a quienes, tan audaces como amables, se entrelacen con nuestros escritos.
Como en el primer libro, también el presente fluye “hacia un pasado imaginario y pretenciosamente fundacional”, pero su textura se expande y territorializa nuevas regiones. No es imposible y acaso sea deseable, construir un propio recorrido como lector@s, una línea de fuga, que al tiempo que se transita, produce una diferencia e integra en lo colectivo.
Los textos, tanto los que historizan el Pensamiento Estético en Musicoterapia, recopilados, releídos y corregidos sin perder su lógica y su situación epocal, cuanto los nuevos habitantes de este libro, son una invitación a participar e intervenir en ellos, a hacer uso, a resignificarlos. Tienen como destino el dejar de pertenecer a su autor/a para esparcirse en pensamientos y en actos de una comunidad, con el objeto de acentuar su capacidad de proliferar en lo heterogéneo, como quería Deleuze.
Pueden comprenderse como fragmentos de una gran improvisación, que han quedado fijados en una partitura sin dejar de ser aquella improvisación, sin perder su condición de tiempo presente y colectivo, que ahora adquiere la apariencia de una lectura.
Es a nuestr@s lector@s a quienes les toca el trabajo, arduo siempre, caprichoso a veces, de restituirle a esa improvisación fragmentaria el carácter de discurso vivo. Y ya entonces participar del festejo, la ceremonia de un acontecimiento que obra, que distingue, que traza, fundando una pequeña guía de prolongaciones y réplicas rizomáticas. Errancias, derivas, fugas...
Probablemente, y aún sin mi total consentimiento, un deseo pueble esta introducción; que cada vez que alguien se interne en estos escritos reinicie esa improvisación en la que todos los sujetos invocados en ellos, ese nosotr@s, vuelva a sonar, a escucharse. ¡Volvamos a tocar! Un nosotr@s nómada, un nosotr@s que se sostiene, así como el curso del río sostiene el cambio constante de las aguas. Este nosotr@s tiene la potencia de incluir a quien lee, que cada vez que abra, y se abra, al texto se estará ya integrando nuestra conversación colectiva. Nuestra dialogia.
Y es desde este escenario de acontecimientos desde donde l@s invito a recorrer los mentados senderos del bosque, comprender los conceptos, sufrir las arideces sembradas en la escritura, discutir pareceres y, secretamente lo espero, disfrutar de alguna línea afortunada.
Gustavo Rodríguez Espada
Rosario, Junio de 2016 - Buenos Aires, Diciembre de 2020
Decir de época
Clínica del Fastidio
La Hermandad del Fastidio
MAURO BERTOLA, DANIEL GONZÁLEZ, RODRIGO OLMEDO, MAXIMILIANO PAPA, GUSTAVO RODRÍGUEZ ESPADA
Este escrito tiene carácter colectivo, se gesta en lo fraternal del encuentro, porque hubo y hay encuentro a pesar de la pantalla. ¿Cómo reactivar ese cuerpo colectivo en estos tiempos?
(La Hermandad del Fastidio, 2020)
La única terapia que yo veo tras la oscuridad presente es la reactivación del cuerpo colectivo, del placer de encontrar el cuerpo del otro en la dimensión colectiva.
(Berardi, 2019)
De la clínica en Musicoterapia en tiempos de aislamiento. Un texto de emergencia
Estas líneas son escritas en tiempos de pandemia, de distanciamiento social obligatorio, en tiempos en los que el contacto físico está disminuido o neutralizado, en tiempos en los que a muchos profesionales de la salud nos han pedido que brindemos prestaciones desde dispositivos electrónicos y, pantalla mediante, tentemos algún tipo de afectación saludable con quienes atendemos.
El tiempo y la corporeidad son justamente dos de los tantos factores que instalan diferencias en esta nueva vincularidad para la clínica. ¿Cómo hacemos música con otras personas en este contexto dominado por la latencia? ¿Qué hacemos con la incomodidad y el fastidio que esto nos produce? ¿Qué clínica musicoterapéutica podemos pensar desde ahí sin negar ese malestar de época? No podíamos escribir fuera de este tiempo. No podíamos proyectar estos párrafos fuera de esta vivencia que nos perturba, no podíamos pensarnos dentro de una clínica conocida o ideal que ya no sabemos si volverá a darse, no podíamos negar la explotación sobre nuestros cuerpos por un neoliberalismo que nos sujeta hasta en lo más íntimo de nuestro hogar y, no obstante esto, necesitábamos componer algunos caminos posibles si es que queríamos seguir ejerciendo nuestra querida práctica clínica en este contexto. Las tecnologías devinieron en una prótesis fundamental para el proceso terapéutico. No podemos llegarnos sin las múltiples plataformas de tele-asistencia, no podemos componer con otros sin los software de edición musical, ni siquiera podemos vernos las caras sin algún dispositivo a disposición.
En estos tiempos las palabras “distancia” y “pantalla” toman un protagonismo impensado hasta el momento y, resignificándose en tanto su uso en el territorio de la clínica musicoterapéutica se hace cotidiano, van siendo transitadas por sentidos diversos e inestables, proceso que parece propio de este escenario en el que la materia expresiva se torna disponible al sentido.
En esta trama compleja y cargada de incertidumbre, la pantalla oficia de membrana por cuyos poros transita, de un lado al otro, un discurso cuya materialidad dispuesta al sentido diverge, cambia en su formación y propone acontecimientos. Esas mutaciones nos interpelan, no exentas violencia. Una virtualidad violenta.
Materia disponible “que es susceptible de percibirse por los sentidos (...) no es posible percibir sin formalizar y, recursivamente, la formalización implica percepciones, aun siendo éstas objetos simbólicos. Hablamos de estética como la posición desde la que vemos el acontecer estético y, circularmente otra vez, la estética determina una posición de percepción.” (Rodríguez Espada, 2016 p.101)
La imagen, los movimientos, los gestos, las duraciones, el sonido, la interferencia, el espacio, las posibles relaciones, operan como puntos de apoyo desde los cuales “ubicarse en posición ventajosa para observar” y describir realidades posibles, estados de cosas.
Pero explicar los fenómenos estéticos (…) implica, en principio, un cartografiado de los mismos mediante una descripción, la cual nos pone en serias dificultades pues se trata de dibujar un mapa en la superficie del agua. La superficie, el lenguaje sobre el que se hace el cartografiado condiciona nuestro relevamiento. (Rodríguez Espada, 2016 p. 102)
En tal relevamiento algo se pierde, un resto que queda fuera del lenguaje, la descripción es una aproximación posible, “el mapa no es el territorio”, dirá Bateson (1976, 1997). La teoría del Pensamiento Estético en Musicoterapia ofrece la posibilidad de elegir y asumir el compromiso ético de velar por ese resto desde la adisciplina estética sabiendo que dicho pensamiento está inserto en una trama social disciplinante.
Si el lenguaje ya condiciona nuestro relevamiento ¿qué sucede cuando le quitamos una dimensión? Ahora relevamos, describimos, percibimos mediados por la pantalla, en dos dimensiones.
¿Cómo lidiamos con esa tercera dimensión en ausencia? ¿Se completa en diferido? ¿En simultáneo? ¿En ambos lados de la pantalla