José Plescia

Todavía hace milagros


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evangelios todavía sigue ocurriendo.

      Me presentaron a un ejecutivo de importantes medios de comunicación y conversamos sobre el programa radial que dirijo. Repentinamente, me preguntó:

      –¿Ustedes son los que hacen milagros y echan fuera demonios por televisión?

      Como mi respuesta fue negativa, este hombre, en tono de broma, agregó:

      –Entonces, ¿quiere decir que no podré acudir a ustedes si llego a necesitar alguna ayuda sobrenatural?

      Usted, ¿qué cree? ¿Podría acudir a nosotros o no?

       La gente busca milagros

      Seguramente estaremos de acuerdo en que la vida sobre este planeta no es fácil. Menos aún con un ejército de demonios sueltos y feroces que andan merodeando como “leones rugientes”. No necesitamos buscarnos problemas, vienen solos. Y, peor aún si, además de víctimas, nos hacemos cómplices del enemigo.

      Dios dijo a Adán: “Maldita será la tierra por tu causa”, y agregó más tarde: “Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la tierra fue profanada por sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto eterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra y sus moradores fueron asolados” (Génesis 3:17; Isaías 24:4-6).

      El patriarca Job, que conocía el dolor por experiencia propia, lo describía así: “El hombre, nacido de mujer, corto de días y hastiado de sinsabores” (Job 14:1).

      Entre los problemas más comunes se encuentran las pésimas relaciones interpersonales. Angustian, y duelen, especialmente si son problemas en la familia. Quien no conoce a Dios ¿a quién puede recurrir para buscar ayuda? Y al que perdió la salud y no tiene dinero para costearse un tratamiento, o al que gastó una fortuna en médicos y remedios sin resultados positivos, ¿qué recurso le queda?

      Además, ¿qué esperanza tiene el que afronta problemas económicos, o el que está atrapado por adicciones o el que ha perdido el amor o a un ser querido que ha muerto? Si alguien les ofrece ayuda sobrenatural, ¿no se sentirán tentados a probar?

       Milagros engañosos que defraudan las esperanzas

      Año 1979, ciudad de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe. Yo era, por entonces, un joven aspirante al pastorado. La publicidad anunciaba que llegaría un famoso reverendo hacedor de milagros. La curiosidad pudo más que el temor, y fui al estadio repleto de gente.

      Me senté en una tribuna un poco alejada y a la derecha del reverendo. Este pidió, como si fuera un otorrinolaringólogo, que se adelantaran los que sufrían de nariz, garganta y oídos. Comenzó a orar por ellos, mientras yo también oraba en silencio. Terminó de orar, giró hacia su derecha, señaló la tribuna donde yo estaba, y dijo:

      –El Espíritu me ha mostrado que aquí hay un incrédulo.

      Créanme que sentí el sabor de la adrenalina en mi boca, y a pesar de la taquicardia pensé: Me gustaría saber qué espíritu te lo reveló.

      Luego, el milagrero preguntó:

      –¿Alguien se ha sanado?

      Varias personas afirmaban que sí. Pero, nuevamente, se me erizó el cabello.

      Mi vecina era la que más gritaba:

      –¡¡¡Aleluya, gloria a Dios, escucho, escucho!!!

      Yo sabía que mi vecina no escuchaba por uno de sus oídos porque tenía destruido el tímpano. La hicieron pasar al frente, contó su historia, agradeció, y el estadio entero aplaudió. Siguieron otros milagros, se arengó a ser generosos con las ofrendas, hubo alabanzas y la gente se fue asombrada.

      Dejé pasar tres días, y fui a visitar a mi vecina.

      –Estuve en el estadio –le dije–, y cuánto me alegré al ver que usted se sanó.

      Me respondió con tristeza:

      –Pastor, en el estadio escuchaba mejor que nunca, pero cuando regresé a mi casa se terminó el milagro. ¿Por qué Dios me hizo esto?

      Qué difícil se hace explicar que no fue Dios quien hizo eso. Y, al transcurrir los años, varias veces vi o fui consultado por “milagros” semejantes.

      Jesús nos advirtió: “Se levantarán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos” (S. Mateo 24:24).

      Y el apóstol Pablo agregó que Satanás obrará “con hechos poderosos, señales y falsos milagros, y con todo engaño de iniquidad [...]” (2 Tesalonicenses 2:9, 10).

       ¿Dónde están los verdaderos milagros?

      Muchas personas, chasqueadas, han dejado de creer en milagros, mientras que otros creen en cualquier cosa sin saber cómo determinar de dónde proviene.

      Todo hecho sobrenatural debe ser probado por medio de la Palabra de Dios. Como hemos visto, la Biblia nos habla de milagros falsos y verdaderos. Pero ¿cómo distinguirlos?

      En primer lugar, conviene saber que Dios prohíbe todo tipo de prácticas esotéricas, espiritistas u ocultistas (Deuteronomio 18:9-14). Nos advierte, además, del peligro de aceptar como divina cualquier aparición, comunicación o revelación, pues “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” y tiene ministros fraudulentos que se disfrazan como apóstoles de Cristo (2 Corintios 11:13-15).

      Entonces, ¿cómo saber si el hecho milagroso es de Dios o del diablo? No queriendo extendernos demasiado, lo resumiremos en un solo texto bíblico: “¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20). “La ley y el testimonio” se refieren a la totalidad de los libros de La Biblia. La ley divina, revelada por Dios a Moisés, y el testimonio de los profetas deben determinar si algo proviene de Dios o del Engañador. Si el hecho no está en un ciento por ciento de acuerdo con la Biblia, entonces, no proviene de Dios.

      Gracias al Señor, la Biblia nos proporciona mucha luz para detectar las falsificaciones satánicas. El cristiano cabal se caracteriza por estudiar profundamente la Palabra de Dios y este conocimiento lo protege.

      Sin embargo, además de detectar los falsos milagros, ¿no tendremos alguna otra misión de parte de Dios? Por supuesto que sí, me dirá usted, “predicar la verdad”. Tiene razón, pero Pablo dice que “el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Corintios 4:20); por lo tanto, ¿no cree que deberíamos predicar a Jesús tal como es y realizar la misma obra que él hacía? El mismo Pablo agrega que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8), y es evidente que desea hacer hoy la misma obra que hizo en el pasado, pues por eso dijo: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (S. Juan 14:12).

      Es muy bueno ser especialistas en detectar falsos milagros, pero ¿dónde están los verdaderos? Gracias a Dios, ocurren, pero ¿no deberíamos verlos más seguido y con mayor frecuencia?

      EL PODER DE SU NOMBRE

      Actualmente, los nombres que ponemos a nuestros hijos son elegidos porque suenan bien, porque pertenecen a algún artista o deportista famoso; o en el mejor de los casos es el nombre de los padres, o de un familiar o un amigo querido.

      Sin embargo, en la antigüedad, el nombre expresaba algún buen deseo o profecía de los padres, o definía la personalidad de su portador. Abigail aseguraba que su marido Nabal era lo que su nombre indica, un necio. Esaú declaró que el nombre de su hermano era muy adecuado: Jacob (“Suplantador”).

      José