Juan Guillermo Gómez García

Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953


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Solo a partir de esa comprensión del decurso de la peculiar vida literaria y sociocultural del continente se pueden explicar sus, “aparentemente, extravagantes y provocadores ataques a las vacas sagradas”, “a los santones del pensamiento hispánico, como Ortega y Gasset, Octavio Paz o Gabriel García Márquez”. “La obra, la trayectoria de Gutiérrez Girardot se ha cerrado circular y coherentemente, como la de los grandes maestros que él mismo estudió”. Y concluye el colega español:

      El homenaje que el joven intelectual colombiano hizo a su maestro mexicano al elegirlo como punto de partida de su trayectoria, se trasformó al final de la misma en el homenaje que la memoria del maestro mejicano y su legado hicieron a Gutiérrez Girardot al concederle el premio Alfonso Reyes en el 2002. Uno y otro, abren y cierran un siglo: la tradición más brillante y fructífera del humanismo latinoamericano contemporáneo.

      ***

      En “Despedida de un esprit fort latinoamericano. En ocasión del fallecimiento de Rafael Gutiérrez Girardot”, el romanista alemán André Stoll, profesor de la Universidad de Bielefeld, expresó también su más sentida impresión por la partida de su colega. “En Bonn, su residencia por largos años”, inicia la noticia fúnebre, “falleció hace pocos días a la edad de 78 años el hispanista, crítico literario y filósofo Rafael Gutiérrez Girardot, conocedor extraordinario de la cultura de la modernidad latinoamericana en sus múltiples interdependencias con la creatividad literaria y el pensamiento crítico-filosófico de la Europa contemporánea”.9

      Su formación en Bogotá y en Madrid, que completó con “las subversivas exploraciones epistemológicas” con Heidegger, y en combinación con “el arte de la paradoja polémica de Quevedo”, creó una voz innovadora que afiló “el bisturí de su lucidez penetrante”. Estos primeros pasos formativos tuvieron su coronación con su tesis doctoral, bajo la dirección del ilustre romanista Hugo Friedrich, y su contacto en Alemania en torno al famoso Grupo del 47.

      Su tarea como profesor de hispanística en Bonn fue una extraordinaria ocasión para entablar puentes entre el entorno académico alemán y el continente literario latinoamericano, a los que buscó “liberar de los prejuicios colonizadores y eurocentristas” que hasta entonces ensombrecían esas relaciones interculturales. Este “temido francotirador” se valió de las armas de perturbadoras disciplinas, como la filosofía y la sociología (de Nietzsche, Benjamin, Adorno, Kafka), para derribar prejuicios sobre el continente literario latinoamericano, no sin rápidamente despertar en su entorno “el odio y la envidia de determinados colegas por su incansable acción innovadora”. El llamado boom novelístico, más los llamados indigenismos de diverso pelaje, contribuyeron a opacar esta tarea crítica innovadora y audaz. No bastó para acallarlo este rencor: su cátedra de hispanística fue escenario privilegiado de encuentro de la repubblica delle lettere, de un escogido y amplio número de colegas de todo el continente, en aciagos momentos de las dictaduras militares. Tampoco esa resistencia pudo desvirtuar la importancia del Premio Alfonso Reyes en 2002, que anteriormente habían obtenido Borges, Carpentier, Paz, entre otros.

      Nunca como ahora precisamos de un esprit fort como él para la universidad alemana, dice el romanista Stoll, universidad que ve amenazados sus generosos fundamentos humboldtianos en virtud de la reforma de Bolonia que ha burocratizado la investigación y la enseñanza, que ha atrapado la vida universitaria en la trampa de los rankings internacionales de la “excelencia”, que no es más que eficacia para un mercado sin freno. “En vista de esta evolución, no puede parecer extraño que el periodismo alemán para honrar al difunto no haya encontrado otro comentario que el silencio sin calificativos. Una despedida, pues, de profunda melancolía”.10

      ***

      “Heroísmo y dandismo se repelen”, escribió Gutiérrez Girardot sobre Mariano José de Larra.11 El modelo intelectual más afín al dandi Gutiérrez Girardot, al menos en algunas de sus características, fue el elegante sabio dominicano Pedro Henríquez Ureña. Del crítico dominicano poetizó su propia madre: “Mi Pedro no es soldado; no ambiciona / de César ni Alejandro los laureles; / si a sus sienes aguarda una corona, / la hallará del estudio en los vergeles”. A tal carácter personal tan estilo expresivo.12

      Fue Gutiérrez Girardot amigo de sus amigos y furibundo contradictor de sus contradictores. Se batía como un león en las polémicas y, como Voltaire, hacía de la exageración una válida arma literaria. Tuvo una devoción indeclinable por sus maestros, por Zubiri, Reyes y Heidegger, y una admiración incondicional a Borges, Vallejo, Friedrich. No era siempre fácil ni cómodo tratar con él y rebatirle sus insistencias.

