Mario Amorós Quiles

Compañero Presidente


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de Latinoamérica en los marcos de una democracia de trabajadores organizados.

      Dentro de esa idea, el VI Congreso Ordinario del Partido Socialista, el año 38, al hacer pública la independencia del Partido de todas las Internacionales y su falta de sometimiento a directivas extrañas a nuestra realidad, expresamos: «A menudo estas directivas han carecido de arraigo en nuestra realidad; no han sabido interpretar nuestra modalidad ni fijar nuestros rumbos. Sus orientaciones han dado resultados contraproducentes y perjudiciales para nuestros movimientos populares. América tiene problemas que le son propios, como la lucha contra el latifundio y el imperialismo, el desarrollo de sus fuentes económicas, y necesita resolverlos de acuerdo con sus modalidades sociales y políticas».

      Al sintetizar la realidad nacional en aquellos días, mencionó el eje del proyecto político que encabezó a partir de 1952:

      He aquí el panorama de la realidad actual: un gobierno sin base política; una derecha que, usufructuando de él, lo critica; una izquierda que ha comprendido que debe aglutinarse en torno a un programa; un sector que conspira contra el gobierno; y un descontento general por un fenómeno que es la conspiración más efectiva, como ya lo hemos dicho: la de la vida cara. (...)

      Los socialistas pedimos a la izquierda el máximo de responsabilidad, no debe dejarse arrastrar por las provocaciones; no puede hacer el juego a los conspiradores. Los socialistas llamamos a la izquierda a unirse en torno a un programa; un programa que agitaremos desde la calle y desde el Parlamento; un programa de interés nacional, que reúna el máximo de voluntades en torno a él. (...)

      Sólo un gobierno homogéneo, con un programa y con la decisión de realizarlo, podrá poner atajo a la desorientación, al desconcierto y al caos en que vivimos.

      Entre el 6 y el 9 de julio de 1944, días en los que Marmaduque Grove impulsó una escisión y creó el Partido Socialista Auténtico (PSA), el PSCh celebró su X Congreso en la ciudad de Talca, que eligió a Bernardo Ibáñez (diputado por Valparaíso y secretario general de la Confederación de Trabajadores) como nuevo secretario general y a Salvador Allende como uno de los 24 miembros del Comité Central, en el que ya despuntaban jóvenes dirigentes como Carmen Lazo, Raúl Ampuero o Aniceto Rodríguez.

      1945, año del final de la Segunda Guerra Mundial, fue importante en la trayectoria política de Allende. Después de su etapa como miembro del gabinete del presidente Aguirre Cerda y como subsecretario y secretario general del Partido Socialista, aparecía a sus 37 años como uno de los políticos emergentes de la escena nacional. Entonces puso a prueba su capacidad de movilizar a las clases populares tras sus propuestas al presentarse como candidato al Senado en uno de los feudos de la derecha, la novena circunscripción, que entonces comprendía las provincias de Valdivia, Osorno, Llanquihue, Chiloé, Aysén y Magallanes.

      Fue en el transcurso de aquella campaña electoral cuando Osvaldo Puccio, secretario privado de Allende durante casi dos décadas, escuchó por primera vez su voz en un discurso radial, desde la ciudad de Punta Arenas (1985: 22):

      En aquel tiempo yo era un muchacho de 18 años. En la radio escuché el discurso que Allende pronunció después de su viaje a estas cuatro provincias. Habló de lo que era su política y a dónde iba a llegar. Planteó la unidad de la clase obrera y del pueblo. Explicó el horror que significaba que un hombre, para poder comer, tuviera que estar seis, siete u ocho meses metido entre piedras, a kilómetros de distancia de lo que se llama civilización. Si se enfermaba o se moría se venía a saber, a veces, un año después. Mientras tanto, los patrones paseaban por Europa o gozaban de sus grandes mansiones en Punta Arenas y de las mejores en Buenos Aires o Santiago.

