Gloria Román Ruiz

Franquismo de carne y hueso


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en lo referente a las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Entre los pioneros en abordar el tema del consenso bajo el régimen de Franco estuvieron De Riquer, para el caso catalán, Moreno Luzón o Calvo Vicente.25

      La historiografía catalana fue de las primeras en explorar, en los años noventa, las posibilidades de la categoría «consenso», si bien no hizo el suficiente hincapié en las actitudes sociales intermedias, presentando un panorama con escasos matices y tendente a la bipolaridad. Estudios como los de Barbagallo o los de Molinero e Ysás pusieron de manifiesto que el franquismo contó en la región con el apoyo mayoritario de la burguesía catalana, temerosa de la revolución social, así como de los sectores católicos. No obstante, las actitudes de rechazo propias de las clases trabajadoras y de las clases medias intelectuales y catalanistas estuvieron más extendidas, pese a que prácticamente no hubiera expresiones de resistencia abierta debido a la fuerte represión y al generalizado miedo en los años cuarenta. Conxita Mir, por su parte, estudió el mundo rural catalán de posguerra, centrándose sobre todo en los procesos represivos y en las resistencias cotidianas. Para este mismo marco espaciotemporal Jordi Font puso de relieve el gran potencial de las fuentes orales a la hora de esclarecer las percepciones de la población del agro acerca de la dictadura. En uno de sus trabajos en Historia Social este autor se refirió a la historia de la vida cotidiana como «una herramienta muy útil para averiguar el grado de eficacia de la dictadura para imponer su dominio».26

      Fue a finales de los años noventa cuando el conocido como «Proyecto Valencia» marcó un antes y un después en este ámbito historiográfico. Sus principales investigadores, Saz y Gómez Roda, atendieron a la evolución de las actitudes sociales a lo largo del periodo dictatorial, paralela a las transformaciones económicas y políticas. Los autores concluyeron que el importante desarrollo económico de la región valenciana desde finales de los años cincuenta y, sobre todo, a comienzos de los sesenta le habría granjeado al régimen franquista el apoyo de las clases medias profesionales, contribuyendo así a ampliar su base de consenso.27 Otros historiadores que han trabajado sobre este tema han sido Ángela Cenarro, que hizo hincapié en la violencia como pilar en que se sustentó el «Nuevo Estado»; Antonio Cazorla, reticente a usar la categoría «consenso» al referirse al franquismo; o Francisco Sevillano, que defendió que el «Nuevo Estado» combinó el ejercicio de la violencia con sus esfuerzos por generar consenso.28

      Para el mundo rural de Andalucía Oriental destacan los trabajos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, centrados en el estudio de los apoyos sociales al franquismo, que han mostrado la heterogeneidad de grupos sociales que se sintieron atraídos por las promesas de paz, propiedad, orden y justicia social de la dictadura. Por su parte, Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson han destacado que la represión no vino solo «desde arriba», sino que los ciudadanos comunes jugaron un importante papel en la misma.29 Para este mismo ámbito, y más concretamente para la provincia de Almería, Óscar Rodríguez ha tratado en sus investigaciones las prácticas de resistencia en la década de los cuarenta. También en Galicia se ha avanzado mucho en este terreno, con importantes estudios sobre el ámbito rural como los de Ana Cabana, que ha hecho hincapié en los conflictos y en las resistencias, o los de Daniel Lanero, que ha transitado la todavía poco explorada senda de las políticas sociales de la dictadura.30

      Los trabajos más recientes sobre las actitudes sociopolíticas bajo el franquismo han sido llevados a cabo por una generación más joven de historiadores que han leído sus tesis doctorales en los últimos años. Entre ellos, Claudio Hernández, que ha ahondado en la existencia de una amplia y mayoritaria «zona gris» en Granada integrada por aquellos que no eran ni opositores ni adeptos; Irene Murillo, quien se ha centrado en las resistencias femeninas en la Zaragoza de posguerra; Carlos Fuertes, que ha trabajado entre otras cuestiones la recepción de las políticas educativas franquistas en Valencia o, en fin, Estefanía Langarita, quien ha profundizado en los apoyos sociales y la construcción de la dictadura en Aragón.31

