William Shakespeare

Las Tragedias de William Shakespeare


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por todos los tesoros del mar trazar límites fijos y estrechos a mi condición libre y errante. Pero ¡mira! ¿Qué luces son aquéllas?

      Entran CASSIO, a distancia, y ciertos oficiales con antorchas

      YAGO.- Son del padre, que se ha despertado, y de sus amigos. Debierais iros dentro.

      OTELO.- No; que se me encuentre; mi dignidad, mi rango y mi conciencia sin reproche me mostrarán tal como soy. ¿Son ellos?

      YAGO.- ¡Por Jano! Creo que no.

      OTELO.- ¡Los servidores del dux y mi teniente! ¡Los plácemes de la noche caigan sobre vosotros, amigos! ¿Qué noticias hay?

      CASSIO.- El dux os envía sus saludos, general, y requiere vuestra presencia sin demora, en este mismo instante.

      OTELO.- ¿De qué creéis que se trate?

      CASSIO.- A lo que he podido adivinar, de algo referente a Chipre. Es un asunto de cierta prisa. Esta misma noche las galeras han enviado una docena de mensajeros sucesivos, pisándose los talones unos a otros; y buen número de cónsules están ya levantados y reunidos con el dux. Se os ha llamado aceleradamente, y cuando han visto que no se os hallaba en vuestro alojamiento, el Senado ha despachado tres pesquisas diferentes para proceder a vuestra busca.

      OTELO.- Está bien que seáis vos quien me haya encontrado. Voy a decir sólo una palabra aquí en la casa, e iré con vos. (Sale.)

      CASSIO.- ¿Qué hacía aquí, alférez?

      YAGO.- A fe mía, esta noche ha abordado a una carraca de tierra; si la presa es declarada legal, se hace rico para siempre.

      CASSIO.- No entiendo.

      YAGO.- Se ha casado.

      CASSIO.- ¿Con quién?

      Vuelve a entrar OTELO

      YAGO.- Por mi fe, con... Vamos, capitán, ¿queréis venir?

      OTELO.- Soy con vos.

      CASSIO.- He aquí otra tropa que viene a buscaros.

      YAGO.-Es Brabancio. General, tened cuidado. Viene con malas intenciones.

      Entran BRABANCIO, RODRIGO y oficiales con antorchas y armas

      OTELO.- ¡Hola, teneos!

      RODRIGO.- Signior, es el moro.

      BRABANCIO.- ¡Sus, a él! ¡Al ladrón! (Desenvainan por ambas partes.)

      YAGO.- ¡A vos, Rodrigo! ¡Vamos, señor, soy vuestro hombre!

      OTELO.- Guardad vuestras espadas brillantes, pues las enmohecería el rocío. Buen signior, se obedecerá mejor a vuestros años que a vuestras armas.

      BRABANCIO.- ¡Oh, tú, odioso ladrón! ¿Dónde has escondido a mi hija? Condenado como eres, has debido hechizarla, pues me remito a todo ser de sentido, si a no estar cautiva en cadenas de magia es posible que una virgen tan tierna, tan bella y tan dichosa, tan opuesta al matrimonio que esquivó los más ricos y apuestos galanes de nuestra nación, hubiera incurrido nunca en la mofa general, escapando de la tutela paterna para ir a refugiarse en el seno denegrido de un ser tal como tú, hecho para inspirar temor y no deleite. Séame juez el mundo si no es de toda evidencia que has obrado sobre ella con hechizos odiosos, que has abusado de su delicada juventud por medio de drogas o de minerales que debilitan la sensibilidad. Haré que se examine el caso. Es probable, palpable al pensamiento. Te prendo, pues, y te acuso, como corruptor de personas y practicante de artes prohibidas y fuera de la ley. Apoderaos de él; si resiste, sometedle a sus riesgos y peligros.

      OTELO.- ¡Detened vuestras manos, vosotros, los que estáis de mi parte, y vosotros también, los del otro partido! Si mi réplica fuera reñir, la sabría sin apuntador. ¿Dónde queréis que vaya a responder a vuestro cargo?

      BRABANCIO.- A la cárcel, hasta que el plazo establecido por la ley y el curso regular de la justicia te llamen a responder.

