mano libros y revistas españolas y extranjeras y fotografías. Cosas que faltan ahí en absoluto. La Biblioteca de la Universidad tiene poquísimos libros de arte y estos son los más vulgares de aquí, de España; extranjeros, ninguno; en revistas pasa lo mismo. La Casa de la Cultura se puede afirmar que no tiene nada, salvo unos manuales insignificantes. Fotografías mucho menos, porque no hay ni una sola.38
Ana Martínez Iborra impartiendo una clase en el Instituto Obrero de Valencia, en 1937. Fotograma del documental El Instituto Obrero de Valencia, Film Popular, 1937.
En un balance que Emili Gómez Nadal publicó en octubre de 1937, se distinguió una primera etapa –la Casa como residencia–, de una segunda –la Casa como lugar de trabajo y centro bibliográfico, para la que se proponía una nueva dotación de la Biblioteca y un amplio programa de edición de autores que iba del Poema del Cid a Valle-Inclán–. Pero nada pudo lograrse: «Tinc la impressió de que vàrem fer molt poc […] I sobretot no tinc idea d’haver fet gran cosa», afirmó Gómez Nadal años después, al mencionar el traslado de la Casa de la Cultura a Barcelona, en noviembre de 1937.39
En aquel año de la capitalidad republicana, Deltoro y Martínez Iborra residieron en Valencia, donde Ana, como ya he precisado, se incorporó al Instituto-Escuela y al Instituto Obrero como profesora de Geografía e Historia. Fue entonces cuando Deltoro publicó cuatro colaboraciones en la reaparecida Nueva Cultura, cuya dirección atendía en ese momento Ángel Gaos.40 La primera fue un bien trabado comentario sobre El Triunfo de las Germanías, una adaptación de Manuel Altolaguirre y José Bergamín estrenada en el Teatro Principal de Valencia, en enero de 1937, con decorados de Alberto. Por la calidad de los autores y la estirpe épica del acontecimiento podía haber sido –sugería– un primer paso hacia la creación del actual teatro de masas, cuyo punto de arranque estuvo en el drama barroco, pero fue un intento truncado: «La historia tiene sus imperativos de dicción, de acento, que no podemos ni debemos desvirtuar», y la obra se pierde en amplios vuelos líricos o en intrincados juegos conceptuosos, que flotan gesticulantes y se deslizan hacia el tópico. Del gremio al sindicato hubo un paso –concluía–, pero aquí no hay trecho entre la Germanía y la Unión de Hermanos Proletarios.41 En la siguiente entrega reseñó Galicia mártir, el primero de los tres álbumes de guerra de Castelao, editado en Valencia por el Ministerio de Propaganda, una denuncia de los crímenes y abusos cometidos tras la ocupación franquista. En el mismo número, en abril de 1937, escribió una diatriba contra las «disparatadas elucubraciones» del ilustrador Juan Pérez del Muro en la conferencia «Arte necesario y arte innecesario», que formaba parte de un ciclo organizado por la CNT. Finalmente, la nota «Otra vez Juan Ramón» elogiaba la tarea de Juan Ramón Jiménez en defensa de la República en Estados Unidos y en Cuba, y reproducía una de las versiones de la conferencia «Pueblo de España», pronunciada en el Círculo Republicano Español de La Habana, en julio de 1937. Fue la última colaboración y también el último número de la revista.
Carné de Ana Martínez Iborra, profesora del Instituto Obrero. Valencia, 7 de abril de 1937, firmado por el director Enrique Rioja Lo Bianco. Archivo Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.
En octubre de 1937, el Gobierno acordaba un nuevo traslado, ahora a Barcelona, donde pasó a vivir Deltoro:
Y entonces Valencia quedó en el recuerdo y pasamos a una nueva etapa, que fue la etapa catalana. […] Me hice cargo de la sección de ediciones de la Dirección de Bellas Artes. Preparamos –no es atribuible a mí, sino a Renau y a todo nuestro equipo– una serie de monografías que hoy tendrían un valor incalculable, pero desgraciadamente se perdieron y ahora, en fin, lamenta uno esa pérdida.