      Este libro incorpora todos estos nuevos debates, enfoques y perspectivas que, asumiendo las tendencias internacionales para el estudio de los regímenes autoritarios, han renovado de manera sugestiva y original las preguntas sobre el periodo franquista. La historia de la vida cotidiana ha demostrado ser de gran utilidad para esclarecer las actitudes sociales de la población que vivió en dictadura, de sus prácticas de resistencia frente al poder y de la forma en que recibieron las políticas de consenso del régimen. El presente volumen parte de todas estas premisas, a la vez que trata de ir más allá en lo que respecta a los aspectos cualitativos y a la dimensión sociocultural, en los que hace especial hincapié. Al tiempo, maneja una gran carga empírica y aplica una amplia cronología que abarca desde los años cuarenta hasta los setenta, lo que permite atender a la evolución de la política popular a lo largo de las décadas. De esta forma, esta obra pretende contribuir a una mejor y más profunda comprensión de la, todavía en muchos aspectos desconocida, dictadura de Francisco Franco.

      Aunque durante mucho tiempo la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte fue despectivamente vinculada con el estudio de lo costumbrista, lo trivial o lo banal, hoy en día ha logrado desprenderse de todos aquellos prejuicios. Como explicara Hernández Sandoica, la historia de la vida cotidiana «no se refiere (o no debe referirse) a los aspectos anecdóticos de la vida diaria».32 Entre otras cuestiones, esta perspectiva historiográfica permite conocer la «microfísica del poder» y las «relaciones extraoficiales de poder» atendiendo a las prácticas cotidianas que conciernen de algún modo al Estado.33 Además, el prisma de lo cotidiano se revela como el más indicado para descubrir cómo se concretan las continuidades y las discontinuidades del proceso histórico en las vidas de los hombres y mujeres «normales y corrientes», así como las implicaciones que tuvieron para ellos en su día a día. Asimismo, la adopción de esta perspectiva ofrece la posibilidad de recuperar la particular «cosmovisión» de la gente de a pie, esto es, los parámetros culturales que configuraban su particular universo cotidiano. En otras palabras, los valores y significados que confirieron al microcosmos en el que actuaban y tomaban decisiones, y que configuraban su visión del mundo.34

      En palabras de Franco Crespi, la cotidianeidad tiene que ver con «la exaltación del calor de las cosas simples de la vida, del carácter tranquilo de la vida cotidiana con respecto a las tensiones y los riesgos de los momentos excepcionales».35 Sin embargo, este libro entiende la compleja noción de lo cotidiano, no solo como lo ordinario del día a día, sino también como lo extraordinario que viene a romper la «normalidad» y como la relación que se establece entre ambos. Para el caso de la Alemania nazi, Bergerson ha escrito que «la vida cotidiana durante el Tercer Reich no puede caracterizarse como normal o anormal, integradora o alienante. Normalidad y anormalidad, comunidad y sociedad, no son categorías objetivas sino experiencias subjetivas producidas a través de mecanismos culturales».36 Por tanto, no resulta sencillo delimitar qué es ordinario y qué extraordinario, o qué es normal y qué anormal en el día a día de una dictadura como la franquista durante la que todas estas concepciones quedaron trastocadas. El «anormal» régimen de Franco acabó por «normalizarse» a base de perdurar. Y episodios en otros momentos «extraordinarios» como las pequeñas operaciones estraperlistas devinieron «ordinarios» en los años de posguerra a base de repetirse día tras día.37

      En primer lugar, la historia de la vida cotidiana guarda un estrecho vínculo con la nueva historia cultural, que surgió con fuerza a mediados de los años noventa tras el llamado «giro cultural» y que eclipsó a la historia social más clásica.38 El interés de esta corriente historiográfica ha estado del lado del estudio de las mentalidades, las subjetividades y las identidades tanto individuales como colectivas, así como de las representaciones e imaginarios, y de las construcciones discursivas y simbólicas, que –junto a las realidades materiales objetivas– resultan cruciales a la hora de reconstruir el universo cotidiano de las clases populares. Todos estos elementos adquieren significados plurales, por lo que existen multitud de aproximaciones posibles, como las que se hacen desde la historia, la sociología o la antropología. Es precisamente de estas dos últimas disciplinas de donde proviene