José Plescia

Todavía hace milagros


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es invocado con fe.

       El Evangelio del doctor Lucas

      Lucas era un médico que, de acuerdo con la medicina de su época, mandaba más gente a la tumba de los que lograba curar. Por eso, no debe extrañarnos que en su Evangelio y en Hechos de los apóstoles se explaye sobre el poder para sanar que hay EN EL NOMBRE DE JESÚS; que relate con detalles los milagros de sanidad realizados por Jesús y sus discípulos.

      La escritora Elena de White corrobora: “Durante su ministerio, Jesús dedicó más tiempo a sanar a los enfermos que a predicar. Sus milagros atestiguaban la verdad de sus palabras” (DTG 316).

      A modo de ejemplos, podemos encontrar en el capítulo 4 la curación de la suegra de Pedro, la liberación de un endemoniado y una multitud de sanados al ponerse el sol. En el capítulo 5, la pesca milagrosa, y la sanidad de un leproso y de un paralítico. En el capítulo 6, la sanación del hombre de la mano seca y de otra multitud. El capítulo 7 registra la conversión de un funeral en fiesta cuando resucita al hijo de una viuda; luego sana al siervo del centurión y a Simón el fariseo. El capítulo 8 nos cuenta acerca de la curación de un “demente” (alguien a quien hoy enviaríamos en vano a un psiquiatra, pues estaba endemoniado), la resurrección de la hija de Jairo y, además, del Creador calmando la tempestad. En el capítulo 9, Jesús multiplica los panes y los peces, con los cuales alimenta a los cinco mil, y también sana a otro endemoniado.

      Dos porciones bíblicas resumen el tema: “Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. También salían demonios de muchos dando voces y diciendo: ‘¡Tú eres el Hijo de Dios!’ ” (S. Lucas 4:40, 41). “Descendió [Jesús] [...] en compañía de [...] una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón que había venido para oírlo y para ser sanados de sus enfermedades; también los que habían sido atormentados por espíritus impuros eran sanados. Toda la gente procuraba tocarlo, porque poder salía de él y sanaba a todos” (S. Lucas 6:17-19).

       Los 84 misioneros haciendo maravillas

      Luego, Jesús dio a sus discípulos el poder de realizar la misma obra, EN SU NOMBRE. “Reuniendo a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos [...]. Y saliendo, pasaban por todas las aldeas anunciando el evangelio y sanando por todas partes” (S. Lucas 9:1, 2, 6). Ya tenemos a Jesús más doce haciendo maravillas y aliviando el dolor humano, pero el equipo siguió creciendo. “El Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos [...]. Y les dijo [...]. En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: ‘Se ha acercado a vosotros el reino de Dios [...]. Regresaron los setenta con gozo, diciendo: ‘¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan EN TU NOMBRE!’ ” (S. Lucas 10:1, 2, 8, 17).

      Ahora son 83 los poderosos misioneros, pero no eran todos. Por lo menos había uno más, aunque no estaba anotado como miembro de la iglesia. “Juan dijo: ‘Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios EN TU NOMBRE; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros’. Jesús le dijo: ‘No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es’ ” (S. Lucas 9:49, 50). ¿No es maravilloso el relato bíblico? Usted ¿puede imaginar, entre estos 84, al mismo Judas predicando, sanando y echando fuera demonios?

       Satanás sanando y echando fuera demonios

      “[Unas personas] le dijeron: ‘¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos y te creamos?’ ” (S. Juan 6:30).

      Sabiendo el diablo que mucha gente quería ver para creer, comenzó a falsificar los milagros de Jesús.

      Una linda familia de mi iglesia, en Córdoba (Rep. Argentina), asistió a una gran reunión de milagros dirigida por un famoso predicador que se hacía llamar reverendo. Ellos mismos me contaron que el primer día no les gustó la reunión, pues veían a la gente caer al suelo, y tener convulsiones y manifestaciones extrañas. Pero, lamentablemente, fueron una vez más. Ahora resultaron ser ellos los que cayeron al piso y fueron invadidos por una sensación extraordinaria y un éxtasis indescriptible.

      No hubo texto bíblico que pudiera convencerlos del error. Lo que “sintieron y vieron” fue tan poderoso que los sacó fuera de nuestra iglesia. Sí, es peligroso basar nuestra fe en señales y milagros. Jesús nos advirtió al respecto (S. Mateo 24:24).

      Un caso semejante al anterior lo viví en el oeste argentino, pero mantendré cierta reserva, pues, afortunadamente, los involucrados siguen dentro de la iglesia.

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      Otro caso: Una hermana con treinta años en la fe me contó que acababa de recibir el bautismo del Espíritu Santo. Y, sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a hablar en un lenguaje desconocido que, según me explicó luego, era el don de lenguas mencionado en la Biblia. En compañía de otro pastor, fuimos a su casa y nos confesó que había asistido a una reunión carismática. Después de leer la Biblia, la invitamos a orar, pero no aceptó.

      De todos modos, comenzamos a orar por ella, pidiéndole al Señor que si lo que había recibido no provenía de él lo sacara y expulsara al gran engañador. Nuestra hermana cayó al suelo gritando frases satánicas que solo cesaron después de un largo rato de oración fervorosa. Evidentemente, había entrado en ella un espíritu, pero no era el Espíritu Santo.

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      Nuevamente, Córdoba. Visitaba una inmobiliaria procurando alquilar una casa. Me presenté como pastor cristiano, pensando que eso ayudaría, pues se supone que los pastores pagamos el alquiler y cuidamos los bienes de nuestro prójimo. La señorita que me atendió comenzó a contarme que asistió a las reuniones del reverendo ya mencionado:

      –Fui con dos amigos –me dijo–: una amiga con glaucoma en sus ojos y un muchacho con un brazo paralizado. ¿Quiere creer que volvieron sanos?

      –Qué bien, cuánto me alegro –le respondí.

      –Espere, espere –agregó–. Días después, mi amiga perdió un ojo y mi amigo volvió a tener su brazo paralizado.

      Y luego de unos segundos me preguntó:

      –¿Por qué desapareció el milagro?

      Usted me dirá: “Conozco gente que se ha curado de veras”. Por supuesto, pero eso tampoco indica que sea un milagro de Dios. El diablo es tan poderoso como astuto. Primero los enferma y luego retira su poder maligno, si eso conviene a sus planes.

      Pero entonces nos preguntamos nuevamente: ¿No podemos esperar que ocurran verdaderos milagros actualmente?

       Profecías para nuestro tiempo

      Hace casi un siglo y medio, Elena de White escribió: “Siervos de Dios, con semblantes iluminados y resplandecientes de santa consagración, se apresurarán de lugar en lugar para proclamar el mensaje del Cielo. Miles de voces darán la advertencia por toda la Tierra. Se realizarán milagros, los enfermos sanarán, y signos y prodigios seguirán a los creyentes” (CS 670).

      “Cuando el Salvador dijo: ‘Id, y haced discípulos a todas las naciones’, también dijo: ‘Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios [...] sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán’. La promesa es tan abarcadora como la comisión [...]. La promesa es tan categórica y fidedigna ahora como en los días de los apóstoles. ‘Estas señales seguirán a los que creen’. Tal es el privilegio de los hijos de Dios [...]. El evangelio todavía posee el mismo poder, y ¿por qué no habríamos de presenciar hoy los mismos resultados?” (DTG 762, 763).