Camilla Townsend

El quinto sol


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la orilla meridional del lago. Se trataba de vergeles construidos arduamente en aguas poco profundas con la acumulación de lodo y limo, para luego fijar parte de la tierra sobre el nivel del agua mediante la construcción de un muro de madera o una larga estera de tule que lo rodeaba. Aunque era difícil construir las chinampas, eran sumamente fértiles, por lo que los mexicas se apresuraron a seguir el ejemplo de sus vecinos. También llegaron a ser muy hábiles en la pesca y expertos en la recolección de huevos de aves, y aprendieron a recolectar ciertos tipos de insectos, así como unas algas verdiazules muy nutritivas. Cuando Itzcóatl era niño, pasaba sus días yendo y viniendo en una canoa (a la que él llamó su pequeña acalli, que literalmente significa “casa del agua”) y, después, aportando a la olla familiar lo que lograra atrapar. Así llegó a amar ese brillante mundo acuático que conocía tan bien, y todo su pueblo hizo lo mismo: los artistas que había entre ellos se volvieron expertos en pintar en las paredes y sobre pieles de venado, y a menudo representaban en sus obras pequeños cangrejos de río y conchas en espiral que encontraban en las aguas verdiazules.

      En algunas ocasiones, los temas de la música y las canciones de sus veladas también se inspiraban en las vibrantes aguas del lago. Alguien soplaba una caracola, otro hombre batía un tambor decorado con piedras preciosas de color verdiazul, un tercero podía bailar, con las piernas cubiertas de sartas de cascabeles. En ocasiones, el estado de ánimo era dolorosamente triste: el reino de Tláloc, el dios de la lluvia, y el de Chalchiuhtlicue o Falda de Jade, su esposa, podía ser un mundo triste que a menudo representaba no solamente la vida, sino también la muerte. “Lloro. ¡¿Qué habremos hecho para merecer esto?!” El cantor podía asumir la personalidad de un pez, tal vez la de uno más débil, oculto entre las cañas mientras hablaba con uno más fuerte: “Soy una perca; tú eres una trucha.” En momentos más felices, el pueblo de Itzcóatl cantaba con frecuencia, no sobre el oscuro mundo acuático, sino sobre los pájaros que revoloteaban en la luz. En otras ocasiones, en momentos especialmente inquietantes, podían reunir las dos tradiciones, la acuática y la aérea, y cantar cierto poema en voz alta, rememorando sus raíces históricas y haciendo referencia a su orgullosa tradición guerrera representada por el águila y el jaguar: “Te escondiste [con el sentido de “te moriste”] entre el mezquite de Chicomoztoc. El águila gritaba, el jaguar chilló. Y tú, un pájaro quechol, volaste desde el campo [de batalla] hacia Quenonamican [lugar desconocido].”7 “Quenonamican” era una manifestación del mundo de los muertos, un lugar especial que recibía los espíritus de aquellos lo suficientemente valientes como para morir en la guerra o para ser sacrificados. Mientras cantaban a la luz de la hoguera, los mexicas sentían que tenían motivos para agradecer a los dioses que los habían llevado a ese momento: no había pasado mucho tiempo desde que todavía eran nómadas, dependientes del pueblo colhua o de cualquiera que los aceptara temporalmente como arqueros pagados. Ahora hacían la guerra sólo cuando querían; ahora tenían una ciudad propia. Es cierto que el agua todavía amenazaba con arrebatársela: las cañas crecían por todas partes y sus cuadradas casas de adobe no duraban mucho en esas condiciones pantanosas, por lo que tenían que reconstruirlas muy a menudo; no obstante, el pueblo se hizo extremadamente práctico para la construcción de diques, calzadas y canales, y pronto pudo construir calles como las de otras ciudades. En los barrios vivía un extenso grupo de familiares, un calpulli (“casa grande”, literalmente), con sus propias familias que los encabezaban y que asumían la responsabilidad de organizar las partidas de trabajo y de guerra en apoyo de Acamapichtli, su tlatoani, quien, a su vez, les tenía una mayor deferencia; esas familias eran llamadas pillipipiltin, en plural—, equivalente a “noble”. Otras familias eran llamadas macehuallimacehualtin, en plural—, lo que significaba que eran superiores a la gente del común; etimológicamente, se refería a aquellos que merecían tener tierras y, por lo tanto, su propio espacio en el sistema de gobierno.

