Antonio Moreno Ruiz

La caja de los hilos


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Dice don Primo: “Incluso cuando no lo merecemos, incluso cuando nos rebelamos contra Él, incluso cuando lo negamos, ante sus ojos y su corazón, nosotros seremos siempre amigos del Señor”.

      Hay muchas tradiciones en nuestros pueblos en las que se representa con un muñeco la figura de Judas y se le apedrea, lincha o quema. Quizá en este muñeco de trapo deberíamos vernos cada uno de nosotros. Don Primo lo explica así: “dejen que yo piense un momento en el Judas que llevo dentro de mí, en el Judas que tal vez ustedes también llevan”.

      Y afirma este santo sacerdote: “yo quiero también a Judas, es mi hermano Judas. También rezaré por él esta tarde, porque yo no juzgo, yo no condeno; debería juzgarme a mí, debería condenarme a mí”. Y otra cosa en su favor, añado yo: el mal cometido por el “hermano Judas”, ¿no nos trajo consigo la salvación a todos? Si él no hubiera pecado gravemente, ¿habría podido Jesús salvarnos? ¿No hizo Judas en cierta medida un “servicio” a la humanidad?

      Si piensas que rozo la herejía, te recuerdo que cada noche de Pascua cantamos en el pregón pascual: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”. ¿Podemos alegrarnos del mal? Esto es un misterio enorme que Benedicto XVI explica muy bien desde su mente privilegiada.

      Dice que “cuando pensamos en el papel negativo que desempeñó Judas, debemos enmarcarlo en el designio superior de Dios que guía los acontecimientos. Su traición llevó a la muerte de Jesús, quien transformó este tremendo suplicio en un espacio de amor salvífico y en entrega de sí” 21. Y explica que “el verbo «traicionar» es la versión de una palabra griega que significa «entregar». A veces su sujeto es incluso Dios en persona: Él mismo, por amor, «entregó» a Jesús por todos nosotros (cf. Rom 8,32)». Es decir que “en su misterioso plan de salvación, Dios asume el gesto injustificable de Judas como ocasión de la entrega total del Hijo por la redención del mundo”.

      ¿A que te va cayendo un poco mejor el pobre Judas? No es que Dios lo “utilizara” como un robot para su plan, pues Judas mantuvo intacta su libertad; pero sí que aprovechó su debilidad humana para sacar bien del mal.

      –Vale, pero ¿y lo del capitel?

      –Perdón otra vez ¡es que hay tanto que decir!

      Pues verás, como te contaba al principio, el Papa tiene esta imagen de Judas ahorcado detrás de su escritorio porque dice que le ayuda a meditar. Pero lo que no te he contado es que la imagen que abre el hilo está recortada. No es la imagen completa que tiene el Papa porque, en el mismo capitel, en el otro lado, está la figura de un hombre que lleva en sus hombros a otro.

      El hombre tiene una mueca rara. La mitad de la cara ríe y la otra mitad está seria.

      Si te acercas, te das cuenta de que representa al buen pastor que dejó las 99 ovejas en el redil para ir a buscar a la que se había perdido. ¡Es Jesucristo llevando a Judas a hombros!

      En ese gesto extraño en el rostro del Buen Pastor, el Papa afirma ver “un atisbo de sonrisa, no digo irónico, pero sí un poco cómplice”. Si eres padre o madre y alguna vez se te ha perdido un hijo en la calle o en un centro comercial sabrás de qué te sonrisa te habla el Papa. Por un lado, estás terriblemente enfadado porque ese hijo ha sido un desobediente, porque no te ha hecho caso, porque se ha puesto en peligro; pero por otro lado, estás infinitamente feliz porque ha aparecido, porque lo has “salvado”.

      Meditando con esta imagen como hace el Papa: ¿Está Judas en el cielo? No lo podemos decir. ¿Está en el infierno? Tampoco lo podemos asegurar. “A nosotros no nos corresponde juzgar su gesto –dice Benedicto XVI– poniéndonos en el lugar de Dios, infinitamente misericordioso y justo”.

