persecución de los comunistas sumió a la izquierda en unos años de confusión, divisionismo y retrocesos y, en un tiempo histórico marcado en Sudamérica por la impronta del argentino Juan Domingo Perón y del brasileño Getulio Vargas, un amplio sector del socialismo llegó a sucumbir a la tentación populista. En junio de 1950, el XIII Congreso del Partido Socialista Popular proclamó como su candidato presidencial para 1952 a Carlos Ibáñez, quien se presentaba en una eficaz campaña como «el general de la esperanza» que «barrería» la corrupción de los gobiernos radicales.
Salvador Allende y un reducido grupo de militantes leales a sus posiciones decidieron abandonar el PSP tras denunciar lo que llamaron la «aventura populista», el respaldo al caudillo que impuso una dictadura entre 1927 y 1931, que había estado vinculado a un intento de golpe fascista en 1938 y que había sido el candidato de la derecha en 1942 con un programa autoritario (Moulian, 1998: 39-40). Este grupo terminó fusionándose con el Partido Socialista de Chile, del que además los grupos más anticomunistas se fueron al Partido Socialista Auténtico de Grove, quien falleció en 1953 alejado de la organización que contribuyó a fundar.
La mayor parte del socialismo, pues, apoyó la candidatura de Ibáñez. En sus memorias Clodomiro Almeyda, quien sería después ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Salvador Allende, evoca sus frías relaciones personales y políticas iniciales con éste, a quien había conocido en 1946. La disputa interna en torno a la opción presidencial de 1952 les distanció aún más (1987: 168):
Nos movíamos en diferentes círculos partidarios. Y cuando tuvimos mayor contacto en la dirección que ambos integrábamos a principios de los años cincuenta, pronto se produjo entre nosotros un fuerte cortocircuito. Como subsecretario general del Partido, en ausencia de Raúl Ampuero, me correspondió presidir la sesión del Comité Central en la que se resolvió apoyar la candidatura presidencial de Carlos Ibáñez. Allende era abiertamente contrario a esta postulación y reaccionó muy negativa y airadamente ante la forma en que yo conduje esa reunión con el propósito de que la gran mayoría de la dirección, favorable a Ibáñez, resolviera finalmente apoyarlo, dejando de lado consideraciones o gestiones que Allende introducía en el debate para postergar la decisión final.
En octubre de 1951, el Partido Socialista de Chile fue la primera fuerza que proclamó a Allende como candidato a la Presidencia de la República. En noviembre, el Partido Comunista, desde la clandestinidad, le entregó su apoyo público y el 25 de noviembre fue designado candidato del Frente del Pueblo, una alianza que incluía además a algunos sectores radicales, de izquierda e independientes. Aquel día, en el Teatro Caupolicán, enclavado en la popular calle San Diego de Santiago, fue presentado por el doctor Gustavo Molina, en nombre de los profesionales independientes, Armando Mallet, por el Partido Socialista, y el senador comunista Elías Laffertte. En su primer discurso como candidato a la primera magistratura de la nación, afirmó (Nolff, 1993: 53-57):
Con el Frente del Pueblo tenemos una plataforma de lucha clara, definida, precisa que nos distingue y separa de los otros grupos políticos hoy transitoriamente unidos con vistas exclusivas a una campaña electoral y a la defensa de sus posiciones administrativas, de sus intereses y de sus concepciones políticas.
Subrayó que habían creado el Frente del Pueblo para emprender la revolución que el país necesitaba: «Para esto nació el Frente del Pueblo, como un potente movimiento nacional, antiimperialista, antioligárquico, antifeudal»:
Hombres, mujeres y jóvenes de mi Patria: el Frente del Pueblo os llama a luchar por las consignas de la victoria:
1. Por el pan y la libertad.
2. Por el trabajo y la salud.
3. Por la paz y la cultura contra el imperialismo.
4. Por la reforma agraria y la industrialización del país.
5. Por la democracia, contra la oligarquía y las dictaduras.
Las bases programáticas de su candidatura se agrupaban en cuatro puntos: independencia económica y comercio exterior, desarrollo de la economía interna, una profunda reforma agraria y mejora de las condiciones de vida de las clases populares. Cada uno de estos bloques contemplaba propuestas concretas, por ejemplo, en el primer punto se incluyó por primera vez la nacionalización de la gran minería del cobre y del salitre y de hecho aquel año los senadores Laffertte y Allende presentaron un proyecto de ley en este sentido.
