Mario Amorós Quiles

Compañero Presidente


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obreros y campesinos. Ahora quería integrar también a sectores de la clase media y de la intelectualidad. Allende aspiraba a una participación muy amplia. En esa convención no había que llegar a elegir hombres, que presentaran después su programa: había que llegar con un programa, para elegir después a un hombre que lo realizara.

      Los cuatro pilares del programa fueron la reforma agraria, la nacionalización del cobre y del salitre, el control de la banca privada y la creación de un área de propiedad estatal en la economía, medidas que articulaban una propuesta de transición gradual que implicaba los principios de lo que a partir de 1970 se conoció como «la vía chilena al socialismo» (Nolff, 1993: 59-62). La campaña se inició con una gira por la provincia de Valparaíso y muy pronto el candidato y sus acompañantes, entre ellos Puccio, pudieron palpar la enorme diferencia respecto a 1952, el apoyo entusiasmado que recibían principalmente de parte de los trabajadores.

      De nuevo, Salvador Allende mostró su interés para entablar conversación con los obreros y las gentes sencillas, su conocimiento de casi todos los rincones del país, su sensibilidad ante las injusticias que sufrían las clases populares. En Valparaíso, el concejal comunista Luis Vega organizó una visita a los trabajadores del matadero de la ciudad (Puccio, 1985: 54):

      Los compañeros habían preparado una ceremonia. Nos llevaron a un recinto de matanza, donde tenían un buey listo para ser carneado. Todavía hoy se hace en Chile de la misma manera: le pegan al animal en la cabeza o lo matan degollándolo. Nos pararon a unos diez metros frente a ese animal. Luego se acercó el jefe de los matarifes con un ayudante que llevaba un gran jarro de lata. Le clavó un puñal en la aorta al animal y salió el chorro de sangre. La recibieron en un jarro y lo prepararon de inmediato con ají, cebolla, ajo, sal y otros aliños. Esta mezcla los matarifes la llaman ñachi. Después de revolver la sangre caliente con un palo, entregaron el pocillo, que tenía forma de jarro cervecero, a Allende. Allende hizo como un saludo a todos y tomó un trago largo. Después me pasó el jarro a mí y me dijo que tomara. Le habían quedado los bigotes llenos de espuma y se limpió como lo hacen los matarifes, con la mano.

      Fue en el marco de aquella campaña cuando se produjo otro episodio que relató Puccio y en el que se vio involucrada la madre del candidato de la izquierda. Un día en el confesionario el sacerdote le preguntó a Laura Gossens, una persona de hondas creencias católicas, por quién votaría en las elecciones, en un momento en el que la Iglesia mantenía los más duros anatemas sobre todo lo que sonara a comunismo. Doña Laura le respondió que sufragaría por Allende, por lo que, indignado, el cura le replicó que si no sabía que este hombre era comunista, que iba a destruir las iglesias, a encarcelar a los curas, a ordenar que se violara a las monjas... Ella le rebatió que Salvador Allende era un buen hijo y por tanto incapaz de cometer tamañas cosas. Cuando el cura le preguntó cómo sabía que era tan buen hijo, ella le respondió: «Muy sencillo, soy su madre».

      Ante la precariedad económica para afrontar los gastos de la campaña (publicidad en la radio y los periódicos, impresión de carteles, funcionarios del equipo nacional de la campaña, gastos derivados de los viajes del candidatos...), recurrieron a la práctica utilizada con éxito por los comunistas de organizar almuerzos para recaudar fondos. Así, el 26 de junio de 1958, con motivo del 50º cumpleaños del candidato, su comando nacional organizó una comida en el céntrico y elegante restaurante santiaguino «El Pollo Dorado» con entradas al precio de cincuenta mil pesos. Aquel acto llamó la atención de la prensa y despertó las críticas de los otros candidatos, pero Allende salió al paso instando a los otros partidos a revelar sus fuentes de financiación (Puccio, 1985: 59-63).

      El 7 de agosto el Teatro Baquedano acogió un gran acto de apoyo a la candidatura del FRAP en el que intervino Pablo Neruda en nombre de los escritores y artistas que la respaldaban (Gutiérrez Revuelta y Gutiérrez, 2004: 283-288):

      Pero sabemos, y por eso estamos aquí, que ante todo debe elevarse nuestro pueblo a la dignidad humana que merece. Y en esta lucha, en esta convicción combatiente, nos sentimos representados por Salvador Allende. Los artistas y escritores tenemos mucho que pedir, tenemos mucho que hablar, tenemos mucho que trabajar con el nuevo Presidente de Chile. No queremos dejarlo solo ni que nos deje solos. Pero hay problemas vitales para nosotros, problemas de la conciencia herida. Son problemas totales de nuestro país y, por lo tanto, vienen antes que nuestros propios problemas profesionales.

