Daniel Oscar Plenc

Soy Jesús, vida y esperanza


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del Nuevo Testamento. Acerca de él escribió Elena de White: “La Palabra del Dios viviente debe ser nuestra guía. Cada uno debe comprender que depende de Aquel a quien pertenece por creación y por redención. Lean y estudien las declaraciones registradas en el capítulo seis de Juan. Oren para lograr una comprensión de estas verdades. Me alarma ver la debilidad espiritual de quienes han tenido una luz tan grande. Si hubieran caminado en esta luz, serían fuertes en el Señor”.12

      “Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos” (Juan 6:4). Se trataba posiblemente de la Pascua del año 30. Grandes contingentes viajaban entonces a Jerusalén para la festividad que conmemoraba el éxodo de Israel. La peregrinación al Templo era amenizada con la entonación de alegres alabanzas (los Salmos 120 al 134 eran conocidos como cánticos ascensionales, llamados también graduales o de las subidas). En realidad, los siete “Yo Soy” se pronunciaron entre la Pascua del año 30 y la pascua del 31. En la primera Jesús habló del pan; en la última de la vid; ambos elementos relacionados con la Pascua y con la Cena del Señor.

      De las cuatro pascuas ocurridas durante el ministerio de Jesús, esta fue la única en que estuvo ausente de Jerusalén (Juan 2:13; 5:1; 12:1, 12). Ya no le era fácil volver, pues los dirigentes lo habían rechazado. Regresaría en la siguiente Pascua, para ofrecer el sacrificio de su propia vida como cordero de Dios. Jesús habría de morir el día de la Pascua y en la hora del sacrificio. Aunque se mantuvo alejado del gran Templo, no dejó de hablar del pan, elemento siempre presente en la fiesta de Pascua.

      La alimentación de los cinco mil en Galilea preparó el escenario. ¡Qué día fue aquel! La multitud entusiasmada había querido hacerlo rey (Juan 6:1-15). Todo parecía indicar el amanecer de un nuevo día, después de tantos años de opresión extranjera. A duras penas logró Jesús convencerlos de su error acerca de la naturaleza de su obra y de su Reino.

      Cuando Jesús se marchó, la muchedumbre lo siguió a Capernaúm, en la otra orilla del Mar de Galilea (Juan 6:22-24). En la sinagoga de aquella comunidad cercana al lago, Jesús les habló de un pan diferente, que pocos lograron comprender (Juan 6:25-59). Cinco veces Jesús se identificó como el pan de vida (Juan 6:35, 41, 48, 51, 58).

      Teniendo delante de nosotros estas escenas y prestando oídos a las palabras incomparables del Señor, vamos a plantearnos un par de preguntas sencillas, para nuestra edificación espiritual. Encontrar respuestas adecuadas a estos interrogantes puede significar un hallazgo perdurable de sentido y esperanza.

       ¿Por qué necesitamos comer este pan?

      En primer lugar, porque solo ese pan otorga vida eterna. “Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo” (Juan 6:32, 33). Un poco más adelante en su discurso, Jesús insiste en la idea de la vida otorgada por el pan. “Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (Juan 6:50, 51). Al cierre de la exposición, la idea retorna con renovada fuerza. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Capernaum” (Juan 6:57-59).

      El pan es uno de los alimentos más antiguos y extendidos del mundo. Es un alimento básico que se puede preparar de muchas maneras, mezclando harinas o granos molidos con líquidos. La harina puede ser de trigo, centeno, cebada, maíz, arroz, papas, soja, etc. Cuando se emplea levadura, la masa se fermenta produciendo burbujas gaseosas, que incrementan su volumen y la porosidad. El pan ácimo no lleva levadura. En la Edad Media el pan blanco estaba reservado para los ricos y el negro para los pobres. Sin embargo, las ideas actuales de alimentación saludable han vuelto a valorar los panes integrales, o negros.

      Es interesante que en las islas del sur del Pacífico exista el llamado árbol del pan. Se lo cultiva porque su fruto es el principal alimento de la zona. Este tiene una pulpa blanca y harinosa, con la cual se pueden elaborar panes y otros alimentos muy apreciados.

      En tiempos de Cristo, el pan se hacía con harina de varios cereales integrales, ricos en nutrientes. En muchos casos, no se trataba de un complemento para la comida, sino que el pan era la comida. Junto al mar de Galilea, el pan y el pescado eran en realidad la base de la alimentación. No podría Jesús haber apelado a un símbolo más comprensible y cotidiano. Sin embargo, sabroso y nutritivo como era, el pan de cada día no era más que una ayuda para sostener la vida. En su discurso, Jesús no está hablando de esa vida necesitada del alimento diario. Comer de este pan significa tener vida eterna, porque el pan es Jesús.

      El Señor se compara a sí mismo con el maná que alimentó a Israel durante los años de su peregrinaje (Juan 6:31-33, 49-50). De esa manera, volvía a poner en la mente de sus oyentes el antiguo y conmovedor relato de la caída del maná registrado en el Éxodo (Éxo. 16:4, 5, 14, 26, 31, 35). Escribió el salmista al respecto: “Sin embargo, mandó a las nubes de arriba, y abrió las puertas de los cielos, e hizo llover sobre ellos maná para que comiesen, y les dio trigo de los cielos. Pan de nobles comió el hombre; les envió comida hasta saciarles” (Salmos 78:23-25).

      La palabra “maná” (del hebreo mân) significa, literalmente, “¿Qué?”, porque el pueblo asombrado preguntó: “¿Qué es esto?” (Éxo. 16:15). Ese alimento, menudo y redondo, sabía a “hojuelas con miel” y a “aceite nuevo” (Éxo. 16:14, 31; Núm. 11:8). Los israelitas recogían diariamente un gomer (como dos litros) (Éxo. 16:16), con excepción del día de reposo. Es posible que la milenaria evocación del maná perdure en los dos panes que muchos judíos siguen colocando sobre la mesa familiar cada sábado. Conmemoran así la doble porción de maná que caía el viernes y de la cual comían durante el sábado. Se proponen, como antaño, recordar y observar el sábado, encendiendo dos luces a la puesta del sol. Hay importantes lecciones en el relato del maná; lecciones del esfuerzo cotidiano por la búsqueda del pan y de la necesidad del reposo y la gratitud; enseñanzas acerca del empeño y la responsabilidad, así como de la confianza y la entrega.

      El maná fue un don de Dios entregado a su pueblo, sustento y esperanza de vida en la ruta árida del desierto. Era un pan celestial que descendió a la tierra para dar vida a los hombres que lo recogieran. Concentraba en sí mismo todo lo que necesitaban para conservarse sanos y fuertes. Como lo escribió Moisés: “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Deut. 8:3). Con todo, el maná no daba vida eterna; solo la simbolizaba. El maná era todavía un alimento efímero y temporal. Miles y miles de aquellos que comieron diariamente el maná murieron en el desierto, sin llegar a la tierra prometida. Jesús es el verdadero pan de una nueva Pascua, portador de un alimento celestial recibido por fe.