Francisco Antonio León Cuervo

Nos han dado la tierra


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que ser más creativa, y por ello, más transparente y accesible a la reflexión. Mis ideas sobre la traducción las he venido forjando a partir de observaciones y reflexiones acumuladas a lo largo de los años sobre lo que implica traducir entre dos lenguas diametralmente opuestas desde diversos parámetros tipológicos: en un extremo está el wixárika como la lengua más polisintética que se conoce, al punto de que realiza mejor que ninguna otra el ideal formulado por Humboldt: la palabra tiende a coincidir con la oración, superando al náhuatl, que Humboldt consideró la lengua polisintética por excelencia. En mi trabajo sobre Características tipológicas fundamentales del huichol muestro que esta lengua es polisintética, centralizante y verbalizante, mientras que castellano es una lengua entre sintética y analítica, distributiva y nominalizante. En los tres trabajos publicados sobre este tema contrasto textos de las dos lenguas tanto del discurso coloquial como de discursos especializados: jurídico, administrativo, médico, publicitario, lingüístico. Las traducciones hechas en el diplomado son un material adecuado para extender la investigación a otras lenguas y desarrollar una visión más amplia de la traducción.

      El cuento de Rulfo no corresponde por igual a las diversas realidades de los pueblos indígenas. Unos viven en una naturaleza exuberante, siempre verde y húmeda, otros en territorios áridos, otros en zonas donde coexisten o alternan varios climas. Algunos traductores tuvieron problemas con el término trespeleque, “poco tupido, que casi no tiene hojas”, dicho de plantas propias de tierras áridas. En el cuento original se mencionan plantas que no se dan por toda la geografía de México, como las casuarinas, para las que en algunas lenguas no existe un nombre específico. Por eso, en el taller surgía una y otra vez la pregunta si se debía describir la planta o más bien sustituir por otra de similares características para la que sí existe un término en la lengua meta. En un caso se llevan a cabo estrategias de acomodación del cuento a otras realidades, en el otro se eligen estrategias de asimilación al cuento original, dependiendo de si lo que se quiere es que los lectores puedan acceder al cuento original respetando todo su contenido o recrear el cuento desde otra realidad para que los lectores lo sientan como propio.

      La traducción es una operación compleja que involucra mucho más que el conocimiento del léxico y la gramática de dos lenguas, a saber una competencia textual, competencia pragmática comunicativa y un conocimiento de ambas culturas. La traducción debe ser abordada al mismo tiempo desde la perspectiva de la palabra, la cláusula y el texto. En el proceso de traducción, el texto debe constituir la perspectiva más general desde la que se regula todo el proceso. La competencia gramatical, restringida a la capacidad de generar oraciones bien formadas, no puede dar cuenta de este proceso. Es necesaria una visión más dinámica de la traducción como una operación que integra e interrelaciona todos los dominios de la actividad lingüística. Los diferentes dominios, niveles y componentes trabajan en red, de una manera complementaria, cooperativa en toda actividad lingüística real.

      Roman Jakobson estableció una conexión interesante entre la traducción interlingüística (de una lengua a otra) y la intralingüística, consistente en la sustitución de unos signos por otros semánticamente equivalentes: “El significado de un signo lingüístico equivale a su traducción a algún otro tipo de signo alternativo, especialmente un signo en el que aquel esté más plenamente desarrollado.” Las reformulaciones de una idea dentro de una misma lengua representan una especie de traducción intralingüística; en contrapartida, la traducción interlingüística es un valioso ejercicio de reformulaciones de una idea en la lengua meta.

      El material que presentamos en este libro podrá ser utilizado en el ámbito educativo para obtener un acercamiento a las lenguas y establecer comparaciones con español o entre dos lenguas cualesquiera con la guía de alguien que conozca ambas.

      Juan Rulfo

      Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.

      Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.

      Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.

      Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:

      —Son como las cuatro de la tarde.

      Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: “Somos cuatro.” Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos, pero puñito a puñito se han ido desperdigando hasta quedar nada más que este nudo que somos nosotros.

      Faustino dice:

      —Puede que llueva.

      Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesada que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: “Puede que sí.”

      No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello.

      Aquí así son las cosas. Por eso a nadie le da por platicar.

      Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed.

      ¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?

      Hemos vuelto a caminar. Nos habíamos detenido para ver llover.

      No llovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos andado.

      Se me ocurre eso. De haber llovido quizá se me ocurrieran otras cosas. Con todo, yo sé que desde que yo era muchacho, no vi llover nunca sobre el llano, lo que se llama llover.

      No, el Llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.

      Y por aquí vamos nosotros. Los cuatro a pie. Antes andábamos a caballo y traíamos terciada una carabina. Ahora no traemos ni siquiera la carabina.

      Yo siempre he pensado que en eso de quitarnos la carabina hicieron bien. Por acá resulta peligroso andar armado. Lo matan a uno sin avisarle, viéndolo a toda hora con “la 30” amarrada a las correas. Pero los caballos son otro asunto. De venir a caballo ya hubiéramos probado el agua verde del río, y paseado nuestros estómagos por las calles del pueblo para que se les bajara la comida. Ya lo hubiéramos hecho de tener todos aquellos caballos que teníamos. Pero también nos quitaron los caballos junto con la carabina.

      Vuelvo hacia todos lados y miro el Llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la sembráramos.

      Nos dijeron:

      —Del pueblo para acá es de ustedes.

      Nosotros preguntamos:

      —¿El