Pero, además, y como consecuencia, devolver a la raza, al pueblo trabajador, su vitalidad física, sus cualidades de virilidad y de salud que ayer fueran su característica sobresaliente; readquirir la capacidad fisiológica de pueblo fuerte, recobrar su inmunidad a las epidemias; todo lo cual habrá de permitir un mayor rendimiento en la producción nacional a la vez que una mejor disposición de ánimo para vivir y apreciar la vida. Y, finalmente, conquistar para todas las capas sociales el derecho a la cultura en todas sus manifestaciones y aspectos. Un pueblo vitalizado, sano y culto, he ahí la consigna a la cual debemos atenernos todos los chilenos que anhelamos ardientemente servir a la patria, y que luchamos sin descanso por que el pueblo supere la etapa de explotación y de ignorancia en que ha vegetado. (...)
Ciento veinte años de vida política independiente no han bastado para incorporar a la vida cívica a las clases proletarias dentro del juego normal del progreso; apenas han sido suficientes para que las capas modestas, en escaso porcentaje, disfruten de una mínima parte de los adelantos económicos, técnicos y culturales alcanzados por la humanidad.
El formidable auge del industrialismo, los progresos de la ciencia, los adelantos realizados dentro de la higiene y de la medicina, los beneficios del acervo cultural, les han estado prácticamente vedados a la gran masa de los chilenos, que es en definitiva la forjadora de la riqueza pública.
Fue ministro hasta 1941 (cuando renunció y asumió como administrador de la Caja de Seguro Obligatorio) y durante aquel periodo de dos años reformó el Seguro Obrero Obligatorio y organizó en la Alameda (junto al aristocrático Club de la Unión) una exposición sobre la situación nacional de la vivienda, que puso de relieve las enormes carencias del país. El 14 de agosto de 1945, en el Senado, Allende recordó aquella iniciativa (Quiroga, 1988: 356):
El año 1939, en plena Alameda de las Delicias, hicimos una exposición pública sobre el problema de la vivienda (...) En Chile más de un millón quinientas mil personas viven en habitaciones insalubres; el 83 % de nuestras viviendas tienen piso de tierra; en término medio, 7,5 personas viven por habitación y 3,2 por cama. Manifestamos que existía un déficit de arrastre de 300.000 viviendas, déficit que se aumenta anualmente, porque no se construyen las casas necesarias para hacer frente al aumento vegetativo de la población.
Entre quienes trabajaron con él durante aquella etapa también estuvo Hernán Santa Cruz (Jorquera, 1990: 238-239):
El Ministerio de Salubridad estaba al lado del Mapocho. Salvador decidió inaugurar una política masiva de salubridad. Y formó un equipo que se reunía todas las tardes en la oficina del Ministro a diseñar esta nueva política. Comenzamos con la reforma a la ley de Seguro Obrero (la 4.054, que llegaría a ser famosa). Chicho consiguió con la OIT que nos enviaran al mejor de sus expertos. ¡Y reformamos la ley! Redactamos, asimismo, una larga serie de proyectos que después serían leyes. Como la de Accidentes de Trabajo, por ejemplo. Yo tenía alguna experiencia porque, en el fondo, la previsión social –seguros, pensiones...– nació en el ejército, como consecuencia de la Guerra del Pacífico. Por lo tanto, ésas eran materias de las que debía ocuparme, en mi condición de Auditor General de Guerra, y también tuve mucho que ver con la seguridad social de los carabineros: la Mutualidad, la Caja de Carabineros... De manera que todos aportamos lo que sabíamos, bajo la dirección de Chicho. Y en este punto, hay que señalar algo muy importante: Salvador fue el primero que supo consolidar el concepto de seguridad social, no solamente en Chile, sino también en América Latina.
