David Antonio Pulido García

Formar una nación de todas las hermanas


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de cubierta de Luz Arango y diseño de César Yepes.

      Contenido

       Agradecimientos

       César Augusto Ayala Diago

       Capítulo I. El inicio de una alianza. La comunidad estudiantil mexicana y la iniciativa latinoamericanista de Venustiano Carranza

       1. La juventud es la esperanza de la patria (1916)

       2. Formar una nación de todas las hermanas (1917)

       3. Universidad y política (1918)

       Capítulo II. Carlos Pellicer Cámara y la creación de una Asamblea de Estudiantes en Bogotá

       1. Un representante de los estudiantes mexicanos

       2. La educación en Colombia y los jóvenes intelectuales de Voz de la Juventud

       3. Hacia la construcción de una Asamblea de Estudiantes en Bogotá

       Capítulo III. Itinerario intelectual y político de Carlos Pellicer Cámara en Colombia

       1. Bolivarianismo y antiimperialismo

       2. La movilización del discurso filo-mexicano ante el imperialismo estadounidense

       3. La Asamblea de Estudiantes como escenario de discordia

       4. Un homenaje a Simón Bolívar: el adiós de Carlos Pellicer

       Conclusiones

       Obras citadas

      Índice biográfico

       A ‘nanita’, mi amada hermana,por haberme salvado la vida.

      Hermana,tu rostro blanco, cerrado,sin historia aparentetú, la exacta, inmóvil,pura referencia. BLANCA VARELA

       Tantas veces me mataron,tantas veces me morí,sin embargo estoy aquí Resucitando.

       Gracias doy a la desgraciay a la mano con puñal,porque me mató tan mal,y seguí cantando.

       […]

      Cantando al sol,como la cigarra,después de un añobajo la tierra,igual que sobrevivienteque vuelve de la guerra. MARÍA ELENA WALSH

      Al pueblo de México, por acogerme;

      a la Universidad Nacional Autónoma de México, por abrirme sus puertas;

      a la Maestría en Estudios Latinoamericanos, por confiar en mi trabajo;

      a la doctora Regina Crespo, por la cordial guía y la justa crítica;

      al doctor César Augusto Ayala Diago, por impulsar la publicación de este libro con su fraternal amistad;

      a los funcionarios del Fondo Reservado y la Hemeroteca de la

      Biblioteca Nacional de México, de la Biblioteca Nacional de Colombia,

      del Archivo Histórico de la unam y de la Biblioteca Lerdo de Tejada,

      por soportar y atender mis caprichos de investigador;

      a mi madre, a mi tía Luz, a mi prima Laura y a mi tío Arnulfo, por el amor y apoyo incondicional;

      a Ángela Marcela Wilches Avella, por convertirse en mi ángel guardián;

      y a mis amigos y amigas en Colombia, por la ternura en la tempestad.

      David Antonio Pulido García, historiador de la Universidad Nacional de Colombia y maestro en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, es el autor de este libro que trata sobre el papel que jugó la joven intelectualidad colombiana en tiempos de don Venustiano Carranza. Un texto muy bien recibido en la comunidad académica1.

      Esta es una investigación interesante y esclarecedora de esos convulsos años en los albores del siglo XX. Es sobre todo inspiradora, evocadora. El autor nos pone a pensar en los muchachos preuniversitarios y universitarios que, sin saberlo siquiera, se le midieron a la integración de América Latina. Les tocaba. Sus inmediatos antepasados habían sucumbido en la guerra, en las tantas guerras bipartidistas del siglo anterior. Estaban cercanos, íntimamente cercanos a la gente del primer centenario de la Independencia. Su bautizo había sido en las pilas de agua del republicanismo de 1910. Se debatieron entre dos generaciones que parecían ser una sola: la del centenario y la de los nuevos. Hasta podría decirse que fue una generación Pelliceriana, que para América Latina corresponde a la intersección de las generaciones del primer centenario y del poscentenario. De ahí su diálogo con los paradigmas de ese proceso. Soñaron construir un país alejado de los extremos, de las guerras, de las dictaduras, de comunismos y fascismos. Con tanta intensidad vivieron que la juventud se les enredó como una pita en el bolsillo. Prácticamente pasaron de la preadolescencia a la madurez sin percatarse de ello. Hasta su propio vocabulario se inventaron o reinventaron; nacieron o se hicieron poetas, y decidieron hablar solamente en el lenguaje del amor y del romanticismo. Todos hombres, unos homosexuales, pero, eso sí: todos homo-sensuales, homoafectivos. A los vocabularios de los hombres de la guerra opusieron el lenguaje del afecto que se expresaba en su poesía, en su literatura y en las letras de sus cartas. Poesía en prosa era la expresión escogida para comunicarse entre ellos. Sus cartas podían durar meses en llegar. Se regalaban mutuamente sus retratos, una costumbre que hoy nos perecería extraña. Se enviaban postales de los lugares en donde estuvieran.

      Hombres de letras a veces impulsados por sus Estados, las más de las veces por iniciativa propia, hasta en contra de sus Estados, y por lo regular sin saber a ciencia cierta lo que hacían. ¿Los primeros? Es muy posible que los revolucionarios extranjeros implicados en guerras intestinas, o los contrabandistas, o los bandidos también hayan puesto su granito de arena. Lo que sí tenían claro los jóvenes preuniversitarios y universitarios de comienzos de siglo XX era conciencia de poder y de futuro. Todas sus iniciativas estaban relacionadas con la conquista de espacios, y para ello se expresaron colectivamente a través de revistas, periódicos, eventos, y una animada correspondencia. Se interesaron en crear sus medios propios o en acercarse a aquellos con los que se identificaban. Todo lo que fuera con tal de no regresar a la guerra civil. Por ello a los intelectuales colombianos en la medida del paso del tiempo les interesó emularse en los hombres de letras mexicanos interesados en sacar a su país de la barbarie a través de la educación y la cultura. En síntesis: jóvenes colombianos que no querían volver a las revoluciones del siglo XIX.

      Desde siempre México ha estado en los afectos de los colombianos. Es un fenómeno misterioso. Rumbo a ese país no han sido pocos los colombianos que desde tiempos remotos emprendieron viaje. La gente, sobre todo los letrados y hombres de profesiones liberales como médicos, dentistas e ingenieros, y por supuesto los estudiantes y los cantantes, y los artistas fueron los encargados de desarrollar las relaciones entre los dos países, y no los estados propiamente dichos. Es decir, la cercanía entre los dos pueblos se debe más a la iniciativa particular que a la estatal. Aunque es destacable Julio Corredor Latorre, un exitoso ingeniero bogotano encargado de los asuntos colombianos en México a principios de siglo, cuyo trabajo diplomático era más iniciativa suya que del Estado colombiano. Largos años duró el consulado en México de Corredor Latorre, catorce —decía—.