Mario Amorós Quiles

Compañero Presidente


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o intenta besarle los pies a uno, espera milagros que yo no puedo hacer, porque el milagro tendrá que hacerlo el pueblo y no yo.

      En aquellos once días Allende pronunció 147 discursos. Al regresar a la Estación Central de Santiago, una multitud le esperaba y le impelieron a marchar al frente de una improvisada manifestación hasta la Plaza Bulnes, donde se dirigió de nuevo a sus partidarios. El 31 de agosto el FRAP clausuró su campaña con un gran acto de masas en el centro de Santiago, de nuevo en la plaza Bulnes, en la que desde cuatro puntos distintos de la ciudad confluyeron las columnas formadas por miles de personas denominadas «O’Higgins», «Balmaceda», «Pedro Aguirre Cerda» y «Salvador Allende».

      El 4 de septiembre Allende emitió su sufragio en el liceo José Victorino Lastarria de Santiago, al mediodía compartió mesa en su casa de la calle Guardia Vieja (en la comuna de Providencia) con Salomón Corbalán, Luis Corvalán y otros dirigentes y después se dirigió a la Casa del Pueblo, situada en la céntrica calle Compañía. En las primeras horas de escrutinio, los datos anunciaban una apretada lucha suya con Alessandri, pero, hacia las seis de la tarde, cuando él encabezaba el escrutinio, se produjo un terremoto con epicentro a cincuenta kilómetros de la capital, lo que ocasionó problemas en el recuento de los sufragios en unas mesas en las que la izquierda tenía pocos apoderados y la derecha controlaba.

      Finalmente, el derechista Jorge Alessandri se impuso con 389.909 votos (31,18 %), Allende logró 356.493 votos (28,51 %) y Eduardo Frei, 255.769 (20,46 %). En último lugar, muy lejos del radical Luis Bossay (192.077 votos, el 15,36 %), quedó el diputado elegido en las filas del FRAP Antonio Zamorano, conocido como «el cura de Catapilco», quien logró 41.304 votos (3,30 %) y cumplió el objetivo de quienes le promocionaron: arrebatarle a Allende el apoyo necesario para propiciar su derrota.

      Aquella noche, con la pretensión de evitar que partidarios suyos se echaran a las calles para denunciar las oscuras maniobras de la candidatura de Alessandri para alterar el resultado electoral, Allende, quien estaba persuadido de que le habían robado la victoria, habló para solicitar a las gentes de izquierda que se marcharan con tranquilidad a sus casas. Al día siguiente, en la reunión de la dirección del comando de la campaña, insistió en que lanzar a sus militantes a las calles era un acto de irresponsabilidad política y significaría exponerles a la brutal represión de las Fuerzas Armadas. El 8 de septiembre afirmó en un discurso por radio (Quezada Lagos, 1985: 97-98):

      Para nosotros habría resultado fácil promover a lo largo del país un gran movimiento de masas que desde las calles y a través de las formas de la violencia, exigiera nuestra proclamación por parte del Congreso Pleno. Al contrario, la misma noche del 4 de septiembre exigimos al pueblo su tranquilo retiro a los hogares, sin patrocinar ningún acto de esta naturaleza. Si deseáramos presionar, tendríamos otras herramientas, paralizaríamos los centros vitales del país, el cobre, el salitre, el carbón, donde nuestro poderío es incontrastable. Desmentimos, pues, la insidia de El Mercurio, vocero del alessandrismo, que, diariamente, tergiversa nuestra actitud y nos supone todos los sucios móviles que a él lo animan.

      No habrá nada ni nadie, óiganlo bien, que pueda inducirnos a buscar el camino aventurero del golpe o la asonada. Así como somos firmes e inquebrantables en la defensa de lo que representamos, y de los derechos que nos asisten, así también somos celosos en nuestra decisión de utilizar y defender los caminos constitucionales. Si no se oirán nuestras voces para implorar el apoyo de un partido político, menos irán nuestras manos a golpear las puertas de los cuarteles como lo hiciera la derecha después del triunfo de don Pedro Aguirre Cerda. Y no lo haremos. Lo impide la fuerza de nuestras convicciones, la responsabilidad de dirigentes del movimiento popular. Y también el respeto que nos merecen las Fuerzas Armadas que, al igual que el Cuerpo de Carabineros, con motivo de esta elección han dado una vez más una muestra de patriótica prescindencia. Nuestra conducta de ahora y la del futuro habrá de ser la misma. Que los cauces constitucionales encaminen el proceso normalmente.