      OTELO.- ¿Qué sucederá si obedezco? ¿Cómo podría entonces satisfacer al dux, cuyos mensajeros están aquí, a mi lado, para conducirme ante él, a propósito de cierto asunto urgente del Estado?

      OFICIAL.- Es cierto, muy digno signior. El dux se halla en Consejo y estoy seguro de que ha enviado a buscar a vuestra noble persona...

      BRABANCIO.- ¡Cómo! ¡El dux en Consejo! ¿Y a esta hora de la noche? Llevadle. No es una causa ociosa la mía. El dux mismo o cualquiera de mis hermanos de Estado no pueden sino sentir mi ultraje como si les fuera propio. Porque si tales acciones pudieran tener paso libre, los esclavos y los paganos fueran nuestros estadistas. (Salen.)

      Escena Tercera

      El mismo lugar.-Cámara del Consejo

      El DUX y los SENADORES sentados a una mesa; oficiales en funciones de servicio

      DUX.- No hay concordancia en estas noticias para que se le dé crédito.

      SENADOR PRIMERO.- Son muy divergentes, en verdad. Mis cartas dicen ciento siete galeras.

      DUX.- Y las mías ciento cuarenta.

      SENADOR SEGUNDO.- Y las mías, doscientas. Sin embargo, aunque no estén conformes en la cifra exacta (y en casos como éste, en que los informes se hacen por conjetura, son frecuentes las diferencias), todas confirman, no obstante, la existencia de una flota turca y haciendo velas con rumbo a Chipre.

      DUX.- Bien mirado, parece, en efecto, muy probable. No estoy tan convencido de las inexactitudes para que el hecho capital de estas noticias no me inspire un sentimiento de inquietud.

      UN MARINERO (dentro).- ¡Hola, eh! ¡Hola, eh!

      Entra el MARINERO

      OFICIAL.- Un mensajero de las galeras.

      DUX.- ¡Hola! ¿Qué ocurre?

      MARINERO.- La armada turca se dirige a Rodas. Se me envía a anunciarlo aquí al gobierno de parte del signior Angelo.

      DUX.- ¿Qué decís de este cambio?

      SENADOR PRIMERO.- No puede ser, no resiste al ensayo de la razón. Es un simulacro para mantenemos en una contemplación falsa. Cuando consideramos la importancia de Chipre para el turco y comprendemos, además, que no sólo esta isla concierne más al turco que Rodas, sino también que puede tomarla con más facilidad, pues no está armada de semejantes medios de defensa, antes carece por completo de los recursos de que se halla provista Rodas, si reflexionamos en esto, no podemos creer que sea el turco tan torpe que relegue a último lugar la isla que le incumbe en primero y abandone una tentativa fácil y provechosa, para despistar y sostener un peligro infructuoso.

      DUX.- Cierto, con toda seguridad, que no piensa en Rodas.

      OFICIAL.- Aquí llegan más noticias.

      Entra un MENSAJERO

      MENSAJERO.- Los otomanos, reverendo e ilustre dux, se dirigen con rumbo fijo hacia la isla de Rodas, habiéndoseles unido en ruta su flota posterior.

      SENADOR PRIMERO.- Sí, es lo que yo pensaba. ¿De cuántas naves se compone, en vuestra opinión?

      MENSAJERO.- De treinta velas, y ahora virando ponen proa con franca apariencia de llevar sus designios hacia Chipre. El signior Montano, vuestro fiel y muy valeroso servidor, os presenta sus respetuosos deberes, informándoos del hecho y suplicándoos que le creáis.

      DUX.- Es cierto, entonces, que van contra Chipre. ¿No se encuentra en la ciudad Marcos Luccicos?

      SENADOR PRIMERO.- Está ahora en Florencia.

      DUX.- Escribidle de nuestra parte, para que vuelva a correo seguido.

      SENADOR PRIMERO.- He aquí venir a Brabancio y al valiente moro.

      Entran BRABANCIO, OTELO, IAGO, RODRIGO y oficiales

      DUX.- Valeroso Otelo, es menester que os empleemos inmediatamente