El triunfo del Frente Popular tuvo un significado trascendental puesto que fue la primera ocasión en que las fuerzas progresistas apartaron a la oligarquía del poder político. La participación destacada de Allende acrecentó su prestigio en el Partido Socialista y entre las clases populares y le persuadió de que en su país podía ser posible la construcción del socialismo sin el recurso a la violencia revolucionaria. El 25 de octubre de 1943 pronunció un discurso en un acto partidario de homenaje a la victoria de Pedro Aguirre Cerda (Archivo Salvador Allende, 6, 1990: 33-43):
El 25 de octubre de 1938 es para el pueblo de Chile y para sus masas obreras un acontecimiento político que quiebra el rumbo de nuestra vida nacional. Significa el desplazamiento de los viejos sectores tradicionalistas, que mantuvieron el Gobierno por más de ciento veinte años, y el triunfo de los grupos democráticos y populares que, unidos en torno a un maestro y un estadista, conquistaron el poder político. (...)
A Pedro Aguirre Cerda se le respetó, porque fue leal con el pueblo; porque creyó en el destino de las clases trabajadoras, porque bregó contra la incomprensión de muchos, la maldad de sus adversarios políticos y la terquedad de sus propios partidarios; porque anheló organizar un destino mejor para las masas ciudadanas, y para Chile un desarrollo económico e industrial que le permitiera su independencia. Porque ejerció su misión con dignidad de hombre y con dignidad de gobernante, por eso los socialistas, que fuimos leales con él en vida, hoy, en este instante de inercia política, en medio de la apatía en que vivimos, frente a la indiferencia culpable de muchos y a las vacilaciones del propio Gobierno, miramos a Aguirre y vemos en él al padre espiritual de una etapa que fue promisoria en su significado y en su iniciación y que debemos continuar, en función no de la voluntad de un hombre o de un Partido, sino de las esperanzas de un pueblo.
Ya como Presidente de la República, analizó la trascendencia, pero también las limitaciones de la experiencia frentepopulista (Debray, 1971: 66):
Nosotros tuvimos conciencia de que el Frente Popular indiscutiblemente representó un gran avance, porque fue la incorporación de la pequeña burguesía al ejercicio del poder, porque organizó a la clase obrera en una Confederación de Trabajadores, pero al mismo tiempo comprendimos perfectamente bien que la dependencia económica implicaba el sometimiento político. Y, si bien es cierto que el Frente Popular era un paso hacia delante, no implicaba ni podía implicar la liberación política y la plena soberanía que estaba supeditada a la dependencia económica.
Nosotros conscientemente actuábamos en el Frente Popular como una etapa, pero indiscutiblemente cada vez veíamos que los problemas de fondo no podían solucionarse. Y ¿por qué no podían solucionarse? Porque nuestras riquezas esenciales estaban en manos del capital extranjero. De ahí entonces que esa experiencia vivida fortificó nuestra convicción de que la lucha esencial en los países capitalistas dependientes o «en vías de desarrollo» es la lucha antiimperialista. Éste es el fondo, la base de los otros cambios estructurales.
[1] Creemos oportuno explicar el sistema de citas empleado: entre paréntesis, después del párrafo con la idea o afirmación citada, mencionamos el autor o, en su caso, el inicio del título, seguido del año de publicación y las páginas a las que nos referimos. En el apartado de bibliografía, pueden consultarse los datos del documento o libro completos.
[2] En su excelente síntesis de la historia de Chile, De Ramón cita la carta que mejor sintetiza la ideología de Portales («si es que así puede llamarse»), reivindicada por la dictadura de Pinochet 140 años después: «La democracia que tanto pregonan los ilusos es un absurdo en países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud como es necesario para establecer una verdadera república. (...) La república es el sistema que hay que adoptar, pero¿sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual» (2004: 72-73).
[3] «En 1887, se creó un nuevo Ministerio de Obras Públicas, el cual, en 1890, absorbió más de un tercio del presupuesto de la nación. Nuevas escuelas, nuevos edificios de gobierno, la primera sección del ferrocarril transandino, el dique seco de Talcahuano, la canalización del río Mapocho, el largo puente sobre el río Bío-Bío, el viaducto del Malleco: Balmaceda dejaría una huella innegable en Chile» (Collier y Sater, 1999: 143).