y me pidió que diese el nombre del profesor que tantísimo daño le causó. Yo recordaba ese nombre.
Desgraciadamente, hoy me doy cuenta de que es posible que James no fuera la única víctima. Había varios niños que le tenían miedo al señor Lee y por eso, a finales de ese año, prohibí que mis alumnos de primaria asistieran a sus clases de boxeo. Mis colegas de sexo masculino me tildaron de mujer sobreprotectora. Menos mal que lo fui.
Lamento profundamente que James haya sufrido tantísimo y durante tanto tiempo. También me inspira un inmenso orgullo que haya sobrevivido a todo aquello y que lo haya superado. Se merece el mayor éxito y la mayor felicidad en la vida. Las cicatrices y las heridas profundas a veces nos hacen más fuertes.
Escribo todo esto porque sé que tengo que acudir a la policía. Es posible que el señor Lee siga vivo. Puede que todavía esté rodeado de niños, quizá incluso tenga nietos. En mi opinión, constituye un peligro para la juventud. En tanto que pastora de la Iglesia de Inglaterra y capellana de prisiones a tiempo parcial, he visto los efectos que los graves abusos sexuales pueden causar en las vidas de los jóvenes. Será Dios quien juzgue a estas personas que destrozan la vida de otros.
Chere Hunter
Pues ahí lo tenéis. Mi club de la lucha particular. Tal como Tyler Durden nos ha enseñado, la primera regla del club de la lucha es que nadie habla sobre el club de la lucha. Y yo no lo hice. Durante casi treinta años. Pero ahora sí. Y si sois de las personas que creen que no debería hacerlo, que os den por culo.
Hay mucho que aclarar acerca de la declaración policial de arriba. En ella se observan muchas insinuaciones pero no encontramos datos reales sobre los abusos. Abusos. Menuda palabra. Violación es mejor. Abusar es tratar mal a alguien. Que un hombre de cuarenta años le meta la polla por el culo y a la fuerza a un niño de seis años no se puede considerar abuso. Es muchísimo más que un abuso. Es una violación con ensañamiento, que provoca múltiples operaciones, cicatrices (internas y externas), tics, trastorno obsesivo-compulsivo, depresión, ideación suicida, enérgicos episodios de autolesiones, alcoholismo, drogadicción, los complejos sexuales más chungos, confusión de género («pareces una chica, ¿estás seguro de que no eres una niña?»), confusión sexual, paranoia, desconfianza, una tendencia compulsiva a mentir, desórdenes alimenticios, síndrome de estrés postraumático, trastorno disociativo de la personalidad (un nombre algo más bonito que le han puesto al síndrome de personalidad múltiple), etcétera, etcétera, etcétera.
De un día para otro, literalmente, pasé de ser un niño lleno de vida que bailaba, que daba vueltas, que reía, que disfrutaba de la seguridad y las aventuras que le brindaban un colegio nuevo, a ser un autómata aislado, de pies de cemento, apagado. Aquello fue una conmoción inmediata, como ir caminando tranquilamente por un camino soleado y que de pronto se abra una trampilla y caigas a un lago helado.
¿Queréis saber cómo arrebatar a un niño todo lo que le hace ser niño? Folláoslo.
Folláoslo de forma continuada. Pegadle. Dejadlo inmovilizado contra el suelo y metedle cosas en el interior del cuerpo. Contadle cosas de sí mismo que solo pueden ser ciertas en las mentes más jóvenes, antes de que la lógica y la razón se hayan formado del todo; esas cosas se adueñarán de él, y se convertirán en una parte integral e incuestionable de su ser.
Mi madre, pobrecilla, no se dio cuenta o no quiso darse cuenta de que algo fallaba. No la culpo. Era joven e ingenua, la vida la abrumaba y trataba por todos los medios de no venirse abajo, pese a padecer insomnio, ser resistente al Valium y tener una familia a la que cuidar sin un libro de instrucciones. Ya le costaba bastante levantarse por las mañanas, poner la comida en la mesa y seguir de pie hasta las once de la noche. Era y sigue siendo una mujer de una tremenda empatía, generosa y cariñosa, y se enfrentaba a una situación espantosa de la mejor y única manera que conocía.