      Primero: ¡basta de analfabetos! No queremos seguir siendo escritores de un pueblo que no puede leer. No queremos sentir la vergüenza, la ignominia de un pasado estático y leproso. Queremos más escuelas, más maestros, más periódicos, más libros, más editoriales, más revistas, más cultura. (...) Esperamos que tu Presidencia, Salvador Allende, amigo y camarada, se desarrolle en el periodo de paz mundial y comprensión entre los pueblos que deseamos como única solución para tan amargos conflictos.

      Futuro presidente de Chile: espero que te encuentres muchas veces, que llames muchas veces, a los escritores y artistas, y que en el Gobierno nos hables y nos escuches. Hallarás siempre en nosotros la mayor fidelidad al destino de nuestra patria y también el mayor desinterés. Tenemos un solo interés, que tú compartes: la dignificación de nuestro pueblo. En este sentido, queremos decirte que esta lucha que tú encabezas hoy es la más antigua de Chile: es el glorioso combate de la Araucanía contra sus invasores, es el pensamiento que levantó las banderas, los batallones y las proclamas de la Independencia, el mismo contenido de avance popular que tuvo el movimiento de Francisco Bilbao. Y, ya muy cerca de nosotros, Recabarren, no sólo aportó su condición de más grande dirigente proletario de las Américas, sino también la de escritor de dramas y panfletos populares. El pensamiento de Chile ha acompañado dramáticamente todas las ansiedades, todas las tragedias y las victorias de nuestro pueblo.

      Te acompaño en esta ocasión y te proclamamos candidato a la Presidencia de la República de Chile porque creemos con firmeza y con alegría que no abandonarás este camino. En la victoria te acompañarán todos los que cayeron, infinitos sacrificios y sangre derramada, agonías y dolores que no lograron detener nuestra lucha. Te acompaña también el presente, una conciencia más amplia y más segura de la verdad y de la Historia. Y, por último, también te acompañarán las inmensas victorias alcanzadas y la liberación inaplazable de todos los pueblos. Salvador Allende: están contigo lo bueno del pasado, lo mejor del presente y todo el futuro.

      Algunos días después de aquel acto, Allende y un grupo de dirigentes del FRAP se subieron a un tren que durante diez días les llevó hasta Puerto Montt y que se convirtió en el mayor acierto de aquella campaña: el «Tren de la Victoria». Alquilaron una locomotora vieja de carbón que fue pintada de negro, en su morro se incrustó un escudo de Chile y, si en un lateral colgaron un letrero que decía «Tren de la Victoria», en el otro figuró la consigna «A todo vapor con Salvador». Desde el primer momento el recorrido fue apoteósico, ya que en cada localidad centenares de personas se acercaban a la vía para saludar a su candidato presidencial. En la primera parada, frente a la maestranza de San Bernardo, Allende habló acompañado por el recién elegido secretario general del Partido Comunista, Luis Corvalán. En la plaza central de Rancagua, prometió a los trabajadores de la mina El Teniente y al país que como presidente de la República nacionalizaría la gran minería del cobre, la mayor riqueza del país, explotada desde principios de siglo por multinacionales estadounidenses.

      En Curicó se produjo uno de tantos episodios que revela la concepción de Allende de su papel como revolucionario. Mientras pronunciaba su discurso, que solía durar más de una hora y en el que conjugaba los principios políticos con un gran sentido didáctico, con alusiones directas al auditorio precedidas de la fraternal palabra «compañero», se acercó una campesina que le besó la bastilla del pantalón, ante la sorpresa y la reacción indignada de Allende. Al regresar al tren, se dirigió a quienes le acompañaban (Puccio, 1985: 71-72):

      Compañeros, yo no soy un Mesías, ni quiero serlo. Yo quiero aparecer ante mi pueblo, ante mi gente como una posibilidad política. Quiero aparecer como un puente hacia el socialismo. Tenemos la responsabilidad de que eso no vuelva a ocurrir. Hay que golpear políticamente. Tenemos que hacer claridad política. No podemos llegar al gobierno, no podemos llegar a La Moneda con un pueblo que espera milagros. Tenemos que llegar a La Moneda con un pueblo que tenga conciencia. Tenemos que luchar hasta