En enero de 1938 Deltoro fue nombrado secretario de ediciones y director de una serie de publicaciones sobre ilustración y política que preparaba la Dirección General de Bellas Artes. El proyecto debió de iniciarse en Valencia y emparentaba con el interés de Nueva Cultura por reconocer el rango artístico del dibujo y el valor de la caricatura como expresión de la sátira popular, una cuestión sobre la que había escrito Carreño Prieto, elogiando la obra de Hogarth, Goya, Daumier y Toulouse-Lautrec.42 El programa proponía editar tres monografías. La primera reunía a cuatro ilustradores que publicaban en diferentes diarios: Luis Bagaria (La Vanguardia), Francisco Rivero Gil (El Socialista), Ernest Guasp (Treball) y Ramón Puyol (Mundo Obrero). Los textos sobre Bagaría y Rivero Gil se habían encargado a Paulino Masip y a Castelao. La segunda obra, con prólogo de Enrique Díez-Canedo, reunía la caricatura española sobre la Gran Guerra con Feliu Elías, Apa, como autor más destacado. La última, centrada en el siglo XIX trataba la ilustración y las guerras civiles en España:
Todo este material estaba ya en prensa, corregidas galeras, hechas las pruebas, cuando por razones de tipo político se cambió el Ministerio […] el de Instrucción Pública pasó a manos de los anarquistas. El subsecretario era un personaje típico de la FAI y consideró que en esas circunstancias de guerra no tenían ningún interés estas publicaciones, ningún valor. El material desapareció por completo. En fin, allá él, allá ellos.
No he encontrado referencias a ninguno de esos tres libros al parecer cancelados por razones políticas. En abril de 1938, en el llamado gobierno de «Unión Nacional», los comunistas perdieron la cartera de Instrucción Pública, que pasó a manos de la CNT con Segundo Blanco como titular y, a juicio de Deltoro –que nunca ocultaba su antipatía por los anarquistas–, el nuevo subsecretario, el pedagogo Joan Puig Elias, paralizó las ediciones. Ciertamente, anarquistas y comunistas, al margen de sus enfrentamientos políticos, aunaban fuerzas en el terreno de la cultura plástica, como ha precisado Mendelson, pero en este episodio pudieron influir que no hubiera ilustradores que trabajaran en prensa anarquista o quizá también las dificultades de producción, ya avanzado 1938.43
Deltoro era vocal del comité ejecutivo de la Casa de la Cultura y pudo haber encontrado algún acomodo profesional en la ciudad, cuyo tono burgués algo le escandalizó, pero decidió alistarse y cambió el despacho por el frente. Debió de ser en junio de 1938. Destinado al Grupo de Artillería de Figueras, tras unos meses en Piedras de Aholo, en el Pirineo de Lérida, fue nombrado comisario político de una unidad organizada por el Partido Comunista, el XIV Cuerpo de Ejército; un grupo guerrillero muy activo en el frente catalán en operaciones de sabotaje e inteligencia militar. En aquel otoño tuvo ocasión de encontrarse con Ana, quien desde agosto residía en Barcelona como directora de la Biblioteca de la Inspección General de Sanidad militar, una tarea que le había ofrecido José Puche, por entonces Inspector General de Sanidad del Ejercito de Tierra.
Deltoro esbozó otra de sus animadas semblanzas y recordó con detalle a diferentes compañeros de aquella unidad: al arquitecto croata Ljubomir Ilić, experto en explosivos al que Trueta salvó un brazo con su novedoso tratamiento de fracturas de guerra; a un asesor soviético oculto tras el nombre de «coronel Andrés», también experto en explosivos, y al mexicano Serrano Andónegui, que coordinaría el atentado fallido contra Trotski en mayo de 1940. Y sobre todo a amigos de Valencia como Antonio Buitrago –que sería responsable del aparato militar comunista en la Francia ocupada y fue asesinado por la Gestapo en 1941–; Peregrín Pérez Galarza, Caragato, muerto en un enfrentamiento con la Guardia Civil en 1948, en una acción guerrillera; Domingo Ungría, atropellado comunista de quien relata un inverosímil y fracasado viaje de Valencia a Odessa hacia 1935; el castizo y mujeriego Pedro Lahuerta, apodado el Frare, y a Pepe Agut, a quien encontraría de nuevo en México convertido