      Más o menos en esa época, el pueblo tomó la decisión colectiva de añadir una capa de grava a su santuario original de adobe —donde el águila supuestamente se había posado—, con el propósito de contar con una plataforma de base que fuera lo bastante sólida como para comenzar a construir una gran pirámide.8 Algunos sacerdotes se dedicaron a cuidar el templo y comenzaron a escribir libros pintados para la posteridad: con su historia registrada en pieles de animales, los sacerdotes podían anunciar que el pueblo había llegado al final de un ciclo de 52 años, que ya era hora de “empacar” ceremonialmente los años, tal como ellos lo expresaron. Así, celebraron un gran día festivo y lo marcaron como un momento significativo en sus historias.

      Dado que los mexicas se tomaban en serio su pasado, implícitamente también tomaban en serio su futuro. El tlatoani Acamapichtli, el noble mitad colhua que había alcanzado la autoridad gracias a sus estrechas relaciones con el poderoso altépetl de Colhuacan, también tomó una novia colhua noble. Algunos decían que se llamaba Ilancuéitl, Faldón de Anciana, mientras que otros decían que ese nombre debe de haber pertenecido a su madre. Ahora bien, dado que se trataba de un nombre simbólico elegido, fácilmente pudo haber pertenecido a ambas mujeres. Sin duda, cualquiera que haya sido su nombre, la esposa colhua no esperaba ser la única mujer de Acamapichtli, pero se entendía que ella sería la principal o la primera esposa, no cronológicamente, sino en el sentido de que sus hijos gobernarían en la generación siguiente. Tiempo más tarde, los bardos de otros calpulli afirmarían que era estéril y que fue otra mujer de su propia ciudad (cualquiera que hubiere sido, dependiendo de quién contara la historia) la que finalmente había amamantado a los herederos de Acamapichtli, aunque los niños fueron hechos pasar como hijos de Ilancuéitl. Sea como haya sido, de lo que no hay duda es de que no existía el concepto de primogenitura; habría sido completamente impráctico en un mundo tan fluido, en el que el pueblo necesitaba en el gobierno un tlatoani muy competente, no uno que tuviera el cargo simplemente porque, por causalidad, había nacido primero.

      Sin duda, por supuesto, los niños de mayor edad tenían una ventaja sobre los más jóvenes: a medida que crecían los hijos de la esposa más poderosa de un tlatoani, su personalidad y sus habilidades atléticas relativas hacían que uno de ellos fuera percibido como el heredero más probable, mientras que sus hermanos de la misma madre aceptaban la expectativa de que serían sumos sacerdotes o jefes militares poderosos que estarían a su lado, y todos serían igualmente bien recompensados por sus esfuerzos con obsequios de tierras y otras formas de riqueza, por lo que para todos esos hermanos era muy ventajoso apoyar al que parecía el más apropiado para llegar a ser el tlatoani.9 En el caso que nos ocupa, el niño que fue preparado para ser el heredero se llamaba Huitzilíhuitl, Pluma de Colibrí, en honor del tlatoani del siglo XIII del mismo nombre.

      Además de sus hermanos de la misma madre —los otros hijos de la noble esposa colhua de Acamapichtli—, Huitzilíhuitl tenía muchos medios hermanos, entre ellos Itzcóatl, Serpiente de Obsidiana. La madre de Itzcóatl no había sido una esposa de importancia; en realidad, había sido una esclava, una hermosa mujer de la cercana ciudad de Azcapotzalco. La gente decía que había pasado sus días vendiendo verduras en la calle antes de ser entregada al tlatoani. A los nobles les gustaba mucho apostar y frecuentemente apostaban sus esclavos, o quizás había sido utilizada para saldar algún otro tipo de deuda o presentada al huey tlatoani como un presente para ganarse su favor.10

      Puede parecer improbable que un futuro huey tlatoani mexica pudiera ser hijo de una esclava, y el tema de la esclavitud en el mundo azteca tradicionalmente ha sido controvertido. Debido a que los aztecas fueron menospreciados porque durante mucho tiempo se les consideraba unos salvajes caníbales, los investigadores serios se han mostrado reacios a escribir cualquier cosa que pueda percibirse como una detracción de su valor moral, y asociarlos de alguna manera con las sociedades esclavistas más famosas difícilmente ayudaría. De esta manera, a menudo se difundió la idea de que, por definición, los esclavos de los mexicas eran prisioneros de guerra que serían sacrificados, con el propósito de satisfacer una compulsión religiosa, y que los sirvientes domésticos eran una categoría completamente diferente: un grupo de personas que se habían vendido de forma voluntaria como esclavos temporales para pagar deudas o que habían sido condenados a la esclavitud como castigo por un crimen; hoy en día, no obstante, los especialistas reconocen que la realidad era muy diferente: algunos prisioneros de guerra (hombres, por lo general) eran realmente sacrificados, mientras que algunos sirvientes domésticos