poner orden y concierto a un material documental y a una serie de reflexiones y conceptos, y producir a como diera lugar estas páginas que hoy concluyen en este volumen.
El proceso de elaboración ha sido naturalmente laberíntico, plagado de dudas sobre la conveniencia o pertinencia de seguir unos trazos tan disímiles en temas, problemas y metodologías. Dudé mucho. Sobre todo, ante comentarios que me indicaban los diversos extravíos, más insistía en asumir los riesgos de una empresa que no podía mostrarse ni rutinaria ni suficientemente confusa. Creía y quería ofrecer, a modo de ofrenda universitaria, unas páginas que poco a poco se fueron saliendo de su curso programado, abriéndose a horizontes inusitados y exigencias que humanamente no podía satisfacer del todo, pero que tampoco debía eludir por pereza, temor o cobardía mental. Las gruesas páginas que comprende esta investigación no son una casualidad ni manifiestan ellas el deseo de espantar lectores y rellenar currículum. Son como han salido, de la entraña misma del asunto.
No puedo sino decir que el libro se fue escribiendo entre vigilias y duermevelas, al son de un impulso que ya estaba medio programado y, sin embargo, tan vago en sus términos concretos. Pero la escritura va concretando los desfases de la mente, se va plasmando en una praxis que al final resulta algo diferente o hasta irreconocible. Pero no hay nada que hacer al cabo de la redacción, aparte de tratar de corregir errores ortotipográficos, suprimir las máximas burradas, cotejar las fuentes con las citas y dialogar pacientemente con los expertos editoriales que siempre tienen la razón.
Así que el libro es más que un esfuerzo de años: casi se le puede considerar un testamento, o debut, de mi modo de haber asumido, con sus bemoles, la vida de profesor universitario; de alguien que ha sido dichoso en su labor docente, que ha sido insaciable en su deseo no solo de saber, sino de transmitir por décadas lo poco que sabía a sus cientos de estudiantes e insinuar siempre que se sabe tan pequeña parte de la enciclopedia del conocimiento humano que da vergüenza a veces hablar y se desea no pocas veces caer en un silencio místico. Pero el hechizo del misticismo se debe conjurar con palabras habladas, con palabras escritas. Con un “mamotreto” que contiene el empeño pertinaz de la biografía intelectual de Rafael Gutiérrez Girardot, por ejemplo.
Quería también, y esto es nota común en este tipo de despropósitos académicos, sacarme la espinita que me enterraron varios colegas, colombianos y españoles, que no entendían mi modo de trabajar, mi supuesta dispersión disciplinar, y decirles a estos y a los otros, sobre todo a los que esperaban un poco más de mí, que todo esto era la partitura de una sinfonía biográfica que pocas veces acertó a poner la nota musical más bella. A esta altura, no hay atrás ni hay recomienzo, pero me proporciono así el antídoto egocéntrico al veneno inoculado.
Debo agradecer igualmente a los competentes evaluadores de esta investigación, designados por la Editorial Universidad del Rosario. Sus indicaciones para algunos ajustes menores fueron considerados, en la medida de lo posible. Estas evaluaciones conforman, sin duda, un puente valioso entre el investigador y el público lector especializado que siempre agradece este tipo de comentarios y sugerencias.
En particular, atendí a un recorte a la (quizá demasiado) extensa introducción, prescindiendo de una docena de páginas relativas a las reflexiones metodológicas de la biografía intelectual; también ejecuté semejante operación “tijera” con algunos apartados de la figura de don José Ortega y Gasset. Con ello quise interpretar estas sugerencias, en medio de la aceptación muy positiva y hasta entusiasta de este largo trabajo. La preocupación por la extensión y los excursos es legítima, pues parecen ocultar el objeto de estudio, pero igualmente pueden considerarse un estímulo inédito para la imaginación de los lectores. Prescindir de la recapitulación de los debates sobre la hispanidad en España, por distraer a los lectores, podría atentar con un propósito muy peculiar e indispensable: tratar de familiarizarnos con una dimensión de la historia de las ideas españolas que predispuso el horizonte intelectual en que más tarde se va a mover el joven becario guadalupano Gutiérrez Girardot. Dejé intacto el comentario de Andrés Felipe Quintero a la tesis doctoral de Carlos Rivas Polo sobre los años madrileños de Gutiérrez Girardot, por considerarla indispensable en la articulación de nuestro libro de rasgo colectivo. Espero no defraudar a sus lectores.
