Gloria Román Ruiz

Franquismo de carne y hueso


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de estos humildes viejecitos que si algún pecado cometieron en su vida fue ser siempre trabajadores, católicos, querer mucho a esa chiquilla que su ausencia nos va a enterrar y adictos siempre a los postulados de FALANGE y con ella a Franco y ESPAÑA (…) ¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!60

      El fragmento forma parte de la carta enviada por la vecina de Almería Adela Trillo al gobernador civil de su provincia el 23 de junio de 1950. En ella la mujer suplicaba que permitiera la vuelta de su ahijada, apartada del matrimonio después de que la arrendadora de la habitación que tenía alquilada la denunciase por inmoral y escandalosa al utilizar presuntamente la alcoba para la práctica clandestina de la prostitución. Sus exaltaciones de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco o sus apelaciones al rol de «mujer española modelo de esposa y de madre» que le correspondía asumir en la Nueva España parecen apuntar hacia un uso inteligente del lenguaje del poder. Mediante el recurso a sus mismas referencias religiosas, patrióticas y de género la remitente esperaba conseguir la gracia de la autoridad.61 Pero ¿era toda esta retórica mera impostura e instrumentalización del discurso del régimen o había sido, aunque fuera parcialmente, interiorizada? Si Adela había sido realmente convencida y, tal y como aseguraba, confiaba en la justicia de Franco, ¿a través de qué discursos y políticas fue conquistada para la causa de la Nueva España?

      Como han puesto ya de manifiesto diversos investigadores, las actitudes sociales y políticas fueron heterogéneas y dinámicas. Es por ello que no pueden estudiarse a partir de esquemas dicotómicos reduccionistas que obvian la multiplicidad de factores que conforman la «opinión popular» –cuya existencia bajo regímenes que no garantizan la libertad de prensa resulta discutible– con respecto a las diferentes políticas puestas en marcha por el régimen franquista en sus distintas etapas.62 En esta línea, y frente al modelo binario del blanco o negro, apostamos por una explicación en escala de grises que atienda a los sutiles matices existentes entre el extremo de la adhesión y el de la oposición. Las actitudes sociopolíticas de la población fueron plurales e incluso a veces contradictorias. Un mismo sujeto pudo albergar simultáneamente diversas actitudes respecto a diferentes ámbitos de expresión del poder dictatorial, aceptando unos aspectos y rechazando otros. Y al tiempo, experimentar una evolución actitudinal paralela a la que sufrió la esencia del régimen. La conformación de las actitudes hacia el franquismo se debió a factores tanto materiales como ideológicos y estuvo en función de cuestiones tan diversas como el bando en el que el individuo se implicó durante la Guerra Civil, sus distintos y cambiantes intereses o el peso que concedió en cada momento a sus también múltiples y mutables identidades (familiar, de clase, de género, religiosa o generacional).63

      En efecto, el carácter escurridizo de las percepciones ciudadanas impide que podamos referirnos a ellas como compartimentos de límites perfectamente definidos o que podamos hallar una pauta explicativa válida para todo el periodo. Ahora bien, es posible reconocer ese carácter caleidoscópico inherente a las actitudes sin por ello tener que renunciar a su sistematización y definición precisa. Evidentemente, ninguna de las categorías analíticas diseñadas por los investigadores sociales interesados en el estudio de las actitudes será capaz de recoger todos los matices de la subjetividad individual. De hecho, más que ajustarse a la perfección a estas categorías, las actitudes sociopolíticas «reales» de la gente se situarían en los intersticios existentes entre ellas. Pero, como señalara Primo Levi, para explicar y comprender es necesario en cierto modo simplificar, aunque ello entrañe el riesgo de que esa simplificación sea confundida con la realidad, siempre compleja.64

      Muestra de ello son algunas de las interesantes propuestas de clasificación de las actitudes sociopolíticas realizadas por investigadores especializados en el estudio de las dictaduras europeas del periodo de entreguerras. En este sentido, sobresale la gradación que realiza Detlev Peukert de los comportamientos disidentes en la Alemania nazi. El historiador alemán toma en consideración la medida en que estas acciones fueron visibles y tuvieron un impacto público, así como el grado en que existió una voluntad de desafiar al régimen. A partir de estos parámetros establece una escala que comienza con la disconformidad ocasional y privada, y continúa con los actos de rechazo, la protesta abierta y, finalmente, la resistencia política.65