En relación con el desarrollo económico, propugnaba un vigoroso proceso de industrialización, sobre todo en cuanto a la agroindustria, al objeto de «asegurar un más alto estándar de vida a la población y el aumento de la renta nacional, asignando un porcentaje superior de distribución a los sectores laboriosos». Para fortalecer el desarrollo industrial y agropecuario, el Gobierno del Frente del Pueblo realizaría importantes inversiones en las infraestructuras de transportes, con la modernización de los ferrocarriles y la construcción de una red de carreteras, así como la ampliación de la flota naviera nacional y la extensión del tráfico aéreo.
El Frente del Pueblo no propugnaba la construcción del socialismo, sino un conjunto de reformas y modernizaciones que pretendían ir más allá de lo logrado por Pedro Aguirre Cerda, con un énfasis novedoso en la reforma agraria y el cobre. Durante 283 días de campaña su candidato recorrió por primera vez todo el país con el lema «El pueblo a la victoria con Allende» para ofrecer su alternativa frente al populista Carlos Ibáñez, el conservador Arturo Matte y el radical Pedro Enrique Alfonso. El 13 de enero de 1952 planteó los fundamentos de la alianza de la izquierda en el transcurso de un mitin en Valparaíso:[3]
Somos un movimiento de liberación nacional, antiimperialista, antioligárquico, con una meta que no termina en septiembre. Estamos protagonizando una gesta emancipadora por el pan y la libertad, por el trabajo y la salud, por la reforma agraria y la industrialización del país, por la paz, la democracia y la independencia nacional. El Frente del Pueblo lucha por la derogación inmediata de la Ley Maldita, para que se ponga término al estado policial que mantiene en las cárceles y en los sitios de relegación a numerosos patriotas que han luchado por los intereses de Chile. Este gobierno radical agoniza ante el desprecio de la ciudadanía. Bajo el amparo de este gobierno se han cometido fraudes, desfalcos, negociados escandalosos y envenenamiento colectivo del pueblo.
Jaime Suárez, entonces militante del PSP en la Brigada Universitaria de Concepción y dos décadas después ministro con el Presidente Allende, señala que éste asumió aquella campaña electoral con «una dedicación de misionero» y recuerda un acto en el pueblo de Pilmaiquén, en la provincia de Osorno (Arrate y Rojas, 2003: 276):
Sobre un cajón de azúcar, con un megáfono, entre banderas chilenas, chiquillos, banderas de los partidos Socialista y Comunista, intervinieron los oradores. La voz profunda y el pelo blanco de Elías Lafferte, su silueta vigorosa, antecedió al orador de fondo, el candidato presidencial. Era febrero de 1952. Intervino con un lenguaje didáctico y apasionado. Quien sólo hubiera escuchado su discurso no se habría imaginado jamás el escenario y la audiencia que alcanzaba a 40 ó 50 personas, incluyendo los dos carabineros.
El dirigente comunista Volodia Teitelboim, uno de los secretarios generales de la campaña presidencial, dejó constancia en sus memorias de la debilidad de la izquierda entonces, con la mayor parte del socialismo volcado con Ibáñez y con el Partido Comunista muy debilitado por la represión (1999: 350-351):
Nos dolía en el alma ver que la campaña no cundía. La persecución de González Videla había producido un desplome de la confianza. La fractura de la izquierda, el movimiento sindical diezmado hicieron que gran parte del pueblo volcara su esperanza en el hombre que prometía soluciones milagrosas. Por lo empinado de la cuesta estábamos obligados a forcejear contra viento y marea. Así íbamos tratando de tocar puertas de pueblo en pueblo. Los actos en esa campaña del 52 se asemejaban a veces a las prédicas de los canutos (los protestantes) en las esquinas, con la diferencia de que nuestra jornada era de mañana, tarde y noche.
No puedo olvidar lo que sucedió en Pedro de Valdivia, donde yo había estado muchas veces, acompañando a Elías Lafertte. Entonces hablábamos ante