      Allende dijo que había dueños de estancias que no conocían su fundo. Un administrador les depositaba el dinero, y eso era todo lo que necesitaban.

      ¿Para qué iban a ir a las estancias, donde todo era frío, inhóspito y feo? Feo, mirado en la dimensión del hombre para quien la tierra es únicamente fuente de ganancia, para quien no significa su patria y base de su vida y quien, por eso, no puede entender lo orgulloso que puede estar un hombre que le saca riquezas a una tierra hostil, en este clima árido y frío.

      Todo esto planteó el compañero Allende en su discurso. Y dijo también que esas riquezas, por las que el hombre se esforzaba y las extraía a la tierra, eran patrimonio del que luchaba contra el viento, contra el clima, y no del que se las apropiaba. El trabajador entregaba sus huesos, su vida, para que un señor tomara champaña en París o whisky en Londres.

      A partir de entonces Allende permaneció en el Senado durante 25 años, de manera ininterrumpida hasta que se convirtió en Presidente de la República el 3 de noviembre de 1970. En uno de sus primeros discursos en la Cámara, pronunciado el 14 de agosto de 1945, analizó en profundidad la situación política nacional e internacional, tras el final de la Segunda Guerra Mundial (Archivo Salvador Allende, 6, 1990: 67-76):

      Los socialistas luchamos contra el fascismo nacional e internacional, y en la lucha entre el fascismo y la Democracia estaremos con la Democracia.

      Hoy, aplastado el fascismo, declaramos que lucharemos por el socialismo.

      Estamos contra la economía individualista y liberal. Luchamos por una economía social. (...)

      La izquierda chilena, agrupada, aparentemente cohesionada, en lo que se llama la Alianza Democrática, no tiene un programa en defensa de una posición ideológica común. Los compañeros del Partido Comunista han planteado frente a la Alianza su concepción sobre la política de unidad nacional que nosotros no aceptamos y que hemos combatido, porque sustentamos la política de unidad popular. El Partido Radical, haciéndose eje de la Alianza Democrática, ha hecho de ella una balanza que se inclina a uno y otro lado, frente a estas fuerzas políticas.

      En las elecciones presidenciales de 1946 venció el candidato radical Gabriel González Videla, apoyado por los comunistas, quienes por primera vez en la historia del país asumieron tres carteras ministeriales, aunque por poco tiempo, ya que la Administración Truman presionó a La Moneda para que, en consonancia con los nuevos tiempos de la guerra fría, decretara la ilegalización del Partido Comunista y la persecución de sus militantes, que fueron confinados desde 1948 en lugares como la caleta de Pisagua, en el extremo septentrional del país (Garcés, 1996: 105-110). En aquellos comicios los socialistas lograron el peor resultado de su historia con la candidatura de Bernardo Ibáñez, quien tan sólo obtuvo 12.114 votos (el 2,5 %), frente a los 192.207 (40,1 %) de González Videla.

      Contra la proscripción del Partido Comunista, que en las elecciones municipales de 1947 había alcanzado el 17 % de los votos y se había convertido en la segunda fuerza política, se alzaron voces en la derecha, en las filas socialcristianas de la Falange Nacional y en el socialismo, aunque hubo parlamentarios de esta filiación que la apoyaron. Precisamente las discrepancias internas en torno a este punto desencadenaron una nueva escisión en el PSCh y, si la fracción anticomunista (liderada por Ibáñez) logró quedarse con la denominación de la organización, el sector integrado por Salvador Allende, Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda o Aniceto Rodríguez fundó el Partido Socialista Popular, que levantó una línea política que abogaba por la independencia de clase y postulaba un «frente de trabajadores». El PSP reafirmó su adhesión al Programa del Partido Socialista elaborado a principios de aquel año con el magisterio del profesor Eugenio González Rojas, que reivindicó el «sentido humanista y libertario del socialismo» frente a la involución hacia el capitalismo de Estado y la dictadura de una burocracia que