      Pero sí podemos decir, con el catequista que mandó esculpir ese capitel en el siglo XII, y cuya imagen ha llegado hoy hasta ti, que Jesús es el Buen Pastor que te busca y te encuentra si estás perdida o perdido.

      Con san Benito, padre de la vida monástica, que “no hay que desesperar nunca de la misericordia de Dios” 22.

      Con san Juan que, “en caso de que nos condene nuestra conciencia (…), Dios es mayor que nuestra conciencia” 23.

      Y con Jesús, decir por el “hermano Judas” y por nosotros mismos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” 24.

      5

      ¿Te fijas en mí?

      #HilodesanMateo

      El Señor llamó al apóstol san Mateo cuando estaba sentado en el mostrador de los impuestos. Seguro que conoces el cuadro que recoge ese momento. Es de Caravaggio y supone una catequesis plástica increíble. Si quieres, te doy algunas claves.

      Vocación de San Mateo”, de Caravaggio

      Para empezar, debes mirar el cuadro, no en el sentido materialista, como una representación de una escena ajena a tu vida; sino como si fuera una ventana viva a otra realidad en la que tú te sitúas. La vocación de Mateo es la tuya. Es trascendente.

      La escena juega con los contrastes de luz. Cristo es la luz que ha venido al mundo a sacarlo de su oscuridad. Esa luz ilumina al mundo entero, nos llama a todos, pero no todos la reconocen 25, no todos nos sentimos llamados.

      La luz corta en dos el ambiente. Recordándonos que “ninguno puede servir a dos señores (…) no podéis servir a Dios y al dinero” 26. Por un lado, el lúgubre y oscuro mundo del dinero. Tú y yo estamos sentados a esa mesa.

      Vivimos preocupados por el dinero, haciendo cálculos, proyectando negocios, pensando en los riesgos de tal o cual compra u operación, ahorrando para el futuro, no gastando más de la cuenta… La mesa es como un altar, el libro sobre él, el sacerdote en el centro, los acólitos…

      ¡Es una liturgia al dios dinero! El templo de este mundo está consagrado a ese dios falso y oscuro que nos priva de la libertad, que nos somete y guía nuestra vida. A él rendimos culto y a él le pedimos favores.

      Jesús y Pedro irrumpen en esta falsa “misa” para rescatar a quien quiera salir de ese culto macabro. No obstante, entre los fieles hay distintas respuestas. Los dos de la izquierda ni se dan cuenta. Uno sigue contando monedas y el otro aprovecha la luz para ponerse las lentes y verlas mejor. ¿Cuál de ellos eres tú? Dices que no ves a Dios, ¿no será que tienes tu atención en otro sitio?

      O lo que es peor, te llega la luz (eres practicante, celebras los sacramentos, incluso tienes una responsabilidad eclesial) pero la utilizas porque te conviene para seguir en tu “negocio”.

      Entre los otros dos personajes, uno, con una espada en el cinto, adopta una actitud defensiva. Quizá te escudas continuamente, pones defensas, murallas para impedir que esta palabra te cale. Eres cristiano, ayudas a los demás, pero ojo, mi cartilla de ahorro, ¡que no me la toquen!

      El otro ni siquiera se defiende, sino que mira con desprecio a la luz. Acomodado en su riqueza como demuestra su brazo apoyado cómodamente sobre el hombro de Mateo. ¿Es el joven rico? No hace falta ser millonario para acomodarse en la seguridad del dinero.

      Quizá solo tienes una pensión, una casita… Mucha gente está peor. Así estoy a gusto, no me puedo quejar. Seguir a Jesús significaría salir de mi seguridad, de mi comodidad… “¿Sabes qué te digo? Paso”, parece decir.

      La mano de Jesús merece detalle.