      Nada, pues, de aventuras intrépidas y legendarias que narrar. No fue un Bolívar, un Zapata ni un Che. Fue Gutiérrez Girardot, por el contrario, un sedentario hombre de escritorio: fue un provocador y un francotirador en la república de las letras, que desafió y fue correspondido, como lo recuerda su colega André Stoll (otro difícil), pero no frecuentemente con las armas de la franca polémica y el abierto debate, sino más bien con el “castigo callado”, como solía decir. El campo literario fue concebido, para el a-heroico ensayista colombiano, como campo de lucha de conceptos. En la Colombia de la década de 1950, como lo recordó en un homenaje póstumo que le hizo la Fundación Santillana, que fue algo como un antihomenaje, se le llamaba “Barbulita” porque estallaba con facilidad, como un barril de pólvora. Había algo, empero, muy digno en esa postura indeclinable, “una característica interesante”.

      “Barbulita” fue fiel a sí mismo; explotaba con facilidad, en ocasiones inexplicablemente. Pero fue o buscó ser fiel siempre a sus idearios inamovibles, en otros términos. Lo consignó Julio Olaciregui, en un escrito por ahí extraviado, fechado en París en 2005, en que tuvo a bien traernos unas espléndidas palabras del maestro boyacense sobre su propia misión intelectual:

      El intelectual es un aventurero en el mejor sentido de la palabra, que se ve incluso amenazado […]. La pasión por América Latina es bella porque es la pasión por un mundo nuevo […], debemos tener conciencia de que somos un mundo nuevo y desarrollar una pasión por cumplir una Utopía del Nuevo Mundo que no se ha cumplido. Y lo dijo Pedro Henríquez Ureña: sobriedad y pasión por América Latina son dos elementos que deberían trasmitirse o cultivarse en la universidad pública, en nuestra Alma Mater, para diferenciarla de la “privada”, porque nuestra Alma Mater es nacional y la nación está por encima de los intereses privados […] y yo creo que los estudiantes son mi única esperanza.13

      Gutiérrez Girardot fue exigente y selectivo; su modelo puede ser tomado con cierto azar de un pasaje epistolar (puede haber otros). En carta del 10 de julio de 1981, dirigida a Hans-Schwab-Felisch, caracteriza a Hans Paeschke, quien había sido entre 1932 y 1934 secretario de la Sociedad Germano-Francesa y en la década de 1950 director de la revista Merkur. Dice así:

      Hans Paeschke era un faro y precursor de desarrollos futuros. Como colaborador de Merkur aprendí lo que llamaría Hegel el “esfuerzo del concepto”, en el sentido de que me lo exigía en toda colaboración. Él era una medida y un criterio, pero no dogmático, sino dialógico. Él era selectivo. En los países de lengua española, no se conoce un editor selectivo de revistas, al menos no en la forma de Paeschke. Valoro mucho este tipo intelectual, que tiene mucho del antiguo profesor universitario. Pero yo me siento más a gusto y más libre con esa liberalidad cordial que da preferencia en la observación a la cualidad de lo vital y no al perfeccionismo.14

      Ser un faro cultural, ir a la fuerza del concepto, colaborar, buscar el diálogo, tener liberalidad cordial, ser selecto, son notas que enmarcan su tipo ideal intelectual.

      El impulso final de llevar a cabo la investigación Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953, luego de años de rodeos e inconstancias, tiene una explicación que podríamos llamar existencial. A principios de 2013 tuve un infarto en el miocardio, y a finales de 2017, un principio de desprendimiento de retina, los cuales me insinuaban que los felices años azules quedaban atrás y que debía rendir cuentas definitivas, como un arqueo conclusivo de la larga trayectoria académica, antes de sumirme en la siesta