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En realidad, este libro es una creación colectiva que se ha venido labrando, año tras año, en la confianza y el esfuerzo a los que han aportado todos los miembros del Grupo de Estudios de Literatura y Cultura Intelectual Latinoamericana (Gelcil) de la Universidad de Antioquia. Lo han hecho con un desinterés enorme y con una paciencia mayor, por medio de sus ideas, sus fuentes, sus múltiples discusiones, su paciencia y su entrega. Por eso, es solo nominal mi nombre como redactor final del libro, pues al lado del mío deben aparecer los de Carlos Rivas Polo, José Hernán Castilla, Rafael Rubiano Muñoz, Rodrigo Zuleta, Selnich Vivas, Germán Porras, Ana María Jaramillo, Andrés Arango, Diego Zuluaga, Diego Posada, Jhonathan Tapias, Esnedy Zuluaga, Einer Mosquera, Jorge Pabón, Gildardo Castaño y, más recientemente, los nombres de Juliana Vasco Acosta, Andrés Vergara Molina, Andrés Vallejo, Juan Camilo Dávila, Astrid Elena Arrubla, Luis Fernando Quiroz, Joan Manuel Largo, Álvaro Cruz y John Cano. Todos y cada uno de mis amigos, colegas y estudiantes aquí mencionados saben a ciencia cierta cuándo y cuánto debo a ellos.
Hay que reconocer que sin la política de creación y sostenibilidad de grupos de investigación, que asumieron hace más de veinte años las universidades colombianas a instancias de las directrices del Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias), la investigación académica en Colombia seguiría en pañales. O sería cuasiinexistente. El camino recorrido por la investigación universitaria en estos últimos años, pese a los exiguos presupuestos y la burocratización necia, ha sido notable y ha cambiado decisivamente la cultura institucional. Si en la designación de recursos y en la mentalidad clientelar política la ciencia y la investigación universitaria son la Cenicienta del paseo (nada millonario), es un deber reconocer que se ha sembrado por terrenos que no todas las veces son estériles. Es una ironía corroborar que, cuanto más mezquino se muestra el Estado central en brindar los recursos necesarios (la realidad, no he recibido un solo centavo de Colciencias para esta investigación), más parece estimularse el ego creativo, más libertad tiene el investigador para llevar a cabo sus experimentos académico-universitarios. Ernesto Guhl decía que, “cuando un investigador piensa solo en dinero, no se diferencia en nada a la mafia”, pues el estímulo en estos casos no es siempre dinero, sino también un ethos científico, que a veces se emparienta con el caos, que llama a hacer las cosas de la mejor y solo de la mejor forma conscientemente posible.
Con todo, debo reconocer en forma muy especial la generosa colaboración de la Universidad de Antioquia y la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, por las horas que en el llamado Plan de Trabajo Institucional me han venido reconociendo, desde hace años, para cumplir con esta labor investigativa. Sin estas horas académicas hubiera sido no solo incierto, sino imposible echar adelante este tipo de empresas investigativas.
Agradezco también de forma muy especial a doña Marliese y a la doctora Bettina Gutiérrez-Girardot, la viuda y la hija del profesor Rafael Gutiérrez Girardot, respectivamente, por el gran apoyo e interés en esta investigación biográfica. Gracias a su colaboración he obtenido información y documentos que de otra manera no hubieran podido ser adquiridos. Cartas, separatas de revistas donadas, testimonios, charlas informales y colaboración de diversos géneros, así como las atenciones que he recibido con mi familia cada vez que las visitamos en Bonn, han enriquecido mi conocimiento de Rafael Gutiérrez Girardot y motivado mis indagaciones. A doña Marliese y a la doctora Bettina, mis perennes reconocimiento y gratitud.
Esta versión final, que es en verdad este cuerpo “ordenado” de investigación, no hubiera sido posible, ni de lejos, sin la consumada mano de Luis Fernando Quiroz, que es un implacable estilista, y de sus acompañantes en esta arduísima empresa, Valentina Ordóñez Luna y Alexander Salazar Echavarría. Me parece impensable sin ellos el resultado definitivo.
Notas
1Para ese mismo año, en virtud de una generosidad equívoca, se publica un breve artículo semblanza de Álvaro Pablo Ortiz Rodríguez, “Rafael Gutiérrez Girardot o el intelectual como provocador”, en Revista