Francisco Antonio León Cuervo

Nos han dado la tierra


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paramos la jeta para decir que el Llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano.

      Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en las manos y nos dijo:

      —No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.

      —Es que el Llano, señor delegado...

      —Son miles y miles de yuntas.

      —Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.

      —¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.

      —Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano.

      Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.

      —Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al gobierno que les da la tierra.

      —Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el Llano... No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho... Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos...

      Pero él no nos quiso oír.

      Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terregal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando.

      Melitón dice:

      —Esta es la tierra que nos han dado.

      Faustino dice:

      —¿Qué?

      Yo no digo nada. Yo pienso: “Melitón no tiene la cabeza en su lugar. Ha de ser el calor el que lo hace hablar así. El calor, que le ha traspasado el sombrero y le ha calentado la cabeza. Y si no, ¿por qué dice lo que dice? ¿Cuál tierra nos han dado, Melitón? Aquí no hay ni la tantita que necesitaría el viento para jugar a los remolinos.”

      Melitón vuelve a decir:

      —Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr yeguas.

      —¿Cuáles yeguas? —le pregunta Esteban.

      Yo no me había fijado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me fijo en él. Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina. Sí, es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto como si bostezara. Yo le pregunto:

      —Oye, Esteban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?

      —Es la mía —dice él.

      —No la traías antes. ¿Dónde la mercaste, eh?

      —No la merqué, es la gallina de mi corral.

      —Entonces te la trajiste de bastimento, ¿no?

      —No, la traigo para cuidarla. Mi casa se quedó sola y sin nadie para que le diera de comer; por eso me la traje. Siempre que salgo lejos cargo con ella.

      —Allí escondida se te va a ahogar. Mejor sácala al aire.

      Él se la acomoda debajo del brazo y le sopla el aire caliente de su boca. Luego dice:

      —Estamos llegando al derrumbadero.

      Yo ya no oigo lo que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en fila para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la gallina por las patas y la zangolotea a cada rato, para no golpearle la cabeza contra las piedras.

      Conforme bajamos, la tierra se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un atajo de mulas lo que bajará por allí; pero nos gusta llenarnos de polvo. Nos gusta. Después de venir durante once horas pisando la dureza del Llano, nos sentimos muy a gusto envueltos en aquella cosa que brinca sobre nosotros y sabe a tierra.

      Por encima del río, sobre las copas verdes de las casuarinas, vuelan parvadas de chachalacas verdes. Eso también es lo que nos gusta.

      Ahora los ladridos de los perros se oyen aquí, junto a nosotros, y es que el viento que viene del pueblo retacha en la barranca y la llena de todos sus ruidos.

      Esteban ha vuelto a abrazar su gallina cuando nos acercamos a las primeras casas. Le desata las patas para desentumecerla, y luego él y su gallina desaparecen detrás de unos tepemezquites.

      —¡Por aquí arriendo yo! —nos dice Esteban.

      Nosotros seguimos adelante, más adentro del pueblo.

      La tierra que nos han dado está allá arriba.

      1 Tomado de El Llano en llamas. 2a edición. México, Fondo de Cultura Económica, 1980. Primera edición, 1953.

      Wixárika

      Pequeño tepetate que representa el cuerpo del ancestro

      Maxa Kwaxí Kukutsuvmépa

      La lengua wixárika

      Pertenece a la familia que los lingüistas llamamos yutoazteca, junto con cora y náhuatl (las más cercanas desde el punto de vista genético y estructural), mexicanero, ute, tarahumara, tepehuano, varijío, yaqui-mayo y pima. La población huichola es aproximadamente de 50 000 personas, que habitan un territorio de unos 10 000 km2 en el norte de Jalisco y Nayarit, así como en zonas colindantes de Zacatecas y Durango. Los huicholes se llaman a sí mismos y a su lengua wixárika (en plural wixáritaari), palabra de la que procede el término castellano huichol.

      Los huicholes son mundialmente conocidos como artistas a través de sus bordados, cuadros de estambre y objetos de chaquira. Obras monumentales decoran lugares importantes como una estación del metro en Guadalajara y otra en París, o el vochol, un volkswagen cubierto por dentro y por fuera con más de un millón de perlitas de chaquira, representando diferentes motivos de su cosmovisión. Para entenderlas se requiere entrar en un mundo simbólico altamente organizado.

      Wixárika es una lengua polisintética, centralizante y verbalizante. En el polo opuesto de las lenguas analíticas, donde las palabras suelen carecer de complejidad morfológica de manera que idealmente el número de palabras coincide con el de morfemas, la lengua wixárika construye palabras de mucha complejidad que se pueden componer de varios o muchos morfemas segmentales. Pero no todas las clases de palabras tienen las mismas posibilidades, pues la complejidad no se distribuye equitativamente entre las diversas palabras, sino que se concentra en las palabras predicativas, que son típicamente verbales:

      nos ha-n da-do l-a tierra

      kwie te-ka-n-e-ye-tui-rí-ya-rie-ni

      tierra 1pl.suj-rf-rf-nexp--llevar-bitr-pas-prom-rf

      Mientras los 8 morfemas segmentales del castellano se reparten entre las 5 palabras del título (1-2-2-2-1), los 11 segmentos elementales de las dos palabras huicholas se distribuyen de manera muy asimétrica (1-10). Las frases nominales son más ligeras y hasta suelen elidirse cuando no aportan información que no esté contenida en las palabras verbales o que no se pueda recuperar del contexto. A medida que avanza un texto, aumentan las palabras verbales en contraste con las nominales.

      Una