Antonio Moreno Ruiz

La caja de los hilos


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      La mano del Cristo de Caravaggio es una mezcla de las dos manos de la creación del fresco de Miguel Ángel. Su postura es la de Adán, pero es una mano derecha en la posición de la del Padre. Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y puede hacer de ti una criatura nueva, ¡hoy!

      La llamada de Dios la confirma, tímidamente la actitud de Pedro que representa a la Iglesia. Por eso, su rostro no está muy definido, porque hoy es Francisco, ayer fue Benedicto… La llamada de Cristo es a la Iglesia. No se puede seguir a Cristo por libre.

      ¿Eres cristiano, pero no vas mucho por la Iglesia? Mal vas. Cristo ha querido confiar a Pedro a los que él llama. Es verdad que la Iglesia tiene muchos fallos, Pedro aparece como un hombre simple, quizá el más bruto de todos los personajes, pero está del lado de Jesús.

      El rayo de luz divide en dos el cuadro. La parte de arriba es un lienzo en blanco. Ahí está todo por pintar. Tras la llamada, una vida nueva se abre. Si te dejas llamar por Jesucristo, todo empieza de nuevo, se abre una ventana al exterior. Solo un detalle hay que tener presente.

      Esta vida nueva pasa por… la cruz.

      “El que quiera venir detrás de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” 27. Quizá rechazas esa cruz que tienes encima (la enfermedad, el marido, tu jefa…) cuando es ese el camino que Dios te está marcando para seguirle. Acéptala y pasa al otro lado.

      Ojalá este cuadro cobre hoy vida y nos convirtamos en Mateo. ¿En qué circunstancias has leído este hilo? ¿Qué cosa te aferra a la oscuridad y te impide ir hacia la luz? Pon tu dedo sobre tu pecho, como Mateo, y di: “¿A mí, Señor? En medio de mi miseria, ¿te fijas en mí?”.

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      ¿Por qué el sufrimiento?

      #HilodelaCruz

      El sufrimiento de los niños nos hace a todos plantearnos la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué Dios lo permite? ¿Por qué la muerte? ¿Por qué la esperanza frustrada? Respuestas no tengo, pero palabras de consuelo puede. Si las necesitas, te invito a pasar.

      Dice el papa Francisco que, cuando le preguntan por qué sufren los niños, él tampoco sabe qué responder: “Solamente digo: «mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, él ha sufrido, y quizás ahí encontrarás una respuesta. Porque respuestas de aquí (señala a la cabeza) no hay»”.

      “Cristo”, de San Damián.

      Cuando en mi vida ocurren acontecimientos tristes e inexplicables. Esos que te llenan de rabia, impotencia y dolor. Yo sigo su consejo y miro una imagen de un Crucificado muy especial que tengo en mi dormitorio, el Cristo de San Damián 28:

      Es una imagen muy especial que data del siglo XII. Un icono románico-bizantino anónimo pintado sobre tela y pegado sobre madera que, según la tradición, habló a san Francisco de Asís mientras rezaba ante él.

      “Francisco, ve y repara mi casa que, como ves, está toda en ruinas”, le dijo. Desde entonces, Francisco inició la reforma material de la iglesia en la que estaba (la de San Damián, de ahí el nombre del icono), y la reforma eclesial universal que suscitó la orden franciscana.

      Espero que hoy también te “hable” a ti que no encuentras consuelo. Contemplar cada detalle del icono, cada detalle del misterio de Cristo en la cruz, puede ayudarte a entender mejor el misterio del dolor que todos compartimos.

      El artista que lo pintó quiere hacer visible lo invisible, quiere llevarnos a través de ella a contemplar el más allá, el misterio insondable de Dios. Mostrando al Crucificado nos hace ver al Resucitado. Y es que el mensaje de la Cruz es el de la resurrección. En el viacrucis con los jóvenes en la JMJ 2019, el Papa se dirigía al Señor y le decía: “en la cruz te unes al viacrucis de cada joven, de cada situación, para transformarla en camino de resurrección”.

      En el icono, en primer lugar, vemos a Cristo lleno de luz. Su figura irradia claridad y viene a iluminarnos. Es un Cristo luz, un Cristo glorioso. Tras sus brazos y sus pies, el fondo de la cruz es negro, simbolizando la oscuridad del sepulcro, la oscuridad de la muerte que Cristo ha vencido. Yo lo veo como encajonado en este icono, como dentro de un féretro.

      Pero su cuerpo no está en tensión, agarrotado, dolorido… No cuelga de la cruz, sino que está de pie, relajado, con sus miembros colocados de forma armoniosa. ¿No te parece casi que baila? Primer mensaje: tras la muerte, tu dolor, se transformará en alegría; tu llanto, en risa; tu lamento, en danza.

      Tiene los brazos extendidos, dispuestos a abrazarte. Sus manos están abiertas y hacia arriba, como levantándote hacia el cielo, como mostrándote el camino, como presentándote al Padre.

      Vámonos con este movimiento hacia arriba a la parte alta del icono. Vemos una escena de la Ascensión del Señor.

      Y abajo el letrero con la frase: Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, “Jesús, Nazareno, el Rey de los judíos”, que nos remite directamente al Evangelio según san Juan.

      Los otros evangelistas dicen: “Jesús, el Rey de los Judíos”. Al añadirle “Nazareno”, Juan nos está hablando de la humanidad de Cristo. Y el autor del icono está haciéndonos ver que este que ha subido al cielo es un hombre de la calle como tú. Que pasó por la vida ordinaria de un pueblo, de un barrio como el tuyo, que tuvo que trabajar para sobrevivir como tú, que sufrió las penurias de cualquiera de nosotros. Cristo ha divinizado toda humanidad.

      Vemos a Cristo pintado en un círculo con movimiento ascendente, como subiendo una escalera. ¿Será aquella por la que Jacob veía subir y bajar a los ángeles del cielo y en la que la tradición ha visto una imagen de la cruz? El círculo representa el mundo, el universo. En la iconografía representa la plenitud, la perfección. Pero Jesucristo se sale del círculo, rebasa toda plenitud humana, está por encima de todo.

      En su mano lleva una cruz, símbolo de la victoria sobre la muerte, sobre el pecado –que se representa con el fondo oscuro del círculo– y alarga la mano hacia arriba, hacia el Padre. Cristo aparece como sumo y eterno sacerdote vestido de blanco y con estola dorada. Un coro de ángeles lo recibe en la Gloria. Le da la bienvenida con rostros llenos de alegría. Es el misterio que celebramos en los sacramentos, en la Eucaristía… Cristo se presenta ante el Padre como víctima y con su muerte nos salva y nos lleva con él al cielo.

      En la cúspide, un semicírculo. No podemos ver el círculo entero porque representa a Dios, y a Dios no lo podemos conocer del todo, es incognoscible, es el “todo otro”.

      ¿Por qué ocurren desgracias? ¿Por qué el mal en el mundo? ¿No podría Dios, en su poder infinito, haberlo creado perfecto? No lo sabemos, aunque confiamos en que Él saca, del mal, el bien.

      La mano sobre el semicírculo representa al Padre. Es la mano que envía a su Hijo al mundo para salvar al mundo y que lo recibe ahora triunfal en su Gloria. Los dos dedos se interpretan de dos maneras. Unos dicen que representa la doble naturaleza de Cristo: verdadero Dios y verdadero hombre. Otros, que simboliza al Espíritu Santo, a quien la liturgia se refiere como “dedo de la derecha del Padre”.

      Bajamos hasta los brazos de la cruz donde vemos escenas muy similares. (He puesto los dos recortes juntos para que se vea mejor el paralelismo.)

      De