      Cinco años después, al aceptar de nuevo ser el candidato presidencial del FRAP, evocó los confusos hechos que le privaron de la victoria entonces (Nolff, 1993: 63-64):

      En 1958 tuve conciencia de que había ganado la elección y a las doce de la noche, allí en la Plaza Bulnes, levanté con serenidad mi voz. Allí se puso a prueba mi convicción democrática y la responsabilidad de los partidos y jefes que forman el FRAP. Pudimos haber paralizado la vida económica de Chile. Pudimos haber creado un hecho social y de extraordinaria magnitud de dureza. Pudo haber detenido su esfuerzo el campesino, el hombre del cobre, del salitre y del hierro. Sabíamos que el maestro primario saldría a la calle junto con el profesional con conciencia social. No lo hicimos. Aceptamos que se nos arrancara la victoria, que era nuestra, por un superior sentido, por cariño a Chile, por conciencia social, por convicción profunda, porque en la vida de un pueblo son segundos; porque nosotros queríamos que el pueblo tuviera más sentido de su responsabilidad. Por eso, habiendo podido defender nuestra victoria, aceptamos que otros llegaran al poder.

      El 24 de octubre el Congreso Pleno debió elegir al nuevo presidente de la República entre los dos candidatos más votados, Alessandri y Allende, al no haber logrado ninguno de ellos la mayoría absoluta, y, en protesta por la actuación de la derecha, los parlamentarios del FRAP se retiraron en el momento de la votación. El 3 de noviembre Alessandri se convirtió en presidente de un gobierno que la izquierda calificó como el «de los gerentes».

      La derrota no llevó a Allende a moderar sus posiciones ni a renunciar a proponer al país las grandes transformaciones que consideraban necesarias para poner fin a las injusticias que golpeaban a la mayor parte de la población. Así, el 10 de diciembre, en el Senado, defendió una vez más la necesidad de una reforma agraria al presentar una iniciativa para lograr una mejora sustancial en las remuneraciones de los campesinos (Archivo Salvador Allende, 5, 1990: 47-48):

      Fui candidato de los partidos populares y en las provincias agrícolas del país obtuve una votación sin precedentes. El campesino chileno se ha movilizado. No se movilizó, como lo han dicho, artera y cobardemente, algunos editorialistas en cierta prensa llamada seria, porque alguna vez un hombre responsable de los partidos populares les hubiera ofrecido potreros pertenecientes a determinados propietarios. Eso jamás sucedió.

      Tuve especial interés en ser yo, el candidato de los partidos populares, quien planteara al país la reforma agraria. Dicha reforma, señor Presidente y señores senadores, es un hecho social y económico imposible de detener en el país. Pero la planteé siempre con la responsabilidad del hombre que ha estudiado, junto con sus compañeros, esta materia; convencido de que la economía de Chile reclama una reforma agraria; con plena conciencia de que la realidad social chilena la exige. Y por eso he repetido, hasta la saciedad, que estamos gastando cien millones de dólares al año para traer alimentos que podríamos producir. Señalé la necesidad de esa reforma porque conozco, como médico, los déficits de alimentación.

      Sé cómo está marcado el niño proletario y conozco las diferencias que existen entre los niños que van a las escuelas primarias y los de las preparatorias de los liceos. Es decir, lo hice con patriótico fervor, para evitar que mañana la insurgencia sin destino vaya, quizás, a caer en la violencia y puedan segarse vidas injustamente. Por eso hemos reclamado una preocupación seria sobre la reforma agraria. Y demostraremos esa necesidad con hechos, mediante datos irrefutables de la FAO y de la CEPAL que expondremos en la próxima semana.

      Semanas después