formaba parte del meollo mismo de la política y que era un problema que debía tomarse extremadamente en serio. Planeaba aliarse con la derrocada familia noble de Tlacopan, pero iba a necesitar más que eso para ganar la guerra que tenía en mente. Maxtla no habría matado a su medio hermano de madre tlacopana si no hubiera creído que tenía suficientes aliados que lo respaldarían cuando se hiciera con el poder. En consecuencia, Itzcóatl necesitaría otros aliados: personas que se unieran a él porque tenían mucho más que ganar que perder si ponía en tela de juicio las condiciones del sistema poligínico en el que todos estaban enredados. Por consiguiente, se dirigió a otro altépetl que padecía una guerra civil producto de una poliginia similar y se puso del lado de los que estaban perdiendo en ese momento y que tenían una gran necesidad de aliados, pues estaban enojados hasta la desesperación. Itzcóatl corría un gran riesgo: años más tarde, algunos de los historiadores afirmaron que muchos de sus partidarios le habían rogado que simplemente implorara piedad a Maxtla, que dejara que éste nombrara a un tlatoani que fuera su títere (tal vez eso fue realmente lo que el desafortunado Xíhuitl Témoc, Cometa Caído, había sido) y que se olvidara de todo lo demás. Le insistieron en que pagarían cualquier tributo que Maxtla estableciera, antes que verse obligados a enfrentar una matanza, pero Itzcóatl no escuchó a esos consejeros; antes bien, envió emisarios a un lugar llamado Texcoco.
En el lado oriental del lago, en la orilla opuesta a la de los tepanecas, el grupo étnico dominante había sido durante muchos años el pueblo de habla náhuatl conocido como acolhua. Su huey altépetl era Texcoco, llamado en ocasiones el París del México antiguo: tan hermosos eran sus edificios y tan finas sus obras de arte. Durante años, al igual que Tenochtitlan, Texcoco había dependido de alguna manera de Tezozómoc, el huey tlatoani de Azcapotzalco (parecido a un padrino de la mafia) que había muerto en forma repentina, por lo que, en tales circunstancias, naturalmente, el huey tlatoani de Texcoco había tenido como esposa principal a una de las hijas de Tezozómoc y sus hijos estaban preparados para heredar el poder.28
Ahora bien, entre las mujeres del tlatoani de Texcoco había una que le gustaba mucho más: se trataba de Matlalcíhuatl, Mujer Verdiazul, una mujer noble tenochca, hija probablemente de Huitzilíhuitl y, por lo tanto, hermana del asesinado Chimalpopoca.29 Texcoco, un antiguo altépetl ya bien establecido, estaba más irritado que Tenochtitlan bajo el opresivo dominio de Azcapotzalco (después de todo es más fácil, para un niño nuevo en el barrio, aceptar el mando de un chico carismático que le propone que se hagan amigos que, para un antiguo residente que alguna vez dirigió la pandilla local, ceder su lugar a tal personaje). Quizá para dejar en claro su posición política, el tlatoani de Texcoco favoreció en ocasiones más de lo que era prudente a los hijos de Matlalcíhuatl que a la descendencia de su principal esposa azcapotzalca.
Mientras tanto, como resultado del gran poder de Azcapotzalco, una joven noble texcocana había sido entregada como esposa secundaria al hijo de Tezozómoc, el huey tlatoani,30 por lo que se entendía que sus hijos no debían heredar: en realidad, su condición en su nueva casa reflejaba necesariamente la de su ciudad natal respecto de Azcapotzalco: Texcoco era el altépetl más débil y, por consiguiente, sus hijos eran inferiores respecto de sus medios hermanos de madre tepaneca. Es posible que Tezozómoc incluso haya utilizado a la muchacha para subrayar la dependencia de la ciudad natal de esta última frente a él, al hacer que desempeñara funciones menores en las ceremonias o en los actos públicos. Como fuera, a la joven noble le pareció que su condición era humillante y que su vida en general era miserable; no obstante, no era una prisionera y se decidió a huir de su casa, y se encontró con otro hombre de su ciudad natal, donde, simplemente, actuó como si estuviera en libertad de casarse. A los narradores de historias les encantaba cuando llegaban a ese pasaje en las noches iluminadas por las estrellas, porque les permitía representar parte del diálogo que les encantaba transmitir:
Cuando Tezozómoc supo que su nuera se había casado y que la había tomado Cacancatlyaotl en Tetzcoco, se enojó muchísimo. Luego llamó a su hermano mayor nombrado Tecolotzin, y a él y a otros que le acompañaron les dijo: […] he oído y sabido que Cacancatlyaómitl se echó en Huexotla con la mujer que fue de vuestro hermano menor Chalchiuhtlatónac y durmió con ella. Oíd, hijos míos que estáis aquí, la sola causa por que estoy enojado y tengo pena.31