No voy a describir con detalle los aspectos sexuales. Por varios motivos. Algunos de vosotros podríais leerlo y utilizar esos fragmentos para alimentar vuestras fantasías. Algunos de vosotros podríais juzgarme al saber que cuando aquello pasó se me puso dura (en alguna ocasión). Otros podríais sentir asco e indignación. Pero sobre todo no quiero entrar en detalles porque no creo que pueda mantener la cordura si lo hago, más aún cuando podéis salir a comprar un ejemplar del Daily Mail si sentís la necesidad de que os exciten, de que os inspiren asco o indignación. Algo más barato, más rápido y menos traumático para mí.
El sentido de difundir estas palabras pegajosas y tóxicas es el siguiente: ese primer incidente ocurrido en el cuarto sin ventanas y cerrado del gimnasio me cambió de forma irreversible y permanente. A partir de ese momento, la mayor y más verdadera parte de mí pasó a ser asquerosa, objetivamente distinta.
Tema3
Schubert, Trío para piano n.º 2 en mi bemol, segundo movimiento
ASHKENAZY, ZUKERMAN, HARRELL
En 1828, pocos meses antes de morir a los treinta y un años, Schubert terminó un trío para piano, violín y violonchelo de cincuenta minutos de duración. Había tenido una vida corta, desgraciada y accidentada, en la que la música había supuesto el único contrapunto a sus infortunios. Schubert estuvo siempre arruinado y dependía de sus amigos para conseguir comida, alojamiento y dinero. Siempre fue desgraciado en el amor, ámbito en el que no le ayudaba ser bajo, feo e hipersensible a las ofensas, tanto reales como imaginadas. Sin embargo, pese a ser un absoluto desastre con patas, también fue salvajemente prolífico: tan solo en su decimoctavo año de vida creó más de veinte mil compases de música, compuso nueve sinfonías (a los treinta y uno, Beethoven solo había hecho una), más de seiscientas canciones, veintiuna sonatas para piano y un sinfín de piezas de música de cámara.
La mayor parte de su producción no se interpretó hasta después de su muerte, pero este trío sí se tocó antes. En los domicilios particulares era mucho más fácil ejecutar música de cámara que música de orquesta, y algunas casas de Viena organizaban schubertiadas de forma regular: veladas informales en las que se tocaba su música, se leía poesía y se bailaba. Este trío se ejecutó por primera vez en una de estas veladas (celebrada para conmemorar el compromiso matrimonial de un amigo) el mismo año de su composición. El lento movimiento retrata a la perfección una vida demasiado corta: es elegíaco y oscuro, está teñido de esperanza y en él se atisban las infinitas posibilidades del genio.
Creada por uno de los escasos compositores posteriores a Mozart que podían idear y componer una obra entera en su cabeza antes de pasarla al papel, ésta es la banda sonora de un hombre tan deprimido que lo primero que empezó a estudiar fue Derecho.
También nos recuerda de forma desgarradora cuánto hemos perdido por culpa de su prematura muerte a los treinta y un años.
Mierda de sífilis.
Lo que (me) resulta más interesante del modo en que aprendí a tragar, y a que me dieran por el culo, es el impacto que ser violado produce en la persona; es como una mancha que nunca desaparece. Todos los días hay mil cosas que me lo recuerdan. Siempre que cago. Que veo la tele. Que observo a un niño. Que lloro. Que le echo un vistazo al periódico. Que escucho las noticias. Que veo una peli. Que me tocan. Que mantengo relaciones sexuales. Que me hago una paja. Que bebo algo inesperadamente caliente o que doy un sorbo demasiado grande. Que toso o me atraganto.
La hipervigilancia es uno de los síntomas más raros del síndrome de estrés postraumático. Cada vez que oigo un ruido fuerte, un estornudo, un estruendo, un chillido, un llanto, un claxon, siempre que noto algo repentino, por ejemplo que me tocan el hombro, o un aviso del móvil, doy un respingo. Es algo incontrolable, involuntariamente gracioso y enloquecedor a la vez. Y especialmente jodido en el caso de la música clásica, en la que todo el rato se producen cambios de volumen (si veis en el metro a un tío algo desaliñado que lleva auriculares y que da un respingo sin moverse del asiento cada pocos minutos, venid a saludar).
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