la disciplina de las órdenes de Cristo, Santiago y Avis, sobre una plantilla regularizada por la propia Corona en la que se especificaban recursos y hombres necesarios, así como la precisa red comendataria que debía articularlos.8
El caso castellano es algo más complicado. Coincidiendo con la disolución del Temple se iniciaba una larga regencia, la de la minoría de Alfonso XI, un tiempo de debilidad de la Corona que no finalizaría hasta 1325. Este fue el año en que, por vez primera, se puso de manifiesto su voluntad real de sometimiento de los maestrazgos a la Corona, y se hizo de la manera traumática que ya conocemos, mediante el sometimiento del maestre calatravo López de Padilla a un proceso por traición, que inevitablemente acabó en su destitución. Pero no pensemos que la trayectoria anterior del maestre había sido fácil. Su elección en 1297 había provocado un cisma que obligó a intervenir a la casa madre de Morimond,9 y más tarde hubo de afrontar dos intentos de deposición antes del de 1325, en los que incluso algún rival alternativo llegó a proclamarse «maestre por la gracia de Dios», un título a todas luces inusual.10
Varias claves están detrás de tanta turbulencia, pero una de ellas, y no la menos importante, es la de las conexiones del maestre con el rey Jaime II, unas conexiones de cercanía política que datan del comienzo mismo del maestrazgo de López Padilla, en el momento –su acceso se produjo en 1297– en que había guerra declarada entre Aragón y Castilla por la posesión del Reino de Murcia.11
Esta circunstancia contribuyó a debilitar de manera extraordinaria la figura del maestre en el interior de su propia orden, una orden castellana dirigida por el amigo del enemigo.12 No es raro, pues, que a raíz de la resolución del conflicto, y con toda seguridad de común acuerdo con Jaime II, el maestre quisiese blindarse obteniendo en 1306 del capítulo de la Orden la concesión vitalicia del convento aragonés de Alcañiz y de cuantas villas y castillos dependían de él en los reinos de Aragón y Valencia,13 una situación que, por otra parte, quizá venía ya produciéndose desde antes de que López de Padilla accediera al maestrazgo.14
La activa colaboración del maestre y la Orden de Calatrava en el cerco de Algeciras de 130915 no modificó en modo alguno este anómalo cuadro de un maestre castellano protegido por el rey de Aragón frente a la contestación de su propia Orden; y esta circunstancia, en un contexto de extrema debilidad de la monarquía castellana,16 explica que en 1311, la fecha de otra desestabilizadora maniobra interna de los freires calatravos que estuvo a punto de costarle el control de la Orden a su titular,17 se produjera la iniciativa del rey Jaime II de proponer al papa la creación de un maestrazgo calatravo aragonés, autónomo del de Castilla, aplicándole las rentas de la Orden del Temple en proceso de disolución.18 No lo sabemos con certeza pero todo parece indicar que el beneficiario sería el maestre García López de Padilla, que aquel mismo año, el de su crisis interna, se encargaba de notificar al rey aragonés hasta qué punto era comprometida la posición del rey de Castilla.19
La constitución de un nuevo maestrazgo calatravo en Aragón no fraguó por la oposición del papa, sin duda temeroso de crear un cisma tan grave en el seno de la Orden de Calatrava. Pero es un antecedente que es preciso tener en cuenta para explicar el nacimiento, solo seis años después, de la Orden de Montesa. No vamos a analizar esta cuestión, objeto de tratamiento específico de otra intervención del presente congreso, pero, si como todo indica, la nueva orden fue fruto de un segundo intento real por crear una institución religioso-militar propia, habría que preguntarse por qué no fue García López de Padilla propuesto para cubrir su maestrazgo, teniendo en cuenta su escaso enraizamiento en el tejido social de Castilla y de su propia orden.20
La respuesta debe relacionarse con las nuevas circunstancias por las que atravesaba la procelosa trayectoria del maestre castellano. En el momento del nacimiento del proyecto montesiano, López de Padilla había afianzado posiciones en la Corte de la mano del hombre fuerte de la regencia de Alfonso XI, el infante don Pedro, apoyado también por el rey Jaime II, su suegro.21 En estas condiciones, el maestre calatravo podía recuperar el control de su orden, y a su vez el rey aragonés crear la suya propia con la colaboración activa de García de Padilla. Esa colaboración pasaba por una moderada dependencia disciplinaria de la nueva orden respecto a Calatrava y por ignorar la sugerencia papal de suprimir la encomienda mayor de Alcañiz y aplicar sus territorios y rentas dependientes a la Orden de Montesa. Las aparentes dificultades del proceso de constitución de la nueva milicia y las trabas que el maestre calatravo pudo poner en práctica a lo largo de este no deben confundirnos.22
Pero la buena estrella del maestre calatravo en Castilla acabó cuando murió su protector, el infante don Pedro, en la vega de Granada en 1319. A partir de ese momento el maestre hubo de luchar en dos frentes, el que provenía de la propia Corte –para ello suscribió sucesivos pactos de hermandad con otras órdenes militares,23 con ciudades y villas del reino24 y con el arzobispo de Toledo–25 y el de los propios enemigos internos instrumentalizados, a su vez, por esta.26 Ante ello López de Padilla sí sucumbió, como hemos visto, en 1325, coincidiendo con la mayoría de edad del rey Alfonso XI.
Obviamente, el filoaragonesismo del maestre no era buena carta de presentación para un rey que aspiraba a crear un Estado soberano para Castilla,27 y el maestre se vio obligado a refugiarse en su encomienda de Alcañiz en los dominios del rey de Aragón. Desde allí, y pasando por distintas fases, no dejó de reclamar la dignidad de su maestrazgo hasta su fallecimiento en 1336.28 El cisma no finalizaría hasta 1348.29
TENSIONES INTERNAS
Ahora bien, como hemos visto, el complejo maestrazgo de García López de Padilla no solo fue el fruto de su declarado filoaragonesismo. De hecho, en ocasiones, ese filoaragonesismo le sirvió de apoyo frente a procesos desestabilizadores generados en la propia Orden, unos procesos en los que los intereses cortesanos se mezclaban con ansias de renovación interna.
Hablábamos al principio de tendencias de redefinición de estructuras que en las primeras décadas del siglo XIV son comunes a todas las órdenes militares. Esas tendencias son deudoras de un incremento de la presencia nobiliaria en ellas que, poco a poco, demandaba cuotas de participación activa en el poder hasta consolidar estructuras de gobierno oligárquico, y aunque ciertamente sea esta una afirmación que requiera una atención matizada, parece que la tendencia resulta bastante evidente.30
Pues