Más tarde, cuando estalló la guerra y los tepanecas descubrieron que el hijo de la mujer y de su tlatoani también estaba viviendo en las tierras de sus abuelos maternos en Texcoco, y combatía del lado de su madre, no de su lado, se pusieron lívidos. “¿Qué dice el bellaco de Cihuacuecuénotl? ¿acaso quiere hacer la guerra a su padre?”32
En las historias que se contaban, las mujeres eran las causantes de esas guerras: “Se dijo que hubo guerra por culpa de una concubina”, escribió un historiador en otro caso;33 sin embargo, en la década de 1420, la guerra todavía no había llegado realmente a Mesoamérica debido a una esposa que se hubiese fugado —ella era únicamente una metáfora para referirse a los arrogantes texcocanos—, sino debido a una situación política más importante. El tlatoani texcocano había decidido que era lo suficientemente poderoso como para correr el riesgo político de perseguir sus propias metas. Insistió en que los hijos que tenía con su esposa mexica heredarían de verdad, lo que indicaba que ya no aceptaría la condición de Texcoco como altépetl dependiente de Azcapotzalco. El cambio de su relación con sus esposas equivalía a hacer un importante pronunciamiento público. Tezozómoc y los azcapotzalcas no aguardaron más: cientos de ellos cruzaron el lago al amanecer en decenas de canoas bordeadas por sus escudos de brillantes colores. Las canoas se deslizaron silenciosamente por las tranquilas aguas y, de repente, los guerreros se precipitaron a tierra y se pusieron a matar sin piedad.34
Los texcocanos enviaron pronto al joven noble hijo de un azcapotzalca que vivía entre ellos para intentar hacer las paces, pero el esfuerzo fue en vano, porque los hombres de Tezozómoc lo mataron. Finalmente, el viejo tlatoani texcocano también cayó muerto en una escaramuza: había pagado un precio muy alto por intentar deshacerse del yugo de Azcapotzalco. Algunos decían que su hijo con Matlalcíhuatl, su esposa mexica, atestiguó la muerte de su padre desde lo alto de un árbol donde se ocultaba; quizá fue así, pero otros decían que en ese momento se estaba ocultando en lo profundo de una cueva, lo cual puede haber sido más probable, pero igualmente podría haber sido un recurso poético. En la tradición narrativa mesoamericana, los momentos cruciales de transición giraban con frecuencia en torno a las cuevas, de cuya oscuridad surgía una nueva forma o fuerza. El nombre del niño era Nezahualcóyotl, Coyote Hambriento, y ya sea que hubiera sido testigo o no del asesinato de su padre, sin duda su muerte quedó grabada en su conciencia. Nezahualcóyotl huyó y se ocultó en Tlaxcala, un pueblo del oriente que no se encontraba bajo el dominio de Azcapotzalco; parece haber sido allí a donde los emisarios de Itzcóatl fueron a buscarlo años después, durante la gran crisis política. Los dos señores, Nezahualcóyotl e Itzcóatl, estaban emparentados por medio de Matlalcíhuatl, la madre mexica de Nezahualcóyotl: Itzcóatl tenía ahora una oferta que hacer a su joven pariente.35
Itzcóatl le explicó a Nezahualcóyotl que tenía en mente una triple alianza: si las familias texcocanas que eran leales a Nezahualcóyotl peleaban contra Maxtla de Azcapotzalco junto con los mexicas y el pueblo recientemente degradado de Tlacopan, probablemente podrían ganar. La victoria sobre Azcapotzalco, el huey altépetl más poderoso del valle, les produciría recompensas extraordinarias. Los días de Nezahualcóyotl como mendigo habrían terminado: se convertiría en el tlatoani reconocido de Texcoco, en lugar de ser el medio hermano ridiculizado del tlatoani en el poder.
Nezahualcóyotl le respondió a Itzcóatl que no sería una tarea fácil reunir a familias leales que lo siguieran a la batalla, porque, después de que Tezozómoc alcanzara el poder, había convertido a sus propios nietos (los hijos de su hija con el viejo tlatoani texcocano) en los tlatoque de la mayoría de los altepeme de la región. Incluso se decía que Tezozómoc había hecho que su gente les preguntara a los niños de cada altépetl, que no tenían más de nueve años, si su tlatoani en el poder era el legítimo. A esa edad, los niños no tenían la cautela necesaria para sopesar sus respuestas: expresaban la posición política de su familia tal como se había discutido en la intimidad de sus propios hogares, y algunas de las familias de los niños que hablaban