      En lo referente a la dictadura franquista, destacan las clasificaciones realizadas por historiadores como Ismael Saz o Jordi Font para los ámbitos valenciano y catalán, respectivamente. El primero distinguió entre el consenso activo al que aspiraron los regímenes fascista y nazi mediante la movilización de las masas, y el consenso pasivo propio de otros sistemas dictatoriales como el franquista. Por su parte, Font explicó, a partir de fuentes orales, que en las comarcas del Alt y el Baix Empordà las «formas de convivir» bajo el franquismo, lejos de ser rígidas, se caracterizaron por la variabilidad y la mutabilidad. Concretamente, distinguió entre adhesión sin condiciones, adhesión con divergencias político-morales, pasividad condescendiente o indiferencia aprobatoria, desmovilización política y social, oscilación de la condena político-moral al acomodamiento y, finalmente, disentimiento.66

      Más recientemente Óscar Rodríguez, que ha estudiado sobre todo el mundo rural de Andalucía Oriental, ha elaborado otra propuesta de clasificación de las actitudes ciudadanas hacia la dictadura que tomamos como punto de partida aquí. El autor las agrupa en tres esferas: consentimientos, disconformidades y zonas grises, que vendrían a llenar el vacío existente entre las dos primeras. Dentro de los consentidores el autor distingue a su vez entre resilientes (quienes se adaptaron), consentidores pasivos y adeptos. En el grupo de los disconformes, por su parte, los habría habido resistentes, disidentes y, en menor número, opositores. Asimismo, Rodríguez reconoce que entre aquellos que albergaron actitudes de resiliencia y asenso los hubo que puntualmente expresaron tanto disidencia como resistencia.67

      GRÁFICO 1

       Clasificación de las actitudes sociopolíticas hacia el régimen franquista y evolución aproximada de las de Encarnación Lora Jiménez (1940)

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      Fuente: Testimonio de Encarnación Lora Jiménez (1940), entrevistada en Teba (Málaga) el 16 de junio de 2016. Elaboración propia.

      Si observamos el gráfico 1 comprobamos que los dos extremos corresponden al blanco de la adhesión y al negro de la oposición, las posturas de los dos grupos convencidos, los franquistas incondicionales y los antifranquistas netos. Entre los extremos blanco y negro se dibuja una amplia zona en distintas tonalidades de gris, una gradación que oscila entre la aceptación y el rechazo plenos. Así, las «zonas grises» no constituyen una única actitud social, sino todo el espectro de actitudes posibles entre los extremos de la adhesión y la oposición que oscila entre el consenso y la disconformidad. En esta gama cromática se encontraban quienes interiorizaron en gran medida los mensajes de despolitización del régimen, buscaron la «normalidad» perdida con la Guerra Civil y centraron sus esfuerzos en sobrevivir replegándose en el ámbito privado del hogar. Su número fue en aumento a partir de la década de los cincuenta, cuando iba quedando atrás la posguerra y se iba diluyendo paulatinamente la polarización sociopolítica.68

      Esta gama cromática intermedia que se oscurece paulatinamente arranca con el «consenso» que logró establecer el franquismo con aquellos que, aun no formando parte del régimen, se sintieron plenamente identificados con él. No obstante, la cuestión de su existencia bajo las dictaduras ha suscitado un importante debate historiográfico, al haber sido puesta en duda o rechazada por algunos autores que entienden que no es posible que los individuos cuyas trayectorias vitales transcurren bajo estructuras autoritarias abriguen libremente este sentimiento.69 En efecto, como señalara Paul Corner, la mayor parte de la gente no pudo elegir libremente sus actitudes, precisamente por lo cual estas requieren de un análisis diferenciado del que se haría en el caso de las democracias.70 Es por ello que explicar el éxito del franquismo presuponiendo un mayor peso de las actitudes aquiescentes sobre aquellas de rechazo supondría ignorar las prácticas represivo-coercitivas a las que el régimen nunca renunció y que actuaron como obstáculo para la expresión libre de posturas contrarias. Sin embargo, a pesar de ello,