José Ignacio Cruz Orozco

Prietas las filas


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de propaganda y movilización, organizadas todas ellas por la Falange, se multiplicaban por doquier. No cabe la menor duda de que su contribución destacaba entre los distintos grupos que integraban la «España nacional», hasta llegar a constituir un elemento identitario de primer orden.

      Desde una perspectiva más institucional, tal movilización se correspondía con la política que el general Franco y Serrano Suñer, su principal consejero en esa etapa, impulsaban desde inicios de 1937. Esta se orientaba claramente hacia los modelos fascista italiano y nacionalsocialista alemán y, en consecuencia, otorgaba una destacada preferencia al ideario nacionalsindicalista de la Falange. Precisamente, un resultado directo de esos planteamientos fue el decreto de unificación de abril de 1937, cuya aplicación supuso para esta situarse en una posición de ventaja en el aparato políticoadministrativo que se estaba construyendo.

      Todo ese cúmulo de consideraciones supuso que el encuadramiento en la Falange y la identificación con el ideario nacionalsindicalista, fueran percibidos por amplios sectores sociales, tanto de jóvenes como de adultos y al igual que había ocurrido con otros movimientos fascistas en diversas naciones europeas, como una propuesta más actual, innovadora, y en el fondo más atractiva, que las que representaban las entidades juveniles de otros grupos y partidos apegados a programas y pautas de actuación mucho más antiguos y conocidos.

      Por último, también debe considerarse que si los falangistas no habían destacado por su interés hacia los procesos de socialización de los jóvenes, en cambio contaron con un elemento bien significativo a su favor. Se trató de un factor de rango diferente a los enumerados hasta el momento, pero que también jugó un papel destacado. El hecho es que durante la Guerra Civil y la inmediata postguerra bastantes cuadros falangistas eran muy jóvenes. Durante los años previos a la sublevación, la organización había conseguido despertar cierto interés en algunos círculos universitarios y escolares, y de allí procedía gran parte de su militancia. La Falange era sin duda alguna, al igual que ocurrió con la elite fascista en Italia y la nacionalsocialista en Alemania, el grupo político con los cuadros y dirigentes más jóvenes de todo el espectro de organizaciones que integraban la «España nacional». Esa circunstancia de cercanía generacional, ubicada en el ámbito meramente sociológico, también jugó a favor de los falangistas para que fueran finalmente ellos quienes se responsabilizaran de la política de juventud del nuevo régimen.

      Como ya se ha indicado en páginas precedentes, la política de juventud del régimen franquista adquirió una dimensión mucho más amplia, integrándose por primera vez en nuestra historia en la acción política de gobierno y generando su correspondiente estructura administrativa, a partir del Decreto de Unificación promulgado en 1937. Lógicamente, dentro del contexto bélico, esa parcela específica no fue considerada prioritaria y su desarrollo tardó en concretarse. De todos modos, se le otorgó cierta importancia ya que algunos de sus planteamientos fueron objeto de estudio detallado por parte de la incipiente estructura político-administrativa que rodeaba a Franco, con algunos de sus máximos responsables a la cabeza.

